Whiplash, crítica. Película de la semana

3

Whiplash
Dos solos
Por Erick Estrada
Cinegarage

El jazz, como uno de los géneros musicales más vivos con que cuenta la humanidad tiene varias formas de manifestarse. La más conocida, sin duda, es la improvisación. El jazz es esa frágil cuerda que ata con seda instrumentos que quieren volar lejos inundados de salvajismo. El jazz es salvaje, negro, pasional, música prohibida para los corazones débiles.

Pero al mismo tiempo, el jazz es dejar que esa delgada cuerda dé oportunidad a sus instrumentos de escapar de repente; les da cuerda suficiente para destacar e iluminar con sus particularidades el conjunto de sonidos y rimas tonales (si es que eso existe) que se montan detrás, que ocupan un lugar cuidadosamente medido. El jazz también es razón, pero la razón no lógica, sino la que da sentido a las cosas no importa cuán caóticas pudieran llegar a parecer.

El jazz son esos dos mundos en choque eterno, el ir y venir de la alocada composición surgida de la improvisación pero que encaja perfectamente en el pentagrama, el sudor y la sangre, la pupila dilatada y el foco perfecto de la cámara, una cámara que en el caso de Whiplash se acerca a los sonidos de la única manera que puede hacerlo: planos cerrados con definición perfecta que después sonarán visualmente en el montaje de una película, dirigida por Damien Chazelle y que recorre a la música ilustrando con los instrumentos.

Lo que se escucha, un diseño sonoro apantallante y trepidatorio, es reflejo del duelo a muerte que maestro y alumno llevan a cabo en la pantalla dibujado visualmente en un montaje que conecta a los instrumentos con su parte del cuerpo humano, una especie de cámara-ballet que recorre una orquesta mientras hace que suene una sinfónica: la razón y la pasión, el corazón y el cerebro en un juego de duelos eternos propulsados por la posibilidad de la improvisación.

Y en Whiplash, encima de todo ello está una de las mejores ilustraciones del proceso creativo, de querer dejar plasmado en algún lugar lo que el corazón está dictando. Y se ve en esos duelos en los que el tempo del maestro acorrala a las manos ensangrentadas del alumno, un baterista que debe fijar lo salvaje y lo primitivo de su instrumento a la liga de la métrica; él es el corazón de la pieza que se interpreta (y que da nombre a la película) pero al mismo tiempo es la base para que los demás instrumentos caminen: doble responsabilidad compleja como el jazz que ejecuta.

Montaje visual y montaje sonoro le dan además a la película un ritmo que se refresca a sí mismo, dejando ver de repente a “otros instrumentos” participantes en la pieza: el padre fracasado del estudiante que busca convertirse en alguien como el alquimista/maestro que dirige la orquesta en la que ahora toca; la novia que suaviza el lado salvaje pero que también lo despierta, distrayendo los latidos del músico en ciernes. El profesor-maestro-genio-mago que ha controlado ambos lados de la balanza y que tiene que dejarlo saber al mundo a pesar de convertirse en un villano.

Es en la primera parte de la película en la que vemos al estudiante-instrumento ejecutar su solo, desplazarse con suavidad iluminando a los demás instrumentos y sirviendo de guía a la historia en que estamos sumergidos y eso es un solo de jazz: él se apodera de la atención y de los afectos, de las ideas y de las pasiones, los demás instrumentos tendrán su oportunidad.

El maestro. Ese villano que espera detrás del primer solo, mide, retrata, repite solamente para que en el momento adecuado Chazelle tire de ese hilo de seda, recoja al estudiante en dilemas con el padre y la madre, le quite la luz y le dé a ese alquimista que hasta ahora era un ogro irremediable el momento de ejecutar su solo: el personaje se matiza, se rediseña y cambia los colores de una narración pasional y desatada, percusiva y penetrante, salvaje, negra, poderosa como el mejor jazz.

Sólo por ver ese cambio para reentender a los personajes en esa segunda parte Whiplash merece su atención y su corazón, su pupila dilatada y su foco perfecto.

Whiplash
(EUA, 2014)
Dirige: Damien Chazelle
Actúan: Milles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser
Guión: Damien Chazelle
Fotografía: Sharone Meir
Duración: 106 min.

Comments (3)

  1. Simplemente extraordinaria, la acabo de ver en casa (si, en casa en formato 1080p, busquenla) y con el home theater suena simplemente excepcional. J.K. Simmons tiene una interpretación magnifica.

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  2. Es destacable que se aleja de la habitual narrativa fílmica de la azarosa inspiración y del artista incomprendido/elegido por los dioses, mostrando en cambio el trabajo que implica la ejecución musical, y la dedicación llegada a extremos que terminan aislando y quizá destruyendo al protagonista… Aunque a su manera esto es una película de deportes, no habrá porristas abrazándolo ni secuencias de Rocky para celebrar su victoria.

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