Godzilla vs Kong, crítica

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Godzilla vs Kong
Mueran los rascacielos
Por Erick Estrada
Cinegarage

Mucha gente dirá que es una exageración decir que el guion de Godzilla vs Kong es inteligente.

Podría serlo por mostrar la existencia de un gorila gigante encerrado en Truman Show (EUA, 1998) y anunciar en menos de 10 minutos (de sus 113 totales ¡toma eso Snyder!) que ese gigantón se va a agarrar a catorrazos con una iguana radioactiva. No va por ahí pues estos animalazos tienen a la imaginación cinematográfica de su lado. Ambos son iconos del cine y en cuanto se apagan la luces, haciendo obvio lo obvio con el nombre de la película, los damos por sentado y no necesitamos las justificaciones de las historias originarias sin importar a qué vertiente nos acerquemos, a la japonesa, la del Kong de hace casi 100 años o la del gigante bailarín perpetrado por Peter Jackson.

Podría serlo porque con una sacudida libre y fugaz echa de nuestra memoria a la anterior película de Godzilla que con todo y su quetzalcoatlicoano capítulo mexicano es un verdadero desperdicio. El guion de Godzilla vs Kong es inteligente (¿mañoso?) por exponer todo lo que necesita (mcguffin tras mcguffin) con tres palabras o menos y eso en medio de este amasijo de imaginaciones y anécdotas hace verosímil su esquelética pero bien calcificada narrativa de sci-fi en busca del estilo Gran Hollywood (revisen el reparto y dense cuenta que la fotografía es de Ben Seresin/Guerra mundial Z).

Apreciada con cerebro medidor Godzilla vs Kong es, efectivamente, un hilo de anécdotas vinculadas cada una a una teoría de la conspiración diferente. La película de Adam Wingard (acostumbrado a unir piezas desproporcionadas sin que se note la rebaba pero que tampoco tiene verdaderos logros cinematográficos) lo admite, se cura en salud y se muerde la cola para empujarse a sí misma.

No busquemos de más en un guion de fácil digestión. Queda en evidencia la diversión puesta en práctica por los cientos y cientos de personas involucradas en la producción (hay que ver la cantidad de videos en slow motion salidos de la película que ruedan por la internet para apreciar los detalles de producción) como lo han evidenciado películas giganfantásticas como esa otra joya de la serie B posmoderna, Megalodón (EUA, 2018). Pero una vez que esa digestión está hecha y que sólo esperamos la tercera caída entre Gojira y Kong habrá que buscar en la imaginación potenciada de su anécdota algo que nos llene el hambre de discurso, del fondo que a final de cuentas sí que tienen estos dos iconos cada uno por separado: Godzilla y su misión a la Thunberg, verde y en defensa del ecosistema, y Kong que es símbolo de las pulsiones desatadas enfrentadas a una “civilización” que busca aniquilarlas.

¿Cuál es ese fondo? Es cosa de dejarse viajar, de ver donde no hay y de permitirse hacerlo. Vamos pues. Simbolizando cada monstruo lo ya dicho, ¿es ese mecha kaiju traidor -obra de un millonario megalomaníaco- la acartonada materialización del capitalismo que busca poseer todo para después … pues… decir que lo posee todo? Nadie nos dice que no y el último encontronazo en la película podría incluso demostrarlo. Si damos a los rascacielos que de manera lastimosa se apropian de los perfiles de las ciudades un significado cercano a esa conclusión ¿son estas peleas demoledoras de ciudades un primitivo, explosivo, dinamitante, primitivista y hasta lúdico reclamo a su presencia y a lo que simbolizan: el mismo capitalismo rampante que aspiracionalmente los construye? Nadie nos lo impide.

¿Al adjudicar estos símbolos a Godzilla vs Kong vamos demasiado lejos? Dos monstruos en rounds que deben verse a todo volumen bien nos dan ese pequeño y no menos divertido permiso, ¿no?

Godzilla vs Kong
(EUA-Australia-Canadá-India, 2021)
Dirige: Adam Wingard
Actúan: Rebecca Hall, Alexander Skarsgård, Eiza González, Demián Bichir
Guion: Eric Pearson, Max Borenstein
Fotografía: Ben Seresin
Duración 113 minutos.

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