Tres rostros, crítica a la película de Jafar Panahi. Película de la semana.

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Tres rostros
La historia oculta
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un suicidio a cuadro. Una llamada de atención desde los terrenos en los que toda mentira puede convertirse en realidad: los pixeles que trabajan en la cámara de un teléfono inteligente.

Un suicidio a cuadro. Una llamada de atención desde los terrenos en los que toda mentira puede convertirse en realidad dentro de un medio al que estamos acostumbrados a creerle todo sabiendo que nada es real: el cine.

Un suicidio a cuadro desencadena una aventura con rostros reales. El director Jafar Panahi se interpreta a sí mismo acompañado de la actriz Behnaz Jafari (que se interpreta a sí misma) se lanzan en busca de la chica que cometió suicidio a cuadro solicitando la ayuda de Jafari para convertirse en actriz. Esa aspirante a actriz ¿es real o es parte de la ficción que se cuela a través de los pixeles a la realidad de Panahi que la busca mientras dirige la película?

Un suicidio a cuadro parece ser la llave de este road trip dentro de un pueblo en el que director y actriz entran en una especie de psicodrama nacional y que poco a poco desvela sus intenciones, las de sumirnos en un estado de vigilia que haga rebotar nuestra conciencia entre lo real de un lado de la historia y lo ficticio del otro. Borrar esas fronteras es el plan final de este ejercicio creativo para que el mensaje se incepcione en nuestra memoria que a su vez lo guardará en la doble caja de lo que se recuerda por ser importante y lo que se recuerda por ser interesante. Si ello ayuda a la censura contra la que Panahi pelea desde hace años para narrar sus inquietudes, es otro tema, lejano pero insertado en esta propuesta.

Tres rostros aborda y somete a estos dos personajes (y que a su vez se dedican a fabricar ficciones) y los orilla en consecuencia a recorrer un laberinto para averiguar si el suicidio a cuadro que desató todo fue (o es… o será) real y también para saber por qué están ahí, por qué su realidad se ha mezclado con la realidad de la ficción en que los encontramos, como entrando a un sueño, como encerrados en lo surreal del tiempo desvanecido: ¿vemos lo que ocurrió, lo que ocurre o lo que va a ocurrir?

Ese juego de su(meta)rrealidades deja que Panahi elabore una narración sugerente y en él se encuentran contradicciones y verdades en las que los directores se vuelven actores y viceversa (esas secuencias en la que Panahi recibe instrucciones para moverse dentro de su propia narración) y en la que los actores se quejan de los directores.

Por si fuera poco, seguir la línea del suicidio a cuadro, de todo lo que desencadena, tira de una hebra más que se anuda con las desarrolladas en primera instancia para sacar a la superficie ideas que de tan sutiles pueden pasar inadvertidas pero que debieron ser puestas así en la pantalla del cine, de una tele, de un teléfono (vayan ustedes a saber para qué medio pensó todo esto Panahi) para sortear una censura que a veces alcanza el grado de mortal. Al mantener la línea para encontrar a la actriz suicida, Jafari, la actriz real que trabaja aquí en una ficción prohibida, se encuentra con una actriz madura que ha decidido dejar de serlo (aunque está presente como actriz en esta casi no película), de abandonar el sueño que llevó a la muerte a una y que tiene confundida a la otra.

¿Hablamos entonces de mujeres? ¿Esta búsqueda y desencuentros con una y con otra son un símbolo más de esta película que no debería ser? ¿Es el símbolo de lo que es, son o serán las mujeres en un país como Irán? ¿Son esos los tres rostros que se buscan desde el nombre de la película y que nunca veremos juntos para subrayar la idea de la búsqueda?

Si ello es así, Panahi concreta entonces a ese famoso psicodrama nacional: debajo, muy debajo de esta búsqueda de búsquedas, se nos sugiere en la ya muy frágil línea entre lo que es y lo que puede ser el retrato de un país que se interpreta a sí mismo casi sin darse cuenta, como lo hicieran con mecanismos más de impacto pero igualmente potentes Joshua Oppenheimer, Christine Cynn y el director anónimo (el juego es inversamente proporcional) en la violenta aventura de The Act of Killing (Reino Unido-Dinamarca-Noruega, 2012).

Ahora el país es Irán y en sus secuencias (actuadas, inventadas, improvisadas, montadas, descontextualizadas, pantallas en las que Irán se proyecta como una película en la que no pasa nada de lo que debe pasar) chocan su machismo enraizado (la secuencia del prepucio mágico es tan surreal que rebota a una realidad inverosímil) y la opresión hacia las mujeres, a las que se les prohíbe el camino (los hombres tienen mecanismos para abrirlos, real y metafóricamente, como el Alí Babá que hemos conocido siempre), a las que se les señala por dónde andar (al final Jafari hace lo que Panahi le indica) o las que han abandonado la lucha y se esconden en medio de una sociedad que sigue estigmatizándolas.

La fábula de la fábula. Tres rostros es así, casi sin dotarse de herramientas pero usando todas las que tiene a la mano (la ficción y los extremos a los que puede extenderse), lanza un discurso que es a la vez llamada de atención y grito de auxilio. Las mujeres que fueron, que son y que pueden ser (en Irán y en el resto del mundo) viven bajo un régimen opresor desde el aspecto político -de ahí que estos personajes que son interpretados por ellos mismos sean un retrato del Irán que fue y que será si es que no cambian las cosas- y desde el aspecto social: en estos sistemas (presentes en todo el mundo bajo distintos nombres) las mujeres siguen siendo humanos de segunda que tienen que recorrer a escondidas el camino de los hombres dotados desde siempre con las claves que abren la puerta.

El extra es que aquí Panahi es al mismo tiempo la Sherezada que cuenta la historia y el Alí Babá que sabiendo abrir la puerta del tesoro, saca de él la joya necesaria e indispensable que necesita ser vista ahí, ahora y mañana.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Taxi Teherán, dirigida por Jafar Panahi.

Tres rostros
(Se rokh, Irán, 2018)
Dirige: Jafar Panahi
Actúan: Jafar Panahi, Behnaz Jafari, Marziyeh Rezaei, Maedeh Erteghaei
Guión: Jafar Panahi, Nader Saelvar
Fotografía: Amin Jafari
Duración: 100 minutos.

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