El hilo fantasma, crítica. Película de la semana.

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El hilo fantasma.
El espejo de lo gótico
Por Erick Estrada
Cinegarage

Encerrar el espíritu entre las telas. Ese parece ser el fetiche intelectual de un misterioso personaje que se hace llamar Reynolds Woodcock (férreo y concentrando don Daniel Day-Lewis), diseñador de moda en un país que apenas puede permitirse esos lujos pero que se resiste a abandonarlos: Inglaterra en la década siguiente a la Segunda Guerra Mundial.

Este hombre, tremendamente exitoso, soltero empedernido, obsesivamente rutinario, ha construído con ello y con la elaboración de un carácter supuestamente duro y rígido, un mecanismo de defensa que oculta su fragilidad extrema, debilidades tan fetichistas como su manía por alojar frases, nombres, ideas, pensamientos, entre las costuras de sus vestidos.

Hasta su vida y de una forma igual de rutinaria que sus obsesiones y sus mecanismos de defensa llega Alma (¿será que Woodock no tuvo “alma” hasta que conoció a esta mujer?) y en ese encuentro de dos mundos Paul Thomas Anderson saca sus viejas armas de fundas desconocidas para nosotros .

En la primera parte de El hilo fantasma tenemos de nuevo esa descripción sorda que parece sutil, ese delineado invisible, que hipnotiza, de la maldad natural en el ser humano; está también lo impredecible que esa maldad (presente en sus protagonistas o en sus antagonistas) puede detonar: un acto de crueldad extrema, una lluvia de sapos en medio de una historia negra o actos criminales inconfesables más allá de sus películas. Hay también algo de misticismo enfermo y eso le da a esta nueva exploración de las fortalezas y debilidades humanas de P.T.A. un aroma rancio y entrañable a la vez, colores enfermizos rebotando en una belleza casi caduca, casi mortecina en su luz.

La luz, de hecho, es un elemento importantísimo en esta nueva narración. Con ella y desde ella resaltan facciones y elementos que refuerzan las reflexiones de P.T.A. alrededor de dos seres humanos que se nos presentan tan distintos. El rostro de Alma (sobria y contundente Vicky Krieps) parece a la vez calmo y atormentado, con facciones de santa que al cambio de luz dejan ver ciertos puntos de oscuridad: ¿se trata de una oscuridad real o de imperfecciones que nos llegan desde el inflexible punto de vista de un Reynolds que la observa permanentemente? El diseñador, que se autopresenta como atormentado y perfeccionista, desdibuja su rudeza en la luz que entra por la ventana, en la contraluz de la iluminación artificial de las calles y su casa: ¿hay ahí una debilidad oculta o todo es parte del tejido de la telaraña que parece tender sobre Alma?

En medio de esa luz, de su golpe en las telas de Reynolds, de la forma en que dibuja el encuentro, el genial diseñador recoge a un trozo de arcilla con alma (y es que si empujamos un poco algo de mitológico hay en esta narración) y comienza un juego del Pigmalión en el que una vez atrapado ese espíritu libre en las ideas y las paredes de Woodcock, ella es encerrada doblemente, ahora en los vestidos que este hombre sueña, piensa, materializa y acomoda sobre su cuerpo.

Y en ese juego de seducción sádica, de opresión intelectual y espiritual (es como comenzar en My Fair Lady para terminar en The Master) P.T.A. nos hace creer que Reynolds es un maléfico ser que usa y se despoja de maniquíes vivientes de los que sólo ve el vestido que les coloca encima.

Pero no, El hilo fantasma tiene muchas otras frases entre sus telas, muchos otros fetiches disfrazados con elegancia infinita, con una sutileza que P.T.A. convierte en pólvora blanca a través de la cual se comunicará la crueldad de unos de sus personajes a otros. Y tras ello, el desfile de seres que hacen que la película mute de un drama intenso y taladrante a una especie de cuento gótico visto a través del espejo o mejor, una reversión de la Rebeca (EUA, 1940)  hitchcockiana casi en la misma época en la que don Alfred nos contó ese extraño cuento de fantasmas.

P.T.A. rompe ese espejo y de él escapan sus fantasmas que son en partes iguales alucinaciones febriles y deseos fetichistas de amor edípico y carnal y que muestran también a una contraparte infernal (todavía más) de ese Reynolds que poco a poco se nos desmorona entre las manos: una hermana Cyril (muy fuerte Lesley Manville) que es como el lado oscuro de la Luna, punzante, dominante, férrea hasta con lo que no se puede serlo. Deseo, ambiciones, impulsos. P.T.A. consigue con ese drama lívidamente gótico  construir una historia reverberante en la falsa calma del fatuo mundo de la moda, banal y pretencioso.

En ese drama de apariciones diurnas (tremenda la secuencia febril del diseñador despojado de sus defensas en un envenenamiento espiritual de parte del Alma a la que cree haber rescatado), el hilo que oculta frases entre las telas revela su importancia y la película se desdobla -sin abandonar jamás su tono, sus luces, sus voces, pero abriendo en crudo abanico a sus tres personajes centrales (Reynolds, Alma y la hermana de este, Cyril)- y muestra facetas ocultas, ideas escondidas a plena luz y el juego del Pigmalión envalentonado en sus abusos y sus excesos racionales se convierte en un duelo entre Eros y Tanatos en el que nadie resulta ganador , sólo las pulsiones que, humanas como son, deben alternarse, deben tomar su lugar, sin dominar pero dominadas, sin dictar pero obedeciendo un dictamen irracional y pasional, bruto y animal. Es ahí cuando la nieve roja de La cumbre escarlata (EUA-Canadá, 2015) se convierte para P.T.A. en las telas con las que Reynolds envuelve y disfraza, luce y esconde, ama y odia, a las que se siente atraído, enfermizamente atraído.

¿El escultor define a su obra o es la escultura la que nace a los ojos de quien se aferra al cincel? Salud, enfermedad, Edipo, Electra, luz y noche, filias y fetiches, el éxtasis que toca a la muerte y que la busca para multiplicar su explosión (¿es así la música de Jonny Greenwood para la película?). El hilo fantasma es todo ello, un juego de luces y tules en el que todo se ve en un foco adormilado pero que se revela en instantes de gozo mortífero, en el que el maniquí oprimido es la vez el fantasma materno que cuida al enfermo y quien enferma a su objeto de deseo para poder amarlo en la sanación. Él, ella, dentro y fuera, como el hilo que surce y oculta los deseos, termina por evidenciarse en este aterrador y encantador cuento de P.T.A. con la elegancia de los diseños de su ficticio personaje, pero con la contundencia de las pulsiones en extremo humanas de la bella dama que moldea haciendo creer que la reconfiguran a ella.

Tejido fino. Encerrar al espíritu entre las telas. Paul Thomas Anderson juega con todo, y hace todo ello con la paciencia del artesano. Tejido fino que entrega golpes dolorosos, amorosos, mortuorios y amatorios. Porque todos son lo mismo.

CONOCE MÁS. Esta es la crítca de Erick Estrada a La cumbre escarlata, de Guillermo del Toro.

El hilo fantasma
(Phantom Thread, EUA, 2017)
Dirige: Paul Thomas Anderson
Actúan: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville, Camila Rutherford
Guión: Paul Thomas Anderson
Fotografía: Paul Thomas Anderson
Duración: 130 min.

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