RMFF, día 2

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RMFF, día 2
La bonita violencia
Por Erick Estrada
Cinegarage

Dicen que el que temprano se moja, temprano se seca. Eso aplica para muchos aspectos en la vida, cierto, pero para quienes osamos despertar temprano en el martes del Riviera Maya Film Festival para llegar a tiempo a la función de prensa de Penumbra, el dicho urbano se cumplió con creces y para bien.

La cinta dirigida por Eduardo Villanueva es una bomba emocional que juega con los elementos que esboza en su arranque y alcanza niveles de comunicación con quien ve su película superiores a muchas otras que ya han sido premiadas en festivales.

Un anciano recorre la sierra entre Jalisco y Colima (México) en compañía de otro hombre; poco a poco, dentro de planos pausados y pacientes (que no necios) describe el perfil de su territorio, uno que para él comienza en la oscuridad y termina en ella: un inspirado círculo visual/temático tan sutil que se agradece. En ese transcurrir de los días vemos la importancia que este hombre tiene para su también anciana mujer, acomodada en el papel doméstico pero sin pasividad ni resignación. Vemos, conforme los planos se suceden y los cortes se acercan unos a otros (es decir, conforme la película toma velocidad a través de su montaje) que la comunicación entre estos dos personajes/seres reales, es de movimientos, de rutinas, de círculos, como el que dibuja Villanueva en su película y como el que hace que las hormigas -que no menos pacientemente observa este anciano- despierten, trabajen, midan su jornada.

Pacientemente aparecen textos de Juan Rulfo leídos por él mismo, subrayando esos círculos de vida y dejando claro que esto, más que una película, es un ritual, el mismo que nos descubre a este hombre como cazador (una especie Tizoc pedro infantesco atrapado en un tiempo mexicano en que el campo, el país y el cine es mucho menos benévolo), como gran compañero, como protector, como contador de historias (su propia historia) y como chamán personal de sí mismo. El que temprano se moja temprano se seca y apenas terminada la primera función del martes uno ya estaba satisfecho.

Hubo también proyección de Las lágrimas, ese otro guiño a la reconciliación y ese imán lanzado al público sensible de parte de Pablo Delgado, una película cálida sin ser obvia, cercana sin lloriqueos, elegante sin abusar del estilo, profunda sin oscurecer su narrativa. La respuesta, claro, fue muy favorable de parte del público.

Apareció también Juego de niños, esa rareza del cine de horror mexicano de la que la prensa (no los críticos) en el festival desconfía ya, quizá desconociendo de dónde sale el intento y los alcances que tiene. La reseña de la película de Makinov está aquí.

La mitad del día fue para El sabor del dinero, película coreana de Im Sang-soo que camina primero en terrenos claramente melodramáticos para entrar después a una semitragedia barnizada con thriller, una descripción gansteril de los altos círculos sociales coreanos y una especie de acusación a las priámides sociales: clasistas, conservadoras, explotadoras y sexualmente dominantes, defectos quizá acentuados por la cultura coreana.

De entre el juego visual (casi de estilo), los encuadres milimétricamente medidos, el juego dramático que a veces es teatro en cine (no es queja), otras desplantes de cámara (esta tampoco), entre el juego de personajes unos muy originales otros completamente esquemáticos, lo que probablemente entregue mejor (o mejor dicho nos haga recordar) El sabor del dinero, es la visión del sexo que nos ha tatuado Hollywood.

En las películas que llegan de la gran industria gringa el sexo juega muchos, muchísimos papeles, pero siempre es retratado con cuidado, ascépticamente, sin mostrar más allá de lo que ya vemos con una persona en camiseta y pantalones cortos. El sabor del dinero tiene el gran mérito de dejarnos recordar que un acto tan humano como el sexo (que puede ser disfrute, dominio, juego, placer o sufrimiento) puede ser retratado con más naturalidad y, aunque a veces se abuse del estilo, con sinceridad.

Después, una de las promesas para el gran público se quedó a la mitad. El beso de los condenados maltrató un poco a su sala llena y dejó muy claro que aunque quiso fue incapaz de jugar con los afortunados ingredientes que otra cinta vampírica manejó con tacto aunque probablemente el mismo amor por la cursilería y la nostalgia: El ansia, de Tony Scott.

Al contrario de la historia de Scott, Xan Cassavetes se atora más en los enredos románticos de su pareja vampírica y parece contar tres historias en lugar de una. Por un lado la que se desarrolla a través del sexo y la sangre, algo que en un principio une a sus personajes centrales, una pareja que se conoce muy al estilo de “el destino nos la tenía guardada” y que a través de sus rituales sexuales le devuelve a los vampiros esa carga de sangre y fluidos que ciertas películas para adolescentes han destilado hasta el cansancio. La segunda historia es la del típico vampiro entregado al mal y al vicio de alimentarse de sangre humana y el final, una especie de thriller no tan sobrenatural que al llegar tan tarde en la película se pierde en un final un tanto incongruente aunque con ciertos elementos de originalidad.

