Festival de Cine de Morelia 2013-7

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Festival de Cine de Morelia 2013-7
Arturo de Córdova y la India María
Por Erick Estrada (enviado)
Cinegarage

La mañana estuvo dedicada a Workers, la película que presenta José Luis Valle González como guionista y director, y lo digo en el más directo de los sentidos. Con una duración de 120 minutos, Valle González explora en un par de historias paralelas las contradicciones de nuestro mundo, la injusta repartición de la riqueza y las fronteras físicas e ideológicas que ello termina construyendo. Ambas historias disectan los roces y los goces de patrones y trabajadores y con ello las contradicciones que mencionaba antes se evidencian y tejen un drama muy social y muy humano que no deja de maltratar a sus personajes, pero que afortunadamente se aleja de maniqueísmos y sentimentalismos.

Tenemos una historia que recorre el maltrato indirecto que una patrona ejerce sobre su servidumbre, obligada casi moralmente a cuidar de su mascota como si se tratara de su hijo. Valle González coloca eso frente a un caso espejo, el de un empleado de limpieza en una fábrica internacional que es maltratado pasivamente por el jefe/empresa al negarle su jubilación y obligarlo a seguir trabajando.

El resultado, logrado gracias al montaje, viene con una muy buena reflexión alrededor de los temas ya mencionados pero también sobre la necesidad de terminar con las fronteras que surgen de ellos y con la jerarquización equivocada que nuestra sociedad hace de los trabajos, otorgando sin mayor razón más importancia a los que exigen portar traje y corbata y minimizando a los que obligan el uso del otro uniforme, el overol.

El problema: que muchas películas se hacen premeditadamente para festivales. Valle González contamina su narración, de manera completamente inecesaria, con los tiempos muertos en planos eternos que a fuerza de repetir no sólo su propio contenido (la toma con la calle tijuanense “viva” con un anochecer en “tiempo real” en el horizonte es no solamente eterna sino completamente gratuita) se vuelven redundantes en su vacío.

De nuevo, la combinación de realidad y ficción es un juego en el que el cine quiere caer ahora más que nunca pero ese ejercicio trabaja perfectamente desde el documental. Cuando se hace desde la ficción el resultado es la lista de errores en los que cae Workers: discursos que se repiten innecesariamente (el público sí entiende lo que se narra, no hace falta demostrárselo inspiradamente una y otra vez); tomas gratuitas que enturbian el montaje de, en este caso, ambas historias y de cada una de ellas hacia adentro porque, con todo, Workers tiene momentos de ritmo intenso; y sobre todo, el alargamiento inútil y sin sentido de la película misma.

Lo siguiente fue Las horas muertas, peculiar cinta dirigida por Aarón Fernandez en la que a través de una historia en apariencia muy elemental (un chico de 18 años se hace cargo del motel de su tío y ahí poco a poco descubre personas interesantes a las que prácticamente tiene prohibido hablarles) se lanza una convocatoria a la cordialidad y a limar asperezas en un país que sin duda lo necesita.

A pesar de un arranque extremadamente frágil, el joven encargado del motel y su extrañísima rutina nos introducen finalmente a un diálogo de soledades en las que la suya (en espera de clientes, de una camarista, del regreso de su propio tío), la de una visitante regular (en espera de que el fraccionamiento en el que trabaja se venda, en espera de su amante que siempre llega tarde), la del vigilante nocturno del motel (que solamente espera que amanezca para poder irse), la de un vecino que se dedica a vender cocos (y que espera pacientemente a que las palmeras del motel estén cargadas de ellos para poder entrar a robarlos), tejen una red de tiempos y de ausencias en las que, afortunadamente, siempre es la cordialidad lo que provoca que de ella se extraiga la lectura que mencionaba en un principio.

Tampoco nos confundamos. No se trata de una cinta complaciente. Es una narración desprovista de los conflictos “tradicionales” en los personajes, que se dedica a explorar los cambios que provocan estas ausencias, muchos más trascendentales de lo que aparentan. Esa narración se hace con una buena mezcla de tiempos reales y tiempos cinematográficos que exigen a quien la ve a leer la información del encuadre, entrar a los ritmos cuando la película separa sus cortes, a trabajar no la historia sino lo que la falta de ella termina por narrar.

