Las críticas FICM 2018 3. Competencia mexicana, Belmonte, Chris the Swiss.

0

Estas son las críticas FICM 2018 3 de parte de Erick Estrda. En el tercer día del festival revisó Asfixia (Kenya márqiez), Antes del olvido (iria Gómes Concheiro), La camarista (Lila Avilés), Chris the Swiss (Anja Kofmel) y Belmonte (Federico Veiroj).

CONOCE MÁS. Esta fue la segunda entrega de críticas de Erick Estrada desde el FICM 2018: Leona (Isaac Cherem), Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella), Beautiful Boy (Felix van Groeningen) y Cold War (Pawel Pawlikowski).

 

Asfixia
Entre el respiro y la hipocondria
Por Erick Estrada
FICM 2018
Cinegarage

Una puerta se abre y de ella, de la prisión, sale Alma, un punto blanco en medio del caos de una ciudad que se derrumba entre sus propios cimientos y un móvil de luz en medio del caos al que ella misma se introduce. Desde ese momento y con un ritmo calmo, nunca pasivo pero sin ningún tipo de apuros, comenzaremos a ver las cosas como ella.

Kenya Márquez ha cambiado el tono y el timbre de su anterior narración (la comedia negra Fecha de caducidad) para introducirnos a un diálogo de aires encerrados entre dos personajes que se hallan completamente fuera de lugar. Es en ese nuevo tono y en ese nuevo timbre que Márquez logra meternos en los ojos de Alma y enseñarnos lo post apocalíptico y casi atemporal (espeluznantemente atemporal) de una Ciudad de México que recibe a una exconvicta.

Sí, sabremos por qué Alma estuvo en la cárcel. Veremos las consecuencias de haber pisado la prisión en una sociedad tan hipócrita como la mexicana: a Alma se le niega la posibilidad de un nuevo trabajo, se le señala, se le estigmatiza. También conoceremos la búsqueda que realiza -la de su antigua pareja- para entonces reencontrarse con su hija. Y ahí tendremos por supuesto material suficiente para sujetarnos a una historia humana y universal (sin estridencias ni rechinidos) en la que mucho del ser y sentir del mexicano urbano se plasma con tino.

De la misma forma todo está enmarcado en una fotografía lúcida, no sólo por acompañar la evolución de Alma de pequeño punto de luz a una especie de faro en la ciudad que amenaza con comérsela, sino porque la une con el otro personaje de forma interesante y efectiva. Alma conoce a Clemente, un hipocondriaco que suma la superstición a su propia decadencia (entre tanta enfermedad imaginaria algo lo está matando de verdad) y que en consecuencia ve a Alma como una aparición celestial que probablemente no viene a salvarlo, sino solamente a acompañarlo en su camino a la muerte. En consecuencia la luz, las luces, las sombras, son azules, reconfortantes, igualmente celestiales, pero también probablemente gélidas como las de la morgue.

Sin embargo, el verdadero interés de Asfixia está un poco más abajo, en la evolución de Clemente y de Alma (especialmente de esta última) de personajes encerrados que amplían sus espacios, internos y externos.

Centrados en Alma (Clemente se nos pierde un poco en su propio abandono), es ella la que buscando el respiro que el hipocondriaco se niega temiendo morir de apnea del sueño (su asfixia personal), sale del espacio reducido de la prisión para sustituirlo por un minúsculo cuartucho de azotea. Ahí el aire es insuficiente y en la búsqueda de su hija, Alma sigue ampliando sus espacios, primero a través de Clemente (la casa enferma del que cree que está enfermo) y después al deshacerse de Conchita su mejor amiga (estupenda Mónica del Carmen), que cuenta con una interesantísima historia que balancea la propuesta de Asfixia contraponiendo a una mujer que busca abrir sus espacios con la historia de otra que parece cerrárselos a ella misma y a propósito en busca de algo que ni siquiera ella puede definir.

