El otro lado de la esperanza, crítica. Película de la semana.

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El otro lado de la esperanza.
Un navajazo en el paraíso
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un hombre de carbón. Un matrimonio que se ha transformado en ceniza pestilente. Un cocinero atrapado en sus telarañas. Una larga lista de músicos que nos llevan de un capítulo al otro, que nos ayudan a conocer estos círculos del infierno migrante.

El hombre de ceniza, inflamable por donde lo veamos es un migrante sirio que llega a Finlandia en busca de asilo. El hombre cuyo matrimonio ya es ceniza, es también ceniza y  quizá sólo busca cambiar de cenicero para terminar sus días en medio de un sistema que le ha negado todas las promesas que le hizo. El hombre de carbón también busca dónde volverse fuego, dónde depositar los sueños rotos ante las promesas robadas por el mismo sistema que calcinó a ese anciano casi diablo y casi bonachón con quien se encontrará y unirá vidas a partir de un puñetazo.

¿Qué es el mundo en el que vivimos sino la reunión de una enorme cantidad de circunstancias a partir de golpes en la cara?

Nuestro hombre de carbón se llama Khaled y su historia de dolor circula como si el carbón que lleva encima (llegó a Finlandia escondido en un barco carguero) se convirtiera en una línea de pólvora encendida que corre directo al barril. Cada palabra de su narración -la historia de cómo pudo escapar de su país- es una bofetada a todos los que gozan de privilegios y comodidades en un planeta que para mantenerlos tienen que romper sueños en otros países a base de balazos. La guerra es un negocio que no termina con la compra venta de armas.

Nuestro hombre ceniza se llama Waldemar (gélidamente maravilloso Sakari Kuosmanen a quien hemos visto con Kaurismäki desde los tiempos de Los vaqueros de Leningrado y luego con Jim Jarmusch en Noche en la Tierra). Él es un migrante dentro del sistema y quiere cambiar de vida, salir del engranaje, vender todo lo que tiene para perseguir un sueño que aún no sueña.

Las historias del migrante y del comerciante son entretejidas por Kaurismäki con candor, con un montaje paciente que marca el camino de ambos lejos de su pesadilla y acercándose a su paraíso personal. Los encuadres son calmos, la historia se acomoda entre las grietas circunstanciales que acercan a estos dos personajes terriblemente distintos pero trágicamente idénticos. Kaurismäki dice -en este encuentro de desencuentros que es su guión, sobre una cámara certera e ingenua (¿o será incrédula ante la lucidez de los personajes a los que retrata?)- que el sistema de vida actual, sin contrapesos, sin humanismo, capitalista al extremo, caníbal de esperanzas, es una trampa universal que asemeja una tormenta asesina más allá de lo que parece nuestra vida normal. Ello justifica el retrato que Kaurismäki hace de esa tormenta, subyacente, oculta, rugiente a lo lejos, agazapada en la luz de sus encuadres que transpiran cotidianidad y belleza del instante, que congelan momentos e ideas con las frases de sus juglares de blues que nos llevan de un capítulo al otro, de un círculo al otro de este infierno de un Dante que vive en sus suburbios.

La tormenta lejos, disimulada en los colores de un humor casi rancio pero tremendamente agitador. Los personajes cerca, cálidos y humanos. Y tras el puñetazo que los hermana (sí, a veces los hombres nos hacemos amigos a puñetazos), Kaurismäki evidencia en su historia enmohecida (hay ingredientes que si se presentaran realistas y crudos resultarían escandalosamente evidentes) que el migrante, la vida del migrante, es al mismo tiempo dolorosa para él o ella (Khaled busca desesperadamente, en toda Europa, a la hermana con la que escapó de Siria) pero que inyecta vida antes que dolor gracias a la bendita mezcla que le ha dado a la humanidad sus mejores matices.

Hacia el final Kaurismäki acelera su montaje, mezcla la cultura de sus personajes dejando que el humor rancio se vuelva colorido y así pincela (antes narraba a base de cincel) la forma de la esperanza, inasible pero olfateable, inabarcable pero al alcance. En un capítulo festivo, todo parece encajar, la esperanza parece cubrir con su colorido equipaje a los personajes amenazados por esa tormenta lejana.

Pero no. El sistema se ha doblado pero resiste, y en el contrapeso de la historia, enlazando ambas caras con cálculo cruel pero minimalista, vemos el dolor de ese color, el del migrante que entrega su cultura a quien lo acoge pero que debe renunciar a su nombre, a su vida, a su historia personal, a sí mismo. La tragicomedia se ha materializado frente a nosotros que no podemos sino sorprendernos por no haberla visto, por haber creído que el sistema ignoraría la minúscula tranquilidad del migrante ilegal que consigue sus papeles a cambio de su nombre (esos nuevos pactos con el Diablo).

El otro lado de la esperanza es entonces eso: la fabricación poderosa pero invisible de la tragicomedia de nuestros días, de la luz que esparcen por el mundo quienes escapan de la oscuridad que ese mundo ha provocado allá de donde vienen estos perros vagabundos, festivos y cálidos pero callejeros y expuestos a los viejos temores de un modo de vida que no olvida porque no quiere olvidar y que no acepta el cambio porque no lo quiere aceptar.

Kaurismäki consigue con una mano firme pero casi invisible hilar la historia del hombre de carbón y del hombre de ceniza en una lluvia de bromas que no nos dejan ver que son macabras hasta que es demasiado tarde, hasta que el infierno del migrante (local o extranjero) ha prendido fuego al hombre de carbón y ha alimentado el cenicero en el que Waldemar pensaba descansar de todo. Y en medio, una fábula: la del perro callejero que se lame las heridas, por crueles que sean. Un perro y Khaled, que ha comprobado que en el Paraíso también hay navajazos traicioneros, unen miradas y nos regalan una, la que nos dice que ese Paraíso no es sino un infierno en espera del carbón para alimentar su fuego.

Al final Khaled, el hombre del navajazo en el Paraíso, lame sus heridas, lame sus esperanzas, humillado y maltratado como el perro vagabundo al que abraza cuando nadie más quiere abrazarlo a él.

Y del otro lado, allá a donde mira Khaled, está la esperanza.

 

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Le Havre, película también dirigida por Aki Kaurismäki, director de El otro lado de la esperanza.

El otro lado de la esperanza
(Toivon tuolla puolen, Finlandia-Alemania, 2017)
Dirige: Aki Kaurismäki
Actúan: Ville Virtanen, Kati Outinen, Dome Karukoski, Tommi Eronen
Guión: Aki Kaurismäki
Fotografía: Timo Salminen
Duración: 100 min.

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