Los herederos, crítica

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Los herederos
Golpear sin ser golpeado
Por Erick Estrada
Cinegarage

Todo comienza en el terreno en donde los niños entran a la pubertad y los púberes comienzan a pensar en entrar a la adolescencia, el terreno de las responsabilidades reales: el jardín, el área de juegos infantiles donde todavía cabe un cuerpo de 13 años pero en donde no se ve bien una mente de 16.

Ahí Los herederos nos presenta justo eso: púberes de clase media mexicana que al cobijo de sus familias mezclan los mundos mencionados con un desparpajo tan natural como desconcertante especialmente a su edad. Estos ya-no-niños son capaces de pagar cigarros, alcohol, fiestas y parrandas gracias también al cobijo que les da su familia. Varios despertares suceden a cuadro, el sexual, el carnal, el de la desilusión, mientras nosotros algo perdidos buscamos la verdadera historia en una película que apenas rebasa la hora de duración.

A la vuelta de la esquina, Coyo -el personaje con el que entramos a esta narración de Jorge Hernandez Aldana– se destapa poco a poco como el individuo ideal a seguir en este casi desencantado relato de la adolescencia mexicana, un miembro más de una pequeña jauria suburbana que conforme la narración avanza y la presencia de Coyo se consolida, se portan cada vez más así, como pequeños perros salvajes que entre el juego y la necesidad de crecer muestran los colmillos con que morderán al mundo. Su primera herencia.

Ellos son los hijos de una clase acomodada que en países como México concentra tanto dinero, poder e influencia como si se tratara de los miembros de una monarquía divina e intocable. Ellos son también producto de un país en depresión que a través de sus padres les ha comunicado idea de poder y cierta prepotencia que aquí desencadenará en ataques de prototestosterona, un hecho que llevará a Coyo a sus propios límites, ahí donde él mismo no puede resolver sus problemas.

Las figuras paternas que ya se nos habían presentado limitadas y carentes de autoría ante sus cachorros, son dibujadas aún menores en este conflicto que es una afortunada evidencia metafórica de la falta de rumbo de un país como en el que vivimos. La crisis de poder (nacional y familiar) lleva a los padres de Coyo a elaborar un escape antes que enfrentar el problema y desde ahí la película pudo haber sido condescendiente… pero afortunadamente se lo prohibió. En su lugar hace que comprendamos que los padres embotados de influencias y con fuertes bodegas de poder prefieran el escape y el escapismo (el padre de Coyo no se queda con los brazos cruzados para “ayudar” a su hijo) a la resolución real del problema que no es siquiera el que nos presenta la película.

Con un arranque tan desconcertante como lleno de idea, Los herederos aterriza afortunadamente en una problemática durísima (real) y la ubica en un país en el que siempre será preferible usar las influencias antes que pagar las consecuencias, voltear a otro lado antes que enmendar los errores. Esa es la otra herencia de estos cachorros que tras la golpiza no se ven ni tan fieros ni tan testosterónicos sino habitantes de una mezcla opaca de poder, influencias e ingenuidad que seguramente más tarde será sustituida por prepotencia adulta y violenta.

Cierto, a pesar de su duración la película se atora muy cerca de su conclusión y trabaja tarde el cierre simbólico que representaba el reencuentro de Coyo con el avatar de su amigo favorito, un Rottweiller que es además el pretexto para que la película comience. Pero después la película entrega la confirmación brutal de que la tercera herencia es justo la idea de ser intocable, de salirse con la suya, de golpear sin ser golpeado que personas en desarrollo como Coyo practican con la naturalidad de quien abandona a un buen amigo en un mal momento o a una mascota en plena carretera.

Las cosas no van bien y esta película nos lo deja claro y en la cara.

Los herederos
(México, 2015)
Dirige: Jorge Hernández Aldana
Actúan: Máximo Hollander, Sebastián Aguirre, Úrsula Pruneda, Rodrigo Mendoza
Guión: Jorge Hernández Aldana, Gabriel Nuncio