Asfixia desarrolla entonces el símbolo de una mujer en busca de muchas cosas. Primero, de su propia dignidad, de convertirse en un punto de luz para dejar de ser un punto sin color (y en ello está también la idea del estigma de haber pasado tiempo en la cárcel). También está la búsqueda de su hija para quien efectivamente se ha convertido en un poste de luz y quien parece será finalmente quien la ayude a encontrar el espacio que tanto necesita.

El encuadre final de la película es entonces la marca que nos dice si Alma logró su cometido y que también describe la dureza de la búsqueda: de asfixia muere quien no tiene aire y en ese encuadre hay un mar de aire al que Alma mira, pero también un universo sin él debajo de ella.

 

Antes del olvido
La otra vecindad del cine mexicano
Por Erick Estrada
FICM 2018
Cinegarage

Ganar tiempo. Los personajes de Iria Gómez Concheiro necesitan ganar tiempo para evitar el desalojo inminente de los cuartos que rentan en una vecindad del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Nicaragua 15.

Las calles de la otra Ciudad de México, las del centro que fue olvidado a propósito hasta que fue posible gentrificarlo, están impregnadas en el el patio y las casas de Nicaragua 15 con una aventura valiente que por momentos parece carecer de una historia lineal y definida y que se deja ir en consecuencia sobre un mosaico de emociones encontradas y complementarias al mismo tiempo.

Poco a poco, Antes del olvido nos mete al patio, al portal, a la azotea de la calle de Nicaragua 15 para reconciliarnos con la imagen y la idea de la vecindad chilanga, pero aquí transformada en algo muy distinto a lo que se ha presentado en innumerables películas mexicanas. En la historia del desalojo, de la reacción de los vecinos, de la resistencia necesaria ante la gentrificación (“quieren convertir la vecindad en un centro comercial con restaurantes a los que nadie viene”), de sus uniones y del encierro al que se someten para que la policía los deje en paz, los personajes de Antes del olvido necesitan tiempo y en ese tiempo Gómez Concheiro transforma a la vecindad del cine mexicano en algo tremendamente novedoso para los estándares del cine de ficción. ¿Pasamos de la alegría en medio de la desgracia de la introducción de Nosotros lo pobres (México, 1948) al desmadre contenido en su tragedia (algo del amontonamiento de Mecánica nacional se deja saborear en algunos travellings de la película), en la posibilidad de perderlo todo de Antes del olvido? ¿Saltamos de aquel patio navideño de demonios borrachos y pastorelas en La ilusión viaja en tranvía (México, 1954) a la transmisión radial de la pelea del boxeador del barrio que aquí coreografía Gómez Concheiro? Por lo menos hay una pequeña redefinición del espacio y un abordaje igualmente brillante a sus personajes, a sus acentos, a sus formas, a sus vicios, su luces y oscuridades. Está el mismo interés de exploración de los dolores, de la vida del barrio y la necesidad de hablar de ese espacio desde estos tiempos que parecían querer ignorarlos u olvidarlos, como Elvira, interesantísimo personaje que nos lleva de repente al pasado, a otras e igualmente difíciles historias de desalojos, de ataques a quienes viven la ciudad y que comienza a olvidar lo inmediato para recordar lo necesario: la resistencia.

Este desfile de historias, de personajes, de gente común y corriente a la que la ciudad abandona poco a poco (y nos arrepentiremos) está enmarcado con ojo ingenioso y cariñoso, un montaje de acciones y de situaciones, de rostros que en la ficción delatan una realidad brutal… o una brutal realidad en la que no faltan los detalles entrañables y crudos encapsulados en las consecuencias de esa pelea de box (¿hay mejor símbolo de lo que es el barrio mexicano que un boxeador?) que los vecinos hacinados pero organizados escuchan por un radio que apenas resiste su propio peso… como la memoria.

