Érase una vez en Hollywood, crítica: “Un cuento especulativo”. Película de la semana.

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Érase una vez en Hollywood
Un cuento especulativo
Por Erick Estrada
Cinegarage

Sobria desde el inicio de parte de uno de los autores visualmente más ebrios que tenemos en el paso del cine del siglo XX al XXI, Érase una vez en Hollywood juega con texturas, formatos, modos del viejo Hollywood y de la nueva televisión. Transita entre lo completamente pop (hay que admirar los pósters y las señales que muy al estilo del Godard/Nueva Ola Quentin Tarantino deja caer entre capítulos y personajes) y lo ranciamente hollywoodense, con sus mañas, sus manías, sus verdades y sus leyendas. Es decir, más en lo soberano de su montaje que en lo anecdótico Tarantino propone de nuevo un cambio de rumbo pues sabe, intuye, escucha o quizá previene que ya no es el enfant terrible que escribió Perros de reserva (EUA, 1992).

En este montaje malabarista, ejecutado con calma pero con cierto sadismo hacia quien ve (sadismo del que se disfruta) las historias que se cruzan son sencillas y elementales, pero la idea que entregarán tras dos horas de desarrollo es tan grande y tan romántica que resulta ineludible.

En primer lugar tenemos a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), actor de la vieja guardia que en la brecha generacional abierta en los años sesenta se encuentra desplazado (“¡Malditos hippies!”), en decadencia, sin ver que sus habilidades sean aprovechadas y forzado a trabajar en spaghetti westerns, un género al que considera menor. Es un purista sumergido en lo impuro.

En segundo lugar está su doble, Cliff Booth (Brad Pitt), un veterano de la guerra que descubre que sus habilidades en el combate le ayudarán ejecutando las escenas de riesgo que Rick tiene que evitar. Lo poco que queda de la gloria de Rick cae hacia Cliff en una especie de intercambio decadente en el que la vida del doble brilla en el lujoso bar del actor aunque después deba refugiarse en su propio terreno, una camper estacionada en el traspatio de un autocinema: incluso esa pantalla está negada para alguien capaz de noquear al mismo Bruce Lee en un set de televisión. Él nunca será quien brille, es un realista atrapado en la realidad.

El tercer eje del entramado es Sharon Tate, una joven actriz que ve cómo su carrera asciende aunque atada a un lastre que quizá le impida hacerlo tan rápidamente como ella quisiera: aunque está casada con Roman Polanski con quien acaba de filmar la que quizá sea la mejor película de su joven carrera y sin embargo los papeles que se le ofrecen (incluyendo La danza de los vampiros) son los de la cara bonita en sexy comedias hip para las que, sin embargo, ella se prepara lo mejor que puede, incluso entrenando con el mismo Bruce Lee para una escena de pelea. Ella es el coqueteo con el futuro (está embarazada).

Tate, el único personaje real de esta trinidad es al mismo tiempo el nudo en el que se une la cuerda de la ficción de primer plano de Rick y la fuerza detrás de cámaras de Cliff para que a partir de ahí crucen planos y realidades con un sorprendente resultado.

¿Cómo es que estos tres personajes terminan uniendo planos existenciales? Con el amor que Tarantino le ha declarado al cine desde que comenzó a escribir y con la aceptación explícita de que el cine ha podido, puede y podrá siempre (y afortunadamente) manipular a la realidad. No hay siquiera necesidad de parar en la circunstancial unión de estos personajes (el actor que desciende, la actriz que asciende) en Cielo Drive, escenario del animal asesinato de Tate y sus amigos en el 1969 en que está ambientada Érase una vez en Hollywood. En lo que hay que detenerse es en el tejido de circunstancias que acercan a estos personajes. La ficción colada a la realidad al asomarnos tras bambalinas, la entrada al capítulo de tele con Rick ejecutando su escena y el sadismo con que Tarantino nos saca de ella con Rick olvidando sus diálogos mientras la cámara vuelve a su posición (¿qué es más real y satisfactorio para Rick?, ¿la realidad de su personaje o la de él siendo el mejor personaje?, ¿la nuestra desde este plano viendo cómo desarrolla a su personaje?). Lo vemos con Cliff recorriendo el peligroso terreno de Spahn Ranch, un set de filmación ahora abandonado (el primer plano nunca será de él) pero del que surgirá una de las peores realidades de Hollywood: la matanza de Cielo Drive. Lo vemos al encontrarnos con Sharon Tate que revisa sus películas en un cine común y corriente, escondida en la oscuridad, hundido su personaje en una comedia casi intrascendente pero con la actriz detectando la respuesta correcta del público ante su trabajo. Es la actriz viendo que es actriz disfrutando que es actriz todo al cuadrado pues en la pantalla vemos a la Sharon Tate real de The Wrecking Crew (EUA, 1968).

Con Cliff atrapado en el set abandonado, Rick sacando brillo a la pantalla chica y Tate demostrándose inteligente y romántica, Tarantino une los destinos de los personajes mucho antes de su desenlace y se apropia de la historia como lo hizo en Bastardos sin gloria (Alemania-EUA, 2009) y su desenlace a fuego: la realidad real no es tan buena como la realidad que deseamos y él desea al parecer desde hace mucho, otra realidad para el cine, sus símbolos y en especial para estos tres personajes.

En el desenlace de este cuento especulativo que es Érase una vez en Hollywood Tarantino logra mucho. Más allá de la lista de momentos de inspiración que regala a diestra y siniestra (los encuentros tan distintos pero significativos de Cliff y Rick con dos mujeres mucho más jóvenes que ellos, Tate bailando en la Playboy Mansion al lado de Mama Cass y que es desde donde Tarantino comienza a salvar a Sharon y a su memoria, símbolo de lo que pudo ser mejor); más allá de ese torrente que en otras películas es verborrea literal y que aquí es cascada de memorias y referencias (el radio lanza señales, la tele lanza señales, las revistas lanzan señales), Tarantino se da tiempo de acusar a los medios por la forma en que abordaron la tragedia de Cielo Drive (y de la que acaba de apropiarse); señala también el otro lado de esa tragedia al mostrar a la “Familia Manson” –Tex Watson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel, Linda Kasabian– como víctimas (¿voluntarias?) de un sistema de opresión y del ansia de aceptación que, como casi todos, les resultaba invisible a ellas mismas antes que a Tex; en medio de ello está presente el término del sueño hippie, ejecutado en el encuentro entre el viaje en ácido y la tormenta de sangre que desató la “Familia Manson”. Los mitos dentro del mito.

Y el remate es el nudo que se deshace como hecho de seda una vez que estos tres caminos se han cruzado tras una enorme lista de improbabilidades, todo obra del montaje y la atmósfera. Tres historias que son tres películas que son todas las películas, las que hemos visto y las que veremos. ¿Es Érase una vez en Hollywood el llanto enamorado tras la tragedia de los tiempos idos? Sí, pero es también el rescate de la memoria de esos tiempos idos, el “nunca volveremos a ellos pero sabemos que de ellos venimos” de uno de los autores que nos ha dicho una y otra vez, desde fines del siglo XX y en lo que llevamos del XXI, que el cine es la realidad en la que quiere vivir y que al vivir en esa realidad, tanto él como nosotros, tendremos siempre mejores momentos. El cine es mejor que la vida dijo Emilio García Riera. Lo es y la muestra es esta gran historia de Quentin Tarantino.

CONOCE MÁS. Aquí encuentran el episodio de Estreno que habla de los 10 aciertos y los 10 errores de Los ocho más odiados, dirigida por Quentin Tarantino.

Érase una vez en Hollywood
(Once Upon A Time in Hollywood, Reino Unido-EUA-China, 2019
Dirige: Quentin Tarantino
Actúan: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Luke Perry
Guion: Quentin Tarantino
Fotografía: Robert Richardson
Duración: 159 minutos. 

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