Marley, crítica

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Marley
Un retrato cariñosamente desencantado
Por Erick Estrada
Cinegarage

Cuando un documental sobre uno de los músicos más conocidos en la historia comienza tan atrás como el momento de auge de la esclavitud que trajo nativos africanos a América para realizar trabajos forzados, uno sabe que no se tratará de una simple carta de amor a alguien que hace música que nos gusta.

El contexto social y en este caso racial, histórico, los golpes que definieron el rostro del país en que nació y se desarrolló un músico deben siempre importar. Si ese músico es Bob Marley, alguien que hizo de su música su militancia y que supo acomodar su militancia en su propia música, todo importa aún más.

Es sabido que las ideas políticas de Marley, que las heridas de su Jamaica natal; que su desorientación surgida de la falta de una imagen paterna y el ser mestizo de Bob (su padre el inglés Norval Marley fue un eterno fantasma en su vida); que el estado de Jamaica, precario, casi de abandono; que las creencias religiosas que adoptó siendo muy joven, las del movimiento rastafari; que mucho de su dolor y de su pensamiento, todo quedó en sus canciones: su manera de hablar de todo ello. Pero también sabemos que no fue música de propuesta simple y llana. Se sabe que entre Marley y Peter Tosh, junto con el resto de los Wailers originales dejaron claro lo que sería el reggae y, por supuesto, lo que representaría.

Por eso es que cuando este documental comienza en las costas del Atlántico africano hablando sobre las condiciones en que viajaban los esclavos, envía una señal de que aquí todo se va a tomar muy en serio.

Este proyecto arrancó bajo la batuta de Martin Scorsese y pasó a manos del no menos talentoso Jonathan Demme cuando el primero dijo que su agenda era demasiado complicada. Al aparecer diferencias creativas entre Demme y el productor del documental Steve Bing fue que se llamó a Kevin Macdonald para terminar la tarea. El resultado, a pesar de lo que pudiera pensarse, es un documento orientado, enfocado, que sabe perfectamente hacia dónde va: un retrato frío, objetivo, nada condescendiente del músico más importante surgido de Jamaica y uno de los mejores en la historia de la humanidad.

A pesar de que el retrato de Bob Marley es frío, el documental es todo lo contrario. Es un trabajo en el que las voces de su familia (prácticamente toda ella) están presentes para hablar de cómo era Bob, de cómo se vivía en Trench Town, de su primer viaje frustado a los Estados Unidos. Están las voces de los amigos, de los músicos que estuvieron con él en la gestación del reggae, en la visita a Jamaica del hombre-santo del rastafarismo Haile Selassie, en las épocas de hambre de los primeros años de su vida y de la de Bob. Están los rostros cansados de los Wailers, como de viejos boxeadores que vuelven al pueblo natal después de haberse maravillado con las luces del universo.

En Marley se ven las arrugas de Peter Tosh y se escucha la voz de Lee “Scratch” Perry, hay música experimental, anécdotas sobre el Do It Yourself jamaicano que entregaba instrumentos como el Rumba Box que después ayudaría en la construcción del reggae. Está el espíritu que declara al reggae como un “Black Rock Act”.

Es un documental cálido pero combativo, que educa a través del sentimiento, que genera atmósferas poco comunes en trabajos de este tipo, que despega humos de admiración a la música más que al músico, pero respetando el lugar de cada uno de ellos. Un documental que habla de la importancia de la músca, no de lo bonito que suena. Un retrato cariñosamente desencantado de Bob Marley.

Marley
(EUA-Reino Unido, 2012)
Dirige: Kevin Macdonald
Con: Bob Marley, Ziggy Marley, Jimmy Cliff, Lee “Scratch” Perry
Fotografía: Mike Eley, Alwin H. Kuchler, Wally Pfister
Duración: 144 min.

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