Antiguos palacios convertidos en colmenas en las que vive la gente que hace ciudad, que hace a la Ciudad, que vive la ciudad, así son las vecindades a las que Antes del olvido levanta una carta de amor solidario, fraterno y hasta carnal, antes de que se conviertan en habitáculos de albergue de gente dispuesta a vivir en Nicaragua 15 sin saber ni conocer su historia, sin querer abrir la puerta al otro, sin salir del cuarto por el que pueden pagar más que nadie. El patio es aquí y entonces un personaje tácito, indispensable, insuperable.

Antes del olvido es pertinente contar estas historias. Muy pertinente.

 

La camarista
El esqueleto de la comodidad
Por Erick Estrada
FICM 2018
CInegarage

A lo largo de varios y pesados años el cine contemplativo plantó su bandera en el cine internacional e hizo lo propio en el mexicano, en donde aparecieron apuestas vacías, desligadas del público, en las que se confiaba en que el contenido llegaría por sus propios medios a sus paralíticas cámaras.

Muchos años el cine mexicano padeció los desvaríos vacuos de películas que al no querer narrar disfrazaban en la peligrosa forma minimalista los encuadres que el espectador llenaba a fuerza de sobrevivir la experiencia. Ahora el rumbo ha cambiado, tanto que incluso propuestas contemplativas comienzan a darle sentido a los planos largos y a veces forzados del cine que restringe su lenguaje en busca de una profundidad distinta. La camarista es probablemente uno de los mejores ejemplos de ello.

En la película Lila Avilés (acompañada del también debutante en el guión de largometraje Juan Carlos Marquéz) prácticamente esculpe un personaje que en el minimal lenguaje de su película se abre y se transforma no sin dificultades pero con una eficacia digna de admirarse.

La camarista es Evelia. Su lugar de trabajo es, claro un hotel, cualquier hotel, el hotel. A golpe de pausas, de llamadas a su casa (en donde su hijo de 4 años a veces habla con ella en el teléfono), de algunas confesiones silenciosas, Evelia se presenta ante nosotros de dos formas que la película encapsula con precisión.

Primero, conocemos a la persona, una mujer viva, con ideas, esperanzas y planes pero que choca frontalmente con la trabajadora, obligada a esconder su cuerpo (lúcida la revelación que de ese cuerpo fabrica Avilés), sus ideas, sus emociones y sus frustraciones. Al descubrir a la trabajadora aparece también la parte más interesante y propositiva de la escueta narración de Avilés. Evelia es la encarnación de muchos y muchas que trabajan en el famoso sector de la hostelería, impulsado por el gran capital que lo vende a quien lo usa y a quien se emplea en él como una fuente de trabajo digno. Como todos los trabajos, es en efecto uno decente, pero en los surcos que Evelia muestra en sus tránsitos por el hotel se deja ver el otro lado, el de la esclavización física y espiritual que se hace en estos negocios, reinterpretaciones de la antigua y nefasta hacienda mexicana en la que la raya es el anzuelo que atrae y el ancla que sujeta a los trabajadores. En este hotel el trueque es la relación comercial entre los trabajadores y los “beneficios” (la ducha, la comida, una cama) lo que los obliga a quedarse.

De cualquier forma Avilés insiste en ello sólo lo necesario y eso, combinado con la insistencia de sus encuadres en el rostro de Evelia, subraya su importancia, muestra sus cambios y le da escape a las emociones y las frustraciones que debe esconder ante los clientes de hotel, verdadero zoológico de animales y desconocidos que, desde la óptica de esta camarista, parecen muy lejanos, llegados de otro planeta, el planeta del hotel de lujo en el que ellos habitan, prohibido para Evelia quien debe moverse en el esqueleto de ese mismo hotel, detrás de las paredes, callada y fantasmal. Un hotel que además es dibujado (porque seguramente así es) como una estructura opresora digna de High Rise (Reino Unido-Bélgica-Islandia, 2015) en donde quien se encarga de los pisos superiores obtiene mejores beneficios (quizá no necesariamente económicos) que quienes limpian y ordenan el también inconsciente desorden de los pisos inferiores.

