In Fabric (Vistiendo la muerte), crítica.

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In Fabric (Vistiendo la muerte) puede verse en Prime Video.

In Fabric (Vistiendo la muerte).
Brujería y perversión

Por Erick Estrada
Cinegarage

A partir de este momento un vestido rojo será el protagonista de un viaje surreal y psicodélico que Peter Strickland acaba de cocinar para nosotros, una mezcla de improbabilidades que solamente puede fraguar con el ojo, el tacto y los cánticos escondidos de un autor de este calibre. Su terror (o por lo menos la exploración que hace de sus mecanismos), las historias que cuenta con esa exploración, se han convertido en reinvenciones frankenstenianas en las que partes de muchas cosas que nadie se atrevería a tocar embonan como si salieran del mismo molde. A partir de ahora un vestido rojo se encargará de demostrarlo todo.

Remasticando los mecánicos encantos de ese terror sonoro y ciego de la no menos estremecedora Berberian Sound Studio (Reino Unido, 2012) y reutilizando mucho del contacto sadomasoquista de la insuperable The Duke of Burgundy (Reino Unido-Hungría, 2014), Peter Strickland reenfoca sus poderes y ahora abre los espacios e ilumina las oscuridades para deconstruir una historia de fantasmas en una tienda departamental, en sus pasillos alfombrados de cotidianidad, en sus bodegas planas y simétricas, entre los maniquíes que vigilan y que son -desde los miedos infantiles- depositarios de almas perdidas, escudos y prisiones interdimensionales. ¿Alguien no lo imaginó jamás?

In Fabric es una leyenda en sí misma, en la forma en la que se escurre entre la mirada. Una leyenda nutrida, como todas, de cientos de ingredientes. Está el amor irremediable que Strickland delata siempre hacia el Giallo italiano, con miradas inmóviles, mujeres protagonistas y cámaras volátiles. Pero hay también mucho del terror fantasmal mexicano, de leyendas (urbanas y no) a las que se une felizmente ese otro terror desquiciado en el que manos mutiladas y juguetes endiablados son autores de atrocidades que derraman sangre rojo italia en las alfombras de apartamentos envueltos en gritos desaforados.

Aquí, en la tienda departamental que sirve de escenario para una maldición suprema, un vestido rojo es el victimario de una serie de personajes que en las nebulosas de la droga demoníaca que Strickland nos obliga a beber de golpe en el enloquecedor arranque de su película, es una especie de símbolo y de sólido mensaje. En la maravillosa ilógica de las realidades que Strickland suele elaborar frente a nosotros, eso será rodeado de atmósferas de cine irreverente que llevarán esta experiencia a los aires y a los olores del cine de stoner funcional que camina en paralelo a las apuestas de Strickland, el de Ben Wheatley, que aquí funge como productor ejecutivo.

Esas atmósferas, hay que insistir, juegan con la idea y la noción de la y las brujas, elementos que aquí nutren una espeluznante -por incomprensible- burbuja en la que se pasean sacerdotes disfrazados de gerentes comerciales, malévolas miradas de sadismo y lujuria sobrenatural, ataques de posesos y mecanismos indescriptibles en los que el tiempo y el espacio se doblan no sólo para el desconcierto inevitable de una narración elegantemente abigarrada como ésta (si alguien ha estilizado el olor acre del terror vulgar y lo ha llevado a niveles de pinturas ultra realistas de expresionismo vampírico, ese es Peter Strickland), sino para hacer de la maldición central de la cinta (ese vestido que hace rechinar los ganchos en los que se siente atrapado dentro del clóset) algo todavía más trascendental.

Para ello In Fabric inyecta todavía más: un aterrador y desquiciado humor -flemático a más no poder- que la coloca en la corriente que debido a su popularidad encabeza ¡Huye! (Japón-EUA, 2017). Así, con ese humor y con las posibilidades que abre In Fabric alcanza aún a dar un latigazo final. Este fantasmal vestido, invariable, indestructible, viajero entre tiempos y dimensiones no sólo es la entrada al inasible pero hipnótico mundo del terror de lo que no se ve pero se siente, de la perspectiva perfecta que se curva para abrir puertas a otros mundos, de la oscuridad que, como en lo mejor del El resplandor (Reino Unido-EUA, 1980), se escurre entre escenarios perfectamente iluminados, un mundo en el que la premeditada (e inofensiva) simetría del cine de Wes Anderson se convierte en un espejo de mundos alternos y que nos transforma en pequeñas Alicias que se pasean entre ellos, descifrando los misterios de las pulsiones humanas más naturales y quizá por ello, más escondidas en las hipócritas mentes del occidente dominante en nuestros días: el conservador, el que cree que comprar, consumir, gastar, es la mejor forma de eliminar esas mismas pulsiones.

En la estupenda suma de improbabilidades que es In FabricPeter Strickland remata, como dijimos, con un golpe extra. La película es también un señalamiento al consumismo, a sus formas, al falso escape que proporciona en una vida como la que se nos ha dicho que hay que llevar y ese vestido es, dentro de todo, la amenaza frontal: la de la opresión de la moda, la de las tallas, la que dice cuándo uno se ve bien sin importar si uno realmente se siente bien.

En pocas palabras, el vestido maldito y la estilizadamente retorcida forma de contar su historia es también la historia de la maldición del vestido y del consumismo. Strickland ha dado en el blanco, de nuevo.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Berberian Sound Studio, dirigida por Peter Strickland.

Vistiendo la muerte
(In Fabric, Reino Unido, 2018)
Dirige: Peter Stickland
Actúan: Gwendoline ChristieHayley SquiresSidse Babetk KnudsenCaroline Catz
Guion: Peter Strickland
Fotografía: Ari Wegner
Duración: 118 min.

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