Viento aparte, crítica

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Viento aparte
El road movie del laberinto
Por Erick Estrad
Cinegarage

México se ha transformado en un laberinto. Ante la imposibilidad del Estado para proveer las condiciones que aplaquen la violencia tan cotidiana, tan despreciable y al mismo tiempo tan gratuita de parte de la delincuencia y resultado de un estado de cosas corrupto, los habitantes de este país (los comunes, nosotros, los de la calle) deambulamos en un laberinto que puede ser mental, espiritual, social e incluso físico.

Ahí, en el centro de uno -a la vez modelo a escala de este territorio gigantesco- Alejandro Gerber instala a dos casi adolescentes obligados a emprender el camino de regreso a algún lugar: su madre ha enfermado repentinamente y su padre, entre una irresponsabilidad impresionante y un acto de fe que solicita madurez temprana, les pide que regresen a casa, o que vayan a casa de una tía, o que se refugien en la casa de la abuela. No hay, en realidad, un final determinado.

Los hermanos quedan en el centro del laberinto, forzados a moverse y a enfrentarse a distintos personajes, estereotipos útiles para que Gerber hable del vacío, del peligro latente, oculto, disfrazado en el que nos movemos todos los días; también para hablar de sus paisajes, de sus tamaños, de la necesidad de sacar los dientes ante las provocaciones pero sobre todo, de la falta de rumbo en que se encuentran los pobladores de estos territorios.

La cámara de Gerber (un estupendo trabajo de parte de Martín Boege) pasa de seguimentos ligeros, casi sin intención, de los personajes en el comienzo, a un trabajo más (entro)metido en la acción, con más saltos y por lo mismo con encuadres más violentados. Y es que el tránsito de los hermanos de las costas de Oaxaca a los desiertos de Chihuahua es así, de lo plácido e ingenuo a lo árido y agitado: poco a poco, kilómetro a kilómetro, tienen que dejar un poco de la inocencia que los tenía corriendo lado a lado en las arenas de la playa, para terminar corriendo uno al lado del otro en las arenas del desierto.

Transformación, cambio, una maduración forzada de dos seres que no deberían pensar en madurar. Y afuera, un país, momentos y situaciones que parece seguirán así por mucho tiempo. Una especie de terreno sin razón en el que la madre se ha desvanecido de un sobresalto (con todas las implicaciones posibles ante ese hecho) y el padre, débil e inconciente, que desparece para ¿dejar madurar a sus hijos?,¿confiarles su propia lección de vida?, ¿desentenderse del problema como se desentiende un Estado incapaz de regularizar los espacios que gobierna?

A Gerber le interesa también entrar a ese análisis social… Y lo consigue. Con esa cámara que primero flota y después punza; con la lista de personajes que vemos en fugaces encuentros; con el peligro que no se hace del todo presente y que genera una tensión que amarra en la película pero ataca nuestra conciencia; con el retrato de rostros, situaciones límite; con el repaso de noticias que debieron serlo, siempre desde la mirada de estos casi adolescentes amirados por su propia inocencia ante un país tan complejo y sobrepoblado de preguntas, Viento aparte es un retrato del México que camina el laberinto de la incertidumbre.

Sin embargo, ese retrato está intercalado en una historia real, en la que los personajes pesan y sobrepesan actos y consecuencias. Encima de ello, un conociemiento de terrenos y situaciones que, a pesar del peligro que deambula entre los hermanos, no difunde el temor al exterior al otro o a lo que pudiese ocurrir más allá de los muros protectores de las casas (fatídico y clasista error cometido por, por ejemplo, Los muertos, de Santiago Mohar Volkow).

Al contrario, pareciese que Gerber comunica la necesidad de conocimiento, de acercamiento, primero entre los más cercanos (los hermanos maduran a la fuerza sabiendo que tienen que hacerlo juntos) para después lanzar el puente a los demás, dentro o fuera de las (sus) casas: ahí está el encuentro con un “amenazante” punk en Chihuaha, dentro de una casa; ahí está, como contrapeso, el encuentro con un ranchero jovial, en las afueras, con el paisaje (también en peligro) como marco.

Viento aparte: la aproximación real, a través de kilómetros y kilómetros, a los otros como reacción al abandono de parte de las cabezas, de los líderes. Luego está la aproximación de las “fronteras”: del sur al norte la línea sería directa, pero en la película no lo es porque, repito, vivimos en un laberinto. Y sin embargo no es imposible la solución. La reflexión está ahí, ante nosotros, catapultada por una historia tan real que parece fábula, tan común que parece cuento, tan sorpresiva que resulta grata, a pesar de esa peligrosa incertidumbre, la incertidumbre de la mayoría.

Viento aparte
(México, 2014)
Dirige: Alejandro Gerber Bicecci
Actúan: Mario Balandra, Valentina Buzzurro, Margarita Chavarría, Sebastián Cobos, Úrsula Pruneda
Guión: Alejandro Gerber Bicecci

Fotografía: Martín Boege

Duración: 99 min.

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