Luego, la dosis de ciencia ficción con Europa Report, otra peculiar película pero ahora dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero a quien prácticamente conocimos en México con otra película extraña (pero interesante), Rabia (México-España-Colombia, 2009).

Europa Report es en realidad una de las películas que de manera más inteligente usan el ya completamente desvirtuado formato del “material encontrado”, no sólo porque lo hace en el terreno de la ciencia fcción sino porque para extraerle el mayor beneficio a su presupuesto, filma una película real emulando encuadres y texturas de lo que serían las cámaras internas de la nave espacial en donde transcurre su narración y deconstruyendo su propio montaje para evitar la narración cronológica, que es el otro pecado de las películas rodadas en ese formato.

Es decir, estamos en realidad ante una película real, pero que se multiplica a sí misma al descubrir que los encuadres se forzaron, que la narración está algo desmembrada, que los black outs sirven para sustituir lo que en el cine de Hollywood son exageradas y descomunales escenas de choque o destrucción, todo para encajar en la forma que grandes producciones usan solamente para producir películas extremadamente baratas.

Omitamos el uso de música y un zoom tramposo cerca del desenlace y digamos que Cordero (con un inteligentísimo giro que incluso en la forma de “material encontrado” nos devuelve a un presente sorpresivo) entrega una película misteriosa, emocionante, emotiva, de género, que juega perfectamente con lo que muestra pero, de nuevo y gracias a su forma, también con lo que no muestra. Debajo de ello, lo que toda a buena ciencia ficción cinematográfica debe tener: humanidad puesta a prueba, referencias a otras películas (la que se hace a 2001 es la primera) y, en este caso, la idea (que también pertenece a las películas filmadas así) de que siempre y a toda costa debe seguirse grabando.

La tarde se ocupó después en pequeños banquetes visuales al revisar La diosa arrodillada (México, 1947) y En la palma de tu mano (México, 1951) de Roberto Gavaldón y Él (México, 1953), de Luis Buñuel, en el homenaje cinematográfico que el Festival le rinde este año al actor Arturo de Córdova. Lo he dicho antes porque me parece importantísimo: el hecho de poder ver estas películas en formato de 35 mm., en una sala a oscuras, son oportunidades que los cinéfilos de verdad deben aprovechar y que pocos festivales en México ofrecen.

Morelia ejercita esta tradición y es por un lado decepcionante ver que algunos públicos simplemente ignoran la oportunidad (son los que llamo “falsos cinéfilos”); y por el otro emocionante al escuchar en la salas suspiros de asombro y aplausos al final de las proyecciones. Encuadres distintos, historias emocionantes (en este caso, tres de tres), la calidez de la película frente a la ultra alta definición del cine nuevo -completamente digital-, las memorias de las ciudades mexicanas retratadas ahí. En fin, un goce que solamente los cinéfilos de verdad están disfrutando año con año en Morelia y, hay que decirlo también, no son pocos.

El remate fue la primera función de La hija de Moctezuma, la película más reciente de María Elena Velasco (la famosa “India María) y dirigida por su hijo Iván Lipkies. Se trata, en palabras muy resumidas, de una historia típica de ese personaje del cine mexicano aunque ahora salpicada con varios elementos del cine fantástico, que llevan la historia de los tiempos de Moctezuma (el emperador azteca que recibió a los conquistadores) a la solicitud de visa en la Embajada de Estados Unidos.

La película, desde mi punto de vista, no debe pasar inadvertida. La filmografía de La India María es de las pocas que se ha atrevido a hablar y tratar de corregir temas como el racismo, el machismo, el seximo y el clasismo (entre otros) en el formato de comedia familiar. Es un personaje a través de cual el México de fines del siglo XX no solamente se divirtió masiva y familiarmente, sino que revisaba desde la comedia varios defectos sociales sobre los que hoy se trabaja más intensivamente.

Por si eso fuera poco, creo que La hija de Moctezuma es un homenaje merecido primero al personaje (que cuenta con una filmografía extensa) al que se le regalan varias de las facilidades tecnológicas con las que no pudo jugar en el siglo XX, y luego al cine mexicano que hoy apenas comienza a regresar a la comedia familiar, largamente extrañada por por un gran público que, en consecuencia, dejó de asistir a las salas.

Desde aquí felicidades a todos los involucrados en La hija de Moctezuma.

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