Los problemas de El beso de los condenados es que, precisamente, deja de lado todas las palabras de su nombre. El dilema vampírico surgido ante la probabilidad de dejar de beber sangre humana, la descripción de las supuestas sectas de vampiros, los roces con la música clásica y los flashes que nos llevan de cacería con sus personajes centrales no alcanzan a anclar esta ópera prima de la hija de John Cassavetes. Una lástima, especialmente cuando una cinta como esta, con tintes claros de película serie B, cuenta con un cartel tan bien diseñado.

Después, el gran Takashi Miike. También sala llena para ver su película Lección del mal, una disectación de la psicosis y la violencia contemporánea, un repaso sobre cómo y por qué nos gusta (o por lo menos no rechazamos) la violencia en los medios y en las noticias, un delirio visual de ultraviolencia a través de personajes que conocemos muy bien, tanto, que Miike se da el lujo de repasar casi todos los filmes de violencia y terror extraídos de la cultura popular de Estados Unidos para convertirse en universales.

El gran acierto de Miike es que extrae esas historias, juega con todos sus clichés, arma todas sus referencias, les da peso e importancia, pero las deconstruye en una cinta brillantemente filmada, desequilibrada con toda la idea de serlo (para variar lo delirante de la propuesta de Miike ocupa más de la mitad de su historia pero aparece casi de manera imperceptible), sangrienta y oscura, negra y pesadillesca. Con su ojo, con su tacto de tatuador imperceptible, en nuestra cara y en nuestra piel Miike repasa desde Carrie y su sangrienta noche de graduación, hasta varias cintas de Tarantino (a quien se le cuestiona hasta el hartazgo sobre la violencia en sus películas) pasando por Caracortada y su leyenda “The World is Yours”; Blade Runner y Roy Batty su cazador infalible; Elephant y los pasillos ensangrentados de Gus van Sant; el cine gore y de acción más emocionante pero también el más ridículo, con héroes de último minuto y extravagantes soluciones finales; y American Psycho (dejando claro que el director de la adaptación de la novela de Easton Ellis siempre debió ser Miike).

El gran acierto es que no hay acusación, no hay moraleja. Lección del mal es eso, un repaso, un recuento, una lista escolar con nombres, citas, frases, imágenes de películas que llevamos en la mente y que Miike saca para armar este tren suicida en el que ningún personaje se salva, en el que todos muestran su lado oscuro a la menor oportunidad y en el que incluso el final reverencia a lo más trillado del cine sangriento occidental. Brutal y divertida.

El gran cierre fue para Harmony Korine con su película Spring Breakers, una especie de canción pop en formato cinematográfico en la que Korine prácticamente repite los esquemas de Kids (la cinta que los lanzó a la fama), pero en un país y círculo social completamente diferente. Por ello, por entrometerse en la vida de chicas americanas promedio, universitarias e inexpertas en todos sentidos, es que su película está inundada de coros, de versos, de loops o bucles que rapean y dibujan más que lo que le sucede a estas chicas, la manera como lo ven y lo entienden, en una superficialidad rosa y peliculesca que le pertenece a la realidad fragmentada del video juego y de la novela pop disfrazada (“50 sombras de Grey”, por ejemplo), más de Britney Spears que de Nine Inch Nails.

Al dibujar el retrato, Korine parece aceptar el desconcertante momento que vive Estados Unidos, ultra juvenil en muchos aspectos y disperso y nebuloso en tantos otros (como el crimen y la violencia) todo en un lenguaje hiperfragmentado, que regresa en tonos psicodélicos a veces como imagen de la distorsión adolescente, a veces como metáfora de la Florida colorida pero violenta, una narración partida en mil pedazos y lanzada al aire. La forma es fondo y el fondo es tan superficial como la canción pop, la capa de pintura de un hotel barato, la filosofía fabricada a partir de miles de ideas que riman pero no dicen nada, las noticias de la tele. Recordar el Boston de abril de 2013 y ver los rostros de los chicos que provocaron todo podría llevarnos al universo que plasma Korine en Spring Breakers, ultra juvenil, ultra fragmentado, donde la violencia no es ni fin ni medio, sino un ingrediente del hoy para hoy. Hay mucho más de lo que hablaremos en su estreno.

Por hoy, a descansar. El que temprano se moja temprano se seca.

Comment (1)

  1. erick, qué chido el que hayas podido ver la nueva peli de harmony korine!!! qué envidia, ojalá llegue pronto al df, y por cierto, veré las lágrimas en el foro de la cineteca!! gracias por las recomendaciones!

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