Dunkerque, crítica de Erick Estrada

0

Dunkerque.
Los símbolos de la guerra
Por Erick Estrada
Cinegarage

El cine bélico ha sido reinventado o replanteado distintas veces y de manera genial. De entre las más cercanas de esas reinvenciones tenemos el prodigio maquinado por Kubrick llamado Cara de guerra (Reino Unido, EUA, 1987), en la que se nos lleva de los intestinos  de la guerra misma desde el punto de vista del soldado común y corriente, hasta el torbellino del combate que en nada se parece a la letanía que se repite ad nauseam en los cuarteles de entrenamiento. Después lo hizo Steven Spielberg con Salvando al soldado Ryan (EUA, 1998) en la que ocurre más o menos lo mismo pero casi desde el punto de vista civil, de quien ha cumplido su deber con su país en la guerra, y se sabe perdido y sin salida.

Ambas películas dejan muy claro que una cosa es lo que se dice de la guerra desde las oficinas de los generales de alto rango y en los periódicos y otra muy distinta lo que se ve, se escucha, se huele, se toca en el campo de batalla. El cine bélico, entre muchas otras cosas, cumple esa función, recrear el horror, despedazar al encuadre, lanzar las balas a una audiencia que afortunadamente no ha tenido que padecer un bombardeo o una balacera a las puertas de su ciudad.

Por esa misma razón han aparecido otras pequeñas maravillas del cine bélico, desde el clásico inundado de propaganda en Segunda Guerra Mundial, hasta el que ha sacudido ojos y conciencias con guerras mucho menos “justas”, mucho menos “necesarias”, en particular la de Vietnam. Ahí están Pelotón (Reino Unido-EUA, 1986), la en su momento prohibida Apocalipsis ahora (EUA, 1979), El puente sobre el Río Kwai (Reino Unido-EUA, 1957), Los cañones de Navarone (EUA-Reino Unido, 1961), El submarino (Alemania Federal, 1981), El francotirador (EUA-Reino Unido, 1978) y otras tantas que muestran los horrores de la guerra, cuestionan sus motivaciones y traen la sangre del combate, la angustia del campo de batalla a públicos que -afortunadamente- ni siquiera sospechan la crudeza del enfrentamiento.

En el caso de Dunkerque es muy probable que sea la palabra sangre la que da la clave para entrar al tipo de cine que propone Christopher Nolan, un director más enamorado al sub texto a pesar de que muchas veces lo reviste con maquinarias un tanto ostentosas; como muestra dejaré ese falso thriller llamado El origen (EUA-Reino Unido, 2010) que es más una tragedia psicológica que una película de detectives de ciencia ficción. En Dunkerque, película que muchos han querido leer como la propuesta bélica de Nolan, no tenemos en sus elegantes encuadres (la fotografía es del infalible Hoyte Van Hoytema) una sola gota de sangre. ¿La razón? Más cercano a la apuesta simbólica de Nagisa Ôshima en Feliz navidad Mr. Lawrence (Reino Unido-Japón-Nueva Zelanda, 1983) que a los replanteamientos del cine bélico de Spielberg y Kubrick (en el que también puede incluirse a Senderos de gloria), Nolan usa a la Segunda Guerra Mundial y en particular a la batalla de Dunkerque y al desalojo del ejército inglés, para generar una serie de imágenes a través de las cuales (y no de los hechos históricos) pueda alcanzar una finalidad muy distinta.

Batalla decisiva en el conflicto universal en la que el mundo pudo haber sido subyugado por los nazis, Nolan parece no estar interesado en los detalles históricos de la misma, ni en entrar a la secuencia de errores tácticos de Hitler en persona y de su ejército en general que del otro lado de los hechos hicieron posible el desalojo de los británicos. Tampoco parece tomarse mucho tiempo en la descripción de las acciones del ejército francés (que a esas alturas se sabía derrotado y destinado a la lucha a través de la Resistencia) o de los operativos que desde Inglaterra se planearon, se desecharon, se imaginaron, para recuperar a buena parte de los soldados que aún podían combatir. Es decir, Nolan no quiere elaborar una película bélica, sino que, como descendiente de gente que sí vio bombardeadas sus ciudades, que sufrió directamente los horrores de la guerra y la idea de la invasión, busca reflexionar alrededor de ella y usar a la guerra para lanzar una serie de símbolos que aunque sea de manera más personal, quieren también redondear los bordes de la discusión alrededor del humano en situaciones extremas.

Esos símbolos son claros como clara es su manipulación: es solamente uno el soldado británico que nos lleva de la ciudad sitiada de Dunkerque a la playa en la que en teoría será rescatado; él simboliza al humano absorbido por una guerra que probablemente no comprende ni ha contemplado en su totalidad (como no lo haremos nosotros). Es solamente una línea de combate la que tiene que cruzar para llegar hasta la playa, línea protegida por el ejército francés que se queda detrás para que él pueda “volver a casa” (quizá la frase más repetida en la película, evidenciando de más una de las ideas que Nolan desarrolla), y es también solamente un soldado francés quien busca colarse en las filas de los desplazados queriendo huir de los horrores que ha visto y vivido; el de la trinchera y el de la playa son la imagen de un ejército que tuvo que hacer precisamente eso, esperar en la retaguardia y aguantar (sabiéndose invadido y prácticamente derrotado) para dejar que llegue la segunda parte de la guerra. Hay solamente una playa en esta historia y un aviador solitario que la patrulla, representando a una fuerza aérea diezmada y que peleaba casi sin municiones, hambrienta siempre de la gasolina que llegaba más por negocio que por compromiso desde los Estados Unidos. Es sólo un bote civil al que vemos y reconocemos y acompañamos desde las costas de Inglaterra hasta Dunkerque y es sólo un marino “acobardado” a quien este bote recoge en las aguas del Canal.

Se trata de una serie de ideas planteadas y desarrolladas apenas lo suficiente para convertirse en símbolos, símbolos que Nolan deja que se crucen en su narración para que generen una idea surgida de ese cruce, diferente pero no independiente de ellas y que se revuelve entre el honor, la valentía, el sacrificio y la tragedia humanas. La situación límite, repito, es casi un pretexto como lo era para Ôshima, más interesado en el honor, en el valor, en la disciplina y hasta en el amor, antes que en los datos y los horrores innegables de los campos de concentración japoneses en el Pacífico.

Qué se pierde, quién, cómo se transforman sus personajes al recrudecer su situación, quién muere y quién vive, ese montaje de símbolos y metáforas (en donde el realismo no tiene cabida: ahí está la ausencia de sangre, ahí está lo exagerado de su diseño sonoro, la frialdad de la fotografía en los primaverales días en que ocurrió esta batalla) es donde Nolan quiere que naveguemos, entendiendo el sacrificio que militares y civiles hicieron en esta batalla (y en la Segunda Guerra en general) para provocar reflexiones menos prácticas pero igualmente valiosas: quién peleó, por qué se peleó, quién pierde en situaciones límite y cómo se pierde en situaciones límite. ¿Honor? ¿Sacrificio? ¿Supervivencia? Decidan ustedes mismos.

Es ese cruce de ideas debajo de sus símbolos lo que se complementa con la otra propuesta de Dunkerque y que es sin lugar a dudas su mayor cualidad: el montaje.

Una semana, un día, una hora es la señal de partida que Dunkerque nos da para entrar a este cruce de ideas: la semana que duró el desalojo (de esa única playa en la película) en el que está involucrado ese único soldado inglés que después de cruzar una sola línea de combate verá su camino enredado con el del único francés “colado” en las filas de espera del único muelle patrullado por ese único Spitfire que desde arriba ve al único bote civil con el que nos veremos involucrados de manera directa. Después de lanzar la señal el montaje -manifestación suprema del lenguaje cinematográfico- manipula el tiempo real (semana, día, hora) para desmontarlos y replantearlos en una narración de 106 minutos en los que estas tres realidades se cruzan y generan no las emociones de una película bélica, sino las reflexiones de una cinta que usa a esa Guerra para generar símbolos que, de nuevo, al cruzarse, comunican más de lo que vemos pero siempre a partir de lo que vemos. No es gratuito, lo digo sólo a manera de ejemplo, que sus hundimientos, el acoso del agua que inunda literal y figuradamente los encuadres de Hoytema en un fragmento de la película, coincidan sin cuestionamiento en el tiempo cinematográfico aunque sean incompatibles en el tiempo real.

Es así como dentro de la imaginación cinematográfica que propone Nolan la semana del muelle parece durar lo mismo que la experiencia de nuestro único soldado que en realidad está en la playa solamente 24 horas, en una de las cuales aparece el piloto encargado de la protección de esa playa. La mayor apuesta de Dunkerque es ese montaje, el de las tres realidades y los tres tiempos, imposibles de comprender desde un punto de vista realista, pero que al ser operados cinematográficamente, al ser recreados en tiempo cinematográfico, negando la posibilidad de una reconstrucción apegada al 100% a la historia, generan sensaciones e ideas que no están ahí de manera evidente y que requieren de ese montaje para aparecer. Lenguaje cinematográfico puro y duro, gramática visual inspiradísima (que a veces peca de sentimental, habrá que dejarlo marcado, especialmente con la insistencia sobre “el hogar” y el regreso al mismo) que no quiere y por lo tanto no busca, la crudeza que, entonces sí, hizo que replanteáramos al cine bélico como lo hicimos después de Cara de guerra y Salvando al soldado Ryan.

Spielberg y Kubrick también elaboran símbolos para sus narraciones, el cine depende de ellos. Nolan, sin embargo, apenas esboza los símbolos (de ahí las confusiones en la lectura de su película) en busca de un final que depende de un montaje casi soberano, sutil y liviano, pero indiscutible como el poder mismo del lenguaje cinematográfico.

El fondo de este discurso está en el hecho histórico (extra cinematográfico) en el que está ambientada, acomodada, la forma, el montaje de la película (algo innegable y, aquí, preciosa y precisamente cinematográfico).

Suena fácil.

Dunkerque
(Dunkirk, Reino Unido-Francia-EUA, 2017)
Dirige: Christopher Nolan
Actúan: Tom Hardy, Cillian Murphy, Harry Styles, Mark Rylance
Guión: Christopher Nolan
Fotografía: Hoyte Van Hoytema
Duración: 106 min.

CONOCE MÁS- Aquí puedes ver el avance de Dunkerque.

CONOCE MÁS. Esta es una reflexión de Erick Estrada alrededor del avance de Dunkerque.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *