Nada que perder, crítica

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Nada que perder

El único lado de la historia

Por Erick Estrada

Cinegarage

Nada que perder, dirigida por Alexandre Avancini (que se ha encargado a lo largo de su carrera de algunas películas probablemente demasiado vinculadas al discurso bíblico), busca narrar la biografía de Edir Macedo, un predicador brasileño que de manera cuestionable (como se le cuestiona a todos los predicadores), ha conseguido fama y fortuna vendiendo un discurso que él dice es extraído de la Biblia (las distorsiones de lo ya evidentemente simbólico del famoso libro se hacen de acuerdo a la oportunidad que se le presente) y que en su retorcimiento y retórica aspiracional consigue, sí, sanar las penas y dolores espirituales de muchos, pero siempre a costa de donativos y de entrega completa de la voluntad de parte de esos muchos.

En un mundo como el nuestro, lleno de profetas económicos, políticos, emocionales y muchos más religiosos (que bien podrían englobar a todos los anteriores), una película biográfica de figuras tan controversiales es necesaria siempre y cuando se procure en ella una visión primero crítica (necesitamos siempre ver y poder ver a las figuras en el poder con acento crítico) y después, aunque sea en intención, objetiva. Siendo ello imposible (la objetividad), lo menos que se le puede pedir a una biografía filmada en pleno siglo XXI es que sea una biográfica sin maniqueísmos.

Nada que perder falla en ello y eso impide valorarla más allá del panfleto sin profundidad que se despliega a lo largo de sus más de 120 minutos.

Seamos justos. El cine panfletario puede ser profundo e incluso puede demostrar la importancia de su propia existencia, pero tiene que hacerlo desplegando y ejercitando un discurso metódico, con bases filosóficas y políticas serias quizá nacidas fuera del discurso cinematográfico: cine con postura marxista, cine existencialista, cine de libertades y cine libertario ha existido y existirán siempre y cuando alguien procure estructurar el discurso y enviarlo al debate que necesariamente surge durante y después de la proyección en la pantalla.

Sin embargo, en Nada que perder, el panfleto es en sí mismo el mensaje, y al descifrar la película (lo cual ocurre muy pronto en su desarrollo) se convierte en una lista de ideas sueltas que solamente consiguen manejar una cara de su objeto retratado: Edir Macedo, predicador y empresario que lanza un discurso que valida todo lo que Edir Macedo predicador y empresario haga o haya hecho.

La película de Alexandre Avancini pinta una biografía esquelética a la que mínimamente se dota de intriga y desarrollo cinematográfico cuando al presentarnos en el año de 1992 al “obispo” -como se le llama a Edir en casi toda la película- lo encarcela para transformar a la mitad de su historia en un flash back lleno de dudas.

¿Es ese niño Edir, maltratado por los demás, una fuente de bondad infinita? ¿Es este joven en el que se ha transformado un obseso de la religión que luego se rebelará para tener un pensamiento más heterogéneo y en consecuencia sano para él y los demás?

Lamentablemente, en lo extremadamente plano, lineal y llano de su discurso cinematográfico, esas dudas nunca se resuelven y la imagen de Edir comienza a edificarse como la de un iluminado, la de una persona llamada a salvar las vidas de quien se decida a seguirlo.

Y entonces surgen otras preguntas: ¿Veremos la construcción de un personaje egocéntrico y paranoico? ¿Se debe a ello su mueca de dolor permanente?¿Se trata de un hombre del escenario y no de un auto denominado portador de la palabra de dios? La película tampoco buscará esas respuestas si es que está buscando algunas.

Peor aún: Todo lo que le pasa a Edir ¿son pruebas de un dios para no sabemos qué fines? ¿Son castigos? ¿Entraremos a ese debate? ¿Es una persona que ajusta a su visión religiosa todo lo que ve? ¿Para qué? ¿Lo persiguen en su país para que el gobierno y la Iglesia católica conserven el monopolio del pensamiento?

La película tampoco buscará esas respuestas. Por el contrario, esquivará cualquier oportunidad de cuestionar a su personaje y a quienes se enfrentan a él pues su único discurso es el que lanza Edir.

Al volver al punto de origen -el encarcelamiento de Edir- una película real, una biografía liberada del maniqueísmo, nos habría dado herramientas para juzgar a un predicador encarcelado que ha navegado de la pobreza a la bonanza distorsionando fragmentos de un libro para dar consuelo balsámico a quien por razones mucho más complejas, dolorosas y sobre todo reales, lo necesite. Nada que perder huye despavorida de esa posibilidad y parece regodearse en presentar solamente una parte de la historia, la del vocero de un dios que ha derrotado a todos sus opositores con la simple herramienta de su fe (que es precisamente lo que “el obsipo” vende: fe).

Sin el otro lado de la la historia sin enfoques reales y críticos (incluso hacia los “antagonistas”) la película rebota en su inverosimilitud y nos deja desprovistos de material real para apreciar una historia que ya se sabía inexistente.

Ante manipulaciones como esta se echa tremendamente de menos a propuestas mucho más valiosas no sólo en su discurso audiovisual como González (México, 2014), que en una ficción muy cercana al thriller se decide a redondear la imagen (y las palabras) de estos profetas y de estas iglesias para construir y dejarnos construir una visión crítica no sólo de esos personajes, sino del pensamiento religioso y de los fraudes que se hacen con él. Profundidad.

Por el otro lado y con todo lo ambigua que puede llegar a ser (una característica que el cine panfletario puede poseer, en este caso para bien), está la visión aportada por la serie documental Wild, Wild Country en la que al retratar a la figura de Osho y los abusos que cometió alrededor de su propia fe y la venta de la misma, coloca al espectador en la incómoda pero siempre necesaria posición de evaluar situaciones y personajes y darse una respuesta desprovista de absolutos: incita al diálogo y al intercambio de opiniones.

Nada que perder no quiere hacer ni siquiera eso y parece más un discurso a la medida -ordenado por el Osho de Wild, Wild Country o por el Pastor Elías de Carlos Bardem en González- que una película real con discurso real. Es decir, más que un discurso mínimamente serio es una película que se proyecta de fondo en un cine dentro de otra película. Eso o propaganda.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a la película González.

Nada que perder
(Nada a Perder, Brasil, 2018)
Dirige: Alexandre Avancini
Actúan: Petrônio Gontijo, Day Mesquita, Beth Goulart, André Gonçalves
Guión: Emilio Boechat, Stephen P. Lindsey
Fotografía: Pedro Cardillo
Duración: 130 min.

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