La cámara está en Evelia, exprime sus gestos, nos obliga a verla porque sabemos que al aire libre la veremos pequeña y minúscula (esa bonita secuencia en la azotea del rascacielos que es el hotel donde trabaja). La cámara quiere que veamos su anhelo por las pequeñas recompensas que son, a final de cuentas, sobras de quienes visitan el edificio (el vestido negado insistentemente, el sueño de la Cenicienta), que imaginemos la lejana casa a la que llama cada noche y a la que, esclavizada como está, no puede ir.

La cámara insiste en el rostro y en el cuerpo de Evelia porque Avilés sabe que al salir del hotel la olvidaremos, como a tantas y tantos camaristas que se mueven silenciosas, oprimidas, secretamente en el esqueleto de un hotel, de cualquier hotel.

El cine minimal da aquí un buen ejemplo de cómo puede contarse una historia con sus herramientas. Ello no impide, sin embargo, imaginar que con una mejor dosis de gramática cinematográfica (hay encuadres enrarecidos por la inmovilidad de la cámara) este grito en susurro habría sido una maravillosa bomba teledirigida.
El mensaje, de cualquier forma, ha sido entregado y ha llegado con poder, poder e incluso cierta elegancia.

 

Chris the Swiss
El descubrimiento de la oscuridad
Por Erick Estrada
FICM 2018
Cinegarage

Anja Kofmel se aventura a una planicie, una que le dice (y que le han dicho que dice) que su primo favorito, el que despedía “un fuerte aroma de aventura”, ha muerto. Ella, a través de una forma armoniosa decide ir en busca de la memoria de ese hombre, de lo que lo empujó a estar solo en esa planicie a enfrentarse a fuerzas oscuras, a experimentar el límite de la realidad para reinterpretarla a través de su trabajo: Chris, su primo, abandonó Suiza para pelear en la guerra de la ex Yugoslavia a fines del siglo XX. Chris murió en esa guerra.

Lo que Kofmel descubre en este viaje en busca de lo ocurrido a Chris es abrumador, pero ella decide mostrarlo con una forma alucinante en la que se combinan, desde cuatro costados, las entrevistas que realizó con las últimas personas que lo vieron con vida, las suposiciones que ella hace en los huecos que deja la información de las entrevistas y de las notas de su primo (y que ella presenta ficcionadas en una micro historia animada), la historia registrada mundialmente en libros y periódicos y los descubrimientos que de esa guerra y de quienes la pelearon hace ella misma a través de la investigación.

Son cuatro vertientes que en Chris the Swiss (infortunado apodo aplicado a su primo en la negra circunstancia de la guerra) se ligan elegantemente para hundirnos en esa información que aparece a golpe de martillo no para abrumarnos con su violencia sino provocar que la veamos casi con los ojos infantiles que lloraron la pérdida de ese ídolo familiar.

Y sí, encerrado en esa impecable forma, animación con entrevistas, apuntes e historia, blanco y negro y crudísimo color que delata los golpes de la guerra, está todo: el extraño camino que Chris decidió emprender desde su apacible Suiza a la guerra en la ex Yugoslavia, el aparente y durísimo rompimiento con los valores de su familia para relacionarse con los peores mercenarios que el cine ha presentado en muchos años. Está la sospecha de que Chris se hubiese convertido en espía, en doble agente, en suicida, en poeta, en loco, partes que hay que imaginar cada que aparece un hueco en la información y que la película provoca con sus segmentos animados.

Juego de narraciones, juego de ficciones, fuerza en la narración, Kofmel (a quien da voz Megan Gay para entender lo ocurrido y conocer los apuntes de Chris) abre una puerta a la vez y en cada una descubre  oscuridades todavía más profundas primero en el juego de los corresponsales de guerra (todo un tema muchas veces retratado en el cine), después en la niebla de la guerra, las guerras sucias, el tráfico y la venta de armas y las insanas manos que procuran intereses de las altas cúpulas empresariales y religiosas (el pequeño capítulo sobre el Opus Dei resulta estremecedor y muy indignante) pisoteando la humanidad de quienes osan atravesarse en el camino.

Así, en este poderoso documental lleno de retruécanos que oscurecen cada vez más el pozo de inhumanidades a donde nos ha llevado Kofmel, ella misma se va transformando. En el surgimiento de verdades crueles, de locuras, en la sugerencia de atrocidades aún peores que surgen pestilentemente de las certezas de esta historia, se pierde mucho de esperanza, se desconfía cada vez más de la humanidad. Pero también vemos ahí cómo este aterrador road movie (Kofmel viaja a donde supuestamente estuvo su primo) transforma a esta narradora en algo en lo que nunca sospechó convertirse. Más allá de la pérdida de su inocencia (una cosa es buscar al primo perdido y otra descubrir los hilos de la nefasta ultraderecha universal en guerras que no debieron ocurrir jamás), quien narra ha reencontrado a su ser humano favorito pero al reconstruir y hacer homenaje a su memoria, pierde en la mirada la esperanza en el resto de la humanidad.
La planicie en la que murió Chris era en realidad un campo minado cubierto de nieve.

 

Belmonte
El sufrimiento absurdo
Por Erick Estrada
FICM 2018
Cinegarage

Hay un grave problema con Belmonte y no hablamos del personaje presentado a tientas por Federico Veiroj, un padre en crisis existencial que sabe que está en crisis existencial y que pretende que todo mundo se entere de que está en crisis existencial. Hablamos de la película en sí montada en el apodo, apellido, señal, marca, estigma de este hombre en derrumbe moral. Belmonte, el personaje, no quiere ser contado y en consecuencia la película se enfrenta constantemente a él (y por lo tanto a ella misma), para dar algo de sentido cinematográfico a los sufrimientos (prácticamente autoimpuestos) de su personaje insignia.

Siguiendo a ese hombre que quiere desaparecer (no sabemos por qué y no tendríamos que preguntárnoslo si en la película existiera algún discurso audiovisual que nos hiciera imaginarlo), la película se abandona en su contemplación, en seguir a este hombre que provoca desastres cotidianos para evidenciar el desastre en el que cree vivir… o en el que quiere vivir… o en el que cree que quiere vivir. Tomando eso como partida la película divaga enormidades. No sabemos a dónde va y, peor aún, no sabremos jamás si iba a algún lado. Ello, siendo honestos, no importaría si detrás de esa divagación existiese la comunicación de algún sentimiento, de desesperación o desesperanza (que es donde probablemente podrían moverse las pesadillas de Belmonte… si es que verdad las tiene), pero al carecer también de ello, el resultado es un hartazgo de nada, una saturación de sinsentidos en una película que presume de tenerlo. Imposible.

Agregar que el famoso Belmonte más que comunicar una crisis existencial plasma su carencia de peso y carácter (su vacío está mal estructurado y su fragilidad parece un pretexto antes que una causa de sus desgracias); que se convierte en el ejemplo perfecto de la auto flagelación sádico onanista; que ese sufrimiento es cada vez más obvio en su autoimposición (si, la cosa se pone peor cinematográficamente hablando) y que la narración es tan plana como el conflicto que Belmonte presume (porque lo presume y ahí es donde desconectamos con el mínimo sufrimiento posible en una personalidad tan egoísta y berrinchuda); agregar todo ello sería sinceramente un abuso.

La conclusión es sencilla. Belmonte no quiere ser narrado, quiere hundirse en el sufrimiento suicida en el que él mismo ha decidido entrar. Dejemos que lo haga e ignoremos la pantalla, sólo por esta vez.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *