Destrucción (Destroyer), crítica

0

Crítica de Destrucción.
El animal herido
CIFF 2018
Por Erick Estrada
Cinegarage

Detrás del auto de Erin Bell unos chicos rebotan en sus patinetas sin lograr el truco final que los enviará a casa satisfechos y emocionados. Ella los mira por el retrovisor, debajo de un puente. La ciudad de Los Angeles nos pesa como el Sol que encoge al mínimo las pupilas de esta detective policial. Todo es demasiado.

Y todo es demasiado porque Karyn Kusama también está a punto de realizar un truco que sabe a thriller y que debajo inyecta una apuesta que lo propulsa a donde muy pocos han llegado, a la originalidad en tiempos de globalización.

¿Qué tan original puede ser Destrucción, un thriller en el que un animal herido como Erin Bell vuelve a un viejo caso que probablemente debió mantenerse cerrado pero que regresa a la superficie en coágulos de traiciones y matanzas?

Primero, Kusama desmenuza el guion de Matt Manfredi -de quien honestamente sólo vale la pena recordar su guion para La invitación (EUA, 2015)- para elaborar con él un tejido abrumador de flashbacks que en la memoria alcoholizada de Erin (hay recuerdos que merecen ser diluidos en whisky) se nos mezclan y nos engañan, nos obligan a leer y reelaborar la línea del tiempo para tratar de entrar a la personalidad de esta detective: adolorida, una policía que ha vivido demasiado y para quien la experiencia es su condena. Todo es demasiado.

Después Kusama agrega los ingredientes elementales (pero no sencillos) del thriller más tradicional y Bell adquiere con cada fotograma, con cada capa de sus memorias atiborradas de alcohol, la figura del personaje hard boiled por excelencia: es una detective dura que sabe que sus entrañas se caen pedazo a pedazo sin que nadie excepto ella pueda darse cuenta.

A ello contribuyen por supuesto dos elementos centrales que le dan, justo ahí, el toque original a este apabullante cuento ocre, sangrante y doliente. Primero la vida emocional que da sentido a los personajes hard boiled pero aquí redondeado con la maternidad de Erin, maternidad que se atraviesa en su carrera pero que le es indispensable para sobrevivirla. Su hija es un imán poderosísimo que un thriller menos comprometido habría utilizado como lancha salvavidas con la cual una atormentada policía renuncia a todo (incluyendo su vida sentimental) para alejarse de este infierno de casos muertos que resucitan y memorias que punzan el corazón y el orgullo.

Kusama hace todo lo contrario. Buscando entre la venganza (sentimental y justiciera) y la resolución de un caso que la policía quiere enterrar del todo, hace que Erin adopte el caso como uno personal (¿no han hecho eso los mejores thrillers de la historia?) pero sin decirnos del todo por qué. La jugada maestra es que usa a su hija para desenmarañar las memorias que la atormentan pero que al mismo tiempo la impulsan a solucionar este caso que a veces, cada vez más, revela una cara oscura y dura, no oculta pero sí disfrazada.

Todo es demasiado incluso para una agente que lo ha visto todo, que lo ha vivido todo, que ha respirado los aires del infierno y que al hacerlo ha sido señalada como traidora por las víctimas de su investigación (trabajar de encubierta desató animales que nunca debieron haber nacido) y como incapaz por el cuerpo policial que la vio “fracasar” en un caso que probablemente en el terreno sentimental llegó más lejos de lo necesario.

¿Será que por un lado los investigados ven la traición como natural cuando viene de una mujer y que los colegas de Erin creen que un agente masculino no habría cometido esos “errores”? Kusama no lo dice, pero mezcla el olor de esta pregunta con los gases que ahogan el alma de Erin.

 

Desgastada, deslavada, carcomida por buscar el bien, Erin ha visto una salida en la que tiene que repasar cada uno de los pasos que la han llevado hasta donde está, frente a un caso que la enfrenta a sus fantasmas, a sus errores, a sus pecados, a sus sentimientos y que le entromete a una hija que, desde nuestra perspectiva obnubilada por los viajes en el tiempo del montaje de la película, parece más un ingrediente extra de este pedregoso laberinto antes que una puerta de salida.

Este no es un thriller convencional, no sólo porque Erin vive de nuevo su infierno frente a nosotros, sino porque lo hace para aniquilar a ese infierno cuando este se encuetra en su clímax.

Erin es un animal herido, un perro callejero para el que todo es demasiado y que se ha dado cuenta que en su vida, empedrada de sacrificios, sólo uno podrá redimirla. El infierno del policía en un mundo como el nuestro. Ese sacrificio cruza la mirada de Erin, pupilas encogidas, sol a plomo, quien hoy ve cómo la justicia y la venganza se aparean en las calles de su durísima ciudad.

En su retrovisor unos chicos en patineta buscan concretar un truco y salir satisfechos de debajo de ese puente. Parece fácil, pero dar el giro final, hacer el disparo certero, caer de pie sobre cuatro ruedas, sólo lo hacen quienes han respirado los aires del infierno.

Erin lo sabe y Kusama sabe y demuestra con esta historia y con su forma (un montaje sorprendente de engaños y contrapuertas) que nada de lo que hemos visto tendría credibilidad alguna si su personaje central no fuera mujer y madre. Ahí el mayor gesto de originalidad de este contundente y violento thriller.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Cómo enamorar a una chica punk en la que aparece Nicole Kidman, protagonista.

Destrucción
(Destroyer, EUA, 2018)
Dirige: Karyn Kusama
Actúan: Nicole Kidman, Tatiana Maslani, Toby Kebbell, Sebastian Stan
Guion: Phil Matt, Matt Manfredi
Fotografía: Julie Kirkwood
Duración: 123 minutos.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *