Batallas íntimas.
Las batallas de todos
Por Erick Estrada
Cinegarage
Candados. Parte del error del contrato matrimonial, del ritual del “enamoramiento”, de la decisión de tomar una pareja, es considerarlo un evento cerrado, un candado. Esas son las primeras imágenes de Batallas íntimas, los candados que son vistos como sello, como materialización del compromiso.
Matrimonios que explotan apenas un día después de consumarse. Matrimonios por conveniencia en los que hay hijos de por medio. La complicación de un problema que se puede representar sencillamente pero que es tremendamente complicado de explicar: la violencia intrafamiliar. Matrimonios violentados que permanecen por la falsa creencia de que no pueden -no deben- disolverse.
Lucía Gajá se aproxima a la problemática a través de cinco casos de entre los miles que inundan el planeta. Cinco mujeres completamente diferentes narran hechos tremenda y desesperantemente parecidos. Cinco casos de violencia intrafamiliar del hombres hacia mujeres a las que enredan en formas tan parecidas que a veces sentimos que no existe solución.
En esas historias está, siempre en voces diferentes, siempre con lágrimas secas en latitudes distintas, la esperanza de que el golpeador cambie, tres meses en recuperación tras una golpiza o un ataque bien planeado, el escape impulsado por la desesperación y el hartazgo que ha llegado demasiado tarde, la conclusión que aparece inoportuna, años después de cuando se le espera: el amor no debe doler.
Batallas íntimas es un reclamo sobrio, sin agitaciones, que se prohíbe mostrar gráficamente la violencia extrema que han padecido estas mujeres no sólo para evitar lo redundante sino para dejar que sean las palabras quienes la comuniquen, quienes la plasmen en una narración seria, lúcida y justa, porque -y esto lo sugiere la manera en que evolucionan las entrevistas en Batallas íntimas– gran parte de la solución está en que esto lo platiquemos, lo comprendamos juntos. Parte de la solución está en la educación y la conversación es en gran parte educación.
Y sin embargo la narrativa de Gajá no depende exclusivamente de la palabra. Su forma se enriquece con un montaje igualmente severo que extiende necesariamente lo que vemos de forma directa. Los rostros lastimados, las miradas valientes en medio de su desgracia se alternan con esos candados del inicio de la narración, con ventanas de cualquier parte del mundo que nos dicen que estos casos ocurren ahí, en donde casi podemos mirar dentro, al lado de nuestra propia casa, todo protegido no sólo por los silencios impuestos a las víctimas (están también esas figuras femeninas debajo del agua, silenciadas a fuerza, deformes y calladas), sino por el amparo cultural de esa violencia. Cualquiera que venga a nadar a una alberca comunitaria contigo puede ser víctima o victimario en un caso de violencia de género.
El golpe final, el que debe hacernos reflexionar sobre la gravedad de la violencia intrafamiliar, de la violencia de género, de la violencia en general, del ejercicio del poder patriarcal, está en otro juego de montaje oscuro y brillante a la vez. Las víctimas dibujan la luz al final del túnel, esbozan la esperanza en la cooperación, recuperan un poco del aliento que les han robado en su vida. La pantalla se pasea por cementerios y por sus lápidas. En esas lápidas no hay nombres, no hay apellidos, no hay singularidades. Lo que se lee son palabras que lastiman después de conocer estas cinco historias de entre las miles que inundan el planeta: madre, hija, amiga, abuela.
Batallas íntimas
(México, 2016)
Dirige: Lucía Gajá
Guión: Lucía Gajá
Fotografía: Marc Bellver
Música: Leonardo Heiblum, Jacobo Lieberman
Duración: 87 min.