TIFF 2019: Corpus Christi, crítica de Erick Estrada.

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Corpus Christi
El pecado y el perdón
Por Erick Estrada
TIFF 2019
Cinegarage

El lenguaje visual de Corpus Christi va a ser tan duro como realista y eso, por supuesto, define el tono de esta historia. En la secuencia inicial los encuadres, la profundidad de campo, las acciones que se ejecutan frente a la cámara de Piotr Sobocinski Jr. son de una violencia gráfica brutal en la que a través de una violación un grupo de reos demuestran lo que ellos llaman dominio ante otro, evidentemente sobrepasado por las circunstancias. Uno de estos presos, Daniel, asoma la cara para avisar a sus compañeros si alguien se acerca y así, como cómplice de un acto criminal y violento, es como lo conocemos, en un close up que nos deja saber que de él veremos todo.

Esa escena servirá también para comenzar un juego de percepciones de parte de Jan Komasa (basado en un estupendo guión de Mateusz Pacewicz) en el que el mismo Daniel será parte central pues, poco después de verlo hacerse cómplice de ese asalto lo reubicamos como uno de los consentidos del sacerdote de la prisión quien no sólo lo trata con una consideración que choca con la percepción que tenemos de él, sino que ante nosotros, asombrados aún por lo que acabamos de ver, le da la oportunidad de salir de la prisión y reinsertarse: Daniel saldrá para ir a trabajar a un aserradero al lado de un alejado pueblo en Polonia.

El rostro de Daniel se ha mostrado ya sudoroso y agitado para poco después aparecer ante nosotros marcado por el crucifijo de la misa, una imagen que además de subrayar el choque de este hombre violento y las posibilidades que se le dan, inquieta todavía más cuando al llegar al pueblo y víctima de circunstancias de una comedia de enredos (pero que Komasa presenta con un ingenio inquietante que delata ciertas sombras ante el futuro de quien se cruce en el camino de este hombre) termina por ser confundido con el nuevo sacerdote del lugar.

Komasa nos presenta entonces a un Daniel que parece enfriar la cabeza, urdir un plan, ver una salida y aceptar no de muy buena gana que esa confusión puede cambiar su vida para siempre… Y de hecho eso es lo que ocurre.

A partir de ese momento Daniel comenzará a matizarse con una lucidez tanto dramática como visual que no nos dará respiro ante los giros de una historia que precisamente por eso adquiere una profundidad impresionante y que paso a paso nos aleja del maniqueísmo en que habíamos funcionado.

Daniel, desorientado pero seguro de sí mismo acepta realizar la confesión a la gente del pueblo y desde ahí podemos ver que los secretos serán parte importante de la película, no porque este falso sacerdote pueda utilizarlos como instrumento de poder (aunque lo imaginamos más de una vez) sino porque al conocerlos un evento traumático para el pueblo es colocado en sus manos. Una tragedia ha dividido al pueblo y Daniel, más por empatía humana, más por un cristianismo real que por conerguir algo a cambio decide arreglar la situación.

Lo que Daniel destapa le da el camino a Komasa para desarrollar cuestionamientos a sus personajes que nuevamente le dan cuerpo y sustancia real a su narración. Ya no se trata de un enfrentamiento entre el bien y el mal (aunque podríamos decir que eso ocurre en el interior de varios personajes); tampoco estamos ante una anécdota cercana al thriller en espera de que Daniel sea descubierto (aunque evidentemente eso es parte de lo que flota en los aires de la película). Todo ello es solamente el marco en el que Daniel, sus actos, su rostro marcado de nuevo por un crucifijo que (nuevamente) potencia nuestras ideas sobre él, hablarán de hipocresía (¿puede ser mejor cristiano un delincuente que un ama de casa “convencional”?), de perdón, de culpas y de pecados (¿quiénes merecen perdón?, ¿se puede mentir buscando el bien personal para después impulsar el bien común?); también rondaremos los terrenos del pecado (¿Daniel salva su pasado con el presente que le conocemos?), desmitificaremos la bondad y a “lo bondadoso”, la santidad y por supuesto la inocencia, todo a través de una historia con solidez en su discurso audiovisual: encuadres sin engaños pero con halo y atmósfera, montaje centrado, relajado pero esplendorosamente discursivo.

Corpus Christi es todo eso y más. El conocimiento y reconocimiento de personas y personajes (¿todo merecemos perdón?, ¿hay quien nunca lo obtendrá?, ¿por qué?), el dibujo de la bondad oculta y de la maldad disfrazada de buenas obras; la muestra del poder del odio y de lo que el odio puede provocar. Y al final, el toque trágico, la muestra de que si bien hay esperanza en las prácticas cristianas bien ejecutadas (se trate de la religión que se trate) las buenas acciones no siempre llevan a un buen final.

¿De qué sirven los buenos actos entonces? Komasa nos deja con la prueba  de que puede hacerse algo con ellos, pero que ese algo no necesariamente va a beneficiarnos. La escena final se llena de nuevo de violencia, de terror y de la tremenda sensación de que el perdón no llega para todos y eso nos deja trágicamente conmovidos, algo que no todas las películas son capaces de lograr. El círculo se ha cerrado, pero quienes lo habitan no, su camino no ha terminado.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Cold War, película polaca que al igual que Corpus Christi representó a su país en la búsqueda del Oscar.

Corpus Christi
(Polonia, 2019)
Dirige: Jan Komasa
Actúan: Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Lukasz Simlat, Barbara Kurzaj
Guión: Mateusz Pacewicz
Fotografía: Piotr Sobocinski Jr. 

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