Mortdecai, crítica

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Mortdecai
Un cadáver decadente
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un hombre que parece extraido de un entorno cualquiera pero en el pasado. Un tono en su hablar, en sus modos, que delata maneras anticuadas o simplemente cocinadas de manera diferente. Un modo de vida caduco, insensato, demodé. Se trata de un personaje a quien el arte aborda de formas que sólo son comprensibles en un mundo previo a la Seguda Guerra Mundial. Y sin embargo se trata de un hombre joven, completamente estereotípico incluso en lo atípico de su persona para esta segunda década del siglo XXI.

Por razones que burlan un entendimiento lógico (aunque no dejan de ser racionales), la policía secreta inglesa le pide a este hombre cuyo nombre sugiere que se habla de un cadáver decadente (Mortdecai es su apellido y prácticamente la única palabra con que lo identificamos) que los ayude a encontrar una misteriosa pintura de Goya robada a una mujer que la restauraba y a quien asesinaron clavándole una flecha en la espalda. La lógica tras ello es impedir -por muy disparatado que esto suene- un ataque terrorista en contra de Inglaterra y cortar de tajo los fondos a la organización detrás del siniestro plan.

El remate empastelado de todo esto es que una voz en off nos narra ligeros detalles del caso con maneras también demodé y lenguaje entre engolado y autoparódico: es el propio Mortdecai quien lo hace.

Es decir, sabemos ahí que a menos que se trate de un espíritu que regresa del más allá nada de todo lo que pueda aparecer en esta historia le hará daño a nuestro héroe, todo es prácticamente inofensivo y llegaremos seguro a buen término.

La única ventaja de la película al jugar este peligroso juego es que su tono no es el heroico ni el del cine de acción o aventuras (imaginen al 007 narrando su último caso con tono de invencibilidad), sino el de una comedia que, al ser narrada por su propio protagonista a su vez acomodado a la fuerza en un entorno que a él le resulta fantástico (ese viaje al hotel The Standard en Los Angeles es probablemente uno de los mejores capítulos de la historia), se transforma en una comedia burlona y carnavalesca, casi de cabaret decadente y que abusa a conciencia de los estereotipos en que está sustentada: lo flemático e irritantemente propio de Mortdecai; su mujer (Gwyneth Paltrow salvando el día), casi femme fatale, seductora, inteligente y voraz, una especie de Morticia Adams rubia y en botas de montar; el policía incorruptible y heroico (Ewan McGregor haciendo su esfuerzo), más patriota que Mortdecai y por lo mismo objeto de burlas inextinguibles a lo largo de la historia; el millonario coleccionista de arte en Hollywood (Jeff Goldblum), un arte que no entiende y probablemente tampoco aprecia.

Es decir, no sólo Mortdecai se encuentra fuera de tiempo. La comedia que la película plantea (y que se tarda unos buenos 20 minutos en despegar del todo, en deshacerse de nuestra idea de que nos quieren contar una historia al estilo de La pantera rosa de Blake Edwards) está más cerca de esos tonos de cabaret del siglo XIX, de esas novelas burlonas y desfachatadas que explotan los mismos estereotipos y que incluyen elementos fantásticos para engrasar su maquinaria, aunque en esta película solamente pueden ser sustituidos por una vuelta al mundo tan extravagante como, ahora sí, improbable.

Ahí justo están todas las ventajas y todas las desventajas de esta película.

El alcance de esa comedia novelesca delirante, demodé y extravagante, probablemente nunca haya apuntado al cine y en consecuencia, si bien se nota el esfuerzo de este equipo por desarrollarla y hacerla crecer, el resultado es más terrestre que divino, más decadente de lo que se habría querido, especialmente con un actor que lleva años buscando personajes ya no demodé sino meramente decadentes y trasnochados: desde los Jack Sparrows de las interminables Piratas del Caribe hasta ese vampiro incomprendido en Dark Shadows (EUA,2012), la aventura sangrienta de Tim Burton, muchos de esos vicios están presentes en este Johnny Depp que da vida a Mortdecai.

En lo poco sano de una comedia que depende del slapstick circense (a veces en tono, a veces no), en los chistes fugaces y a veces gratamente impropios (aparecería de nuevo el calificativo “flemático”), en un enredo que se soluciona justo como en esas novelas -porque es hora de soucionarlo y ya- quizá haya mucha inspiración e idea, pero hay muy poca conexión y humor cinematográfico, muy poco calor en una película con ciertas sorpresas visuales pero muy poco atrevimiento narrativo, mucho ruido y nueces muy pequeñas cuando rompemos la cáscara del burlesque del montaje.

En su segunda mitad y hasta su autoasumida fugaz conclusión Mortdecai es ya un engranaje que camina pero que deja ver las tuercas que simplemente no pueden ajustarse, un tono ya muy poco cinematográfico encarnado en un personaje que de tan estereotípico a veces parece extraterrestre y que se sabe no llegará más lejos de donde ya está. Es más un carrusel que se regodea en sí mismo (y en la obsesión con seguir casi exclusivamente al personaje de Depp y darnos muy pocos datos de quienes lo rodean) que una locomotora al estilo La pantera rosa y su maquinista infalible coocido como Blake Edwards.

¿Dónde una comedia igualmente flemática, burlona y disparatada, casi surreal y extravagante sí ha funcionado? Habría que voltear a ver a la indescriptible Paddington (Reino Unido-Francia, 2014) en donde todos estos elementos también se reunen pero en dosis adecuadas, genialmente templados y sabiendo a qué público se dirigen. Mortdecai no tiene todo eso.

Eso sí, la música de Marc Ronson se cuece aparte.

Mortdecai
(EUA, 2015)
Dirige: David Koepp
Actúan: Johnny Depp, Ewan McGregor, Gwyneth Paltrow, Olivia Munn
Guión: Eric Aronson
Fotografía: Florian Hoffmeister

Duración: 107 min.

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