Un lugar en silencio, crítica

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Un lugar en silencio.
Casi monjes
Por Erick Estrada
Cinegarage

Eraserhead (EUA, 1977) es -temprana e incluso inmadura- una de las obras de arte que David Lynch le ha entregado al mundo. Pero es también una rabieta en blanco y negro ante el hecho de verse como padre de familia o la posibilidad de convertirse en uno. Para lanzar esa rabieta, Lynch estructuró una oscura y bizarra paleta de acontecimientos en los que el ruido es el elemento principal, el fin y el medio de la narración.

Desde el escándalo en la fábrica en la que trabaja Henry, su personaje central, hasta los chillidos eternos de su recién nacido a quien ve como una amenazante masa que se mueve y se retuerce haciendo rechinar cada molécula de cada cosa que lo rodee, la película chirría, cruje, murmura y grita.

La película está ambientada en una ciudad sin nombre, sin perfil, pero fue filmada en 1977, cuando los modos y los cuidados de unos a otros no estaban tan (¿enfermamente?) pulidos como lo están ahora, cuando la corrección y la pulcritud eran incluso vistos con malos ojos especialmente por artistas propositivos y rebeldes como Lynch.

Llorar a través de otro es quizá lo que Lynch hace con esta historia en la que Henry, el padre, se ve atrapado en el caos de las murallas de ruido tanto de su trabajo como de su casa, construidas ahí por su deforme y escandaloso hijo.

Un lugar en silencio es, de alguna forma, la contraparte de Eraserhead. Efectivamente, se ha señalado ya que la película de Krasinski es una especie de muestra de los extremos que los padres pueden alcanzar para proteger a sus hijos, pero empujando un poco más podemos salir ganando en el disfrute de una de las películas más propositivas del cine industrial en los últimos años.

Si en Eraserhead el ruido es fin y medio, en Un lugar en silencio estamos justo en la otra orilla. Aquí es el silencio quien da forma a una narración sin palabras que, precisamente por eso, tiene que sustentarse en el lenguaje puramente cinematográfico como muy pocas otras en la actualidad.

Estamos también en un lugar sin nombre y sin fechas (sólo sabemos que todo comienza en el “Día 89”) después de un apocalipsis por el que la Tierra ha sido contaminada con una serie de monstruos salvajes y despiadados… pero ciegos. Lejos de la ciudad una familia típica americana vive aislada pues de esa forma se pueden controlar los ruidos (o dominar el silencio) para que ninguno de estos monstruos los encuentre y en consecuencia termine con ellos.

Krasinski, apoyado en el estupendo y cruel guión de Brian Woods, Scott Beck y de él mismo, delimita perfectamente las acciones y los movimientos de sus personajes a partir de los ruidos que no pueden generar y de los silencios que deben mantener. Ello libera a su cámara -que encuentra los puntos ideales para desarrollar su minúscula historia- y con la cámara libre puede generar tensión y suspenso que no dependan necesariamente de la acción, sino de la suposición de lo que pueda ocurrir una vez que algún ruido sea generado o un silencio roto. Es decir, Un lugar en silencio sustenta su suspense en las posibilidades de que algo ocurra y no en lo que necesariamente ocurre (ya sea el día a día o el escape del monstruo en turno). Un lugar en silencio opta por necesidad y por convicción en mantener nuestra atención por todo aquello que podríamos ver (o que puede suceder) si la rutina de sus silenciosas secuencias se rompiera, una jugada que Hitchcock llevó a nivel de arte y que aquí sabe, huele y se siente como gasolina de primera calidad.

Entonces, el gatillo que nos puede llevar al otro lado del río que es la película, es el ruido, el silencio interrumpido: que el fin y el medio se trastoquen.

 

Malas noticias: la madre de esta familia (una brillantísima Emily Blunt) está embarazada… Y uno no puede dejar de pensar en el ruido que acosaba al Henry de Eraserhead en su propia casa: los chillidos de su pequeño engendro.

La vida de esta familia, hundida en el silencio, casi de monjes, casi primitiva, casi prenatal (los sonidos están más cerca de lo que escucha un feto en la placenta que de la explosividad exagerada del Hollywood más convencional), está inmersa, principalmente por acción del padre (o eso parece decir la película), en un círculo compulsivo de seguridad que ante la posibilidad de romperse (con la llegada del hijo nuevo) refleja su fragilidad y genera tensión y dolor. Es decir, si para Lynch la tensión y el dolor se materializaban en el cuerpo torturado de su hijo -a través del cuál él mismo se queja-, para Krasinski (perteneciente a otra época, con mayores demandas de corrección, con menor aceptación a la queja, al grito de reclamo) el dolor se encuentra en la imposibilidad de decir algo, de rabiar a todo volumen ante la inminente llegada de un crío que romperá el círculo seguro pero compulsivo en el que vive a salvo con su familia.

¿Es Un lugar en silencio la otra cara de la moneda de la paternidad atormentada, y signo de los tiempos de callada corrección (a veces hipócrita) en la que vivimos? Eso está a discusión, una en la que debería entrar el destino y el final del personaje paterno en este pequeño prodigio del suspenso.

La enorme ventaja que tenemos es que, igual que Lynch, Un lugar en silencio no se queda ahí y cierra su propuesta con un final que en parte roba lo mejor de la solución presentada en La guerra de los mundos (solución fabricada desde el prólogo mismo de la película, ojalá haya prestado atención) sin obviedades y sin ideas rastreras.

Esa solución, esa secuencia final (para la cual está planteada cada secuencia de la película, como debe de ser) aborda el ruido al que el padre teme tanto como un nuevo elemento y lo hace de tal forma y en tal magnitud (real y figuradamente) que el orden de la familia se convierte de manera instantánea en un caos controlable y materializa una bellísima destrucción que todos calladamente hemos esperado. Su imaginación hará el resto.

 

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Av. Cloverfield 10.

Un lugar en silencio
(A Quiet Place, EUA, 2018)
Dirige: John Krasinski
Actúan: Emily Blunt, John Krasinski, Noah Jupe, Millicent Simmonds
Guión: Bryan Woods, Scott Beck, John Krasinski
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
Duración: 90 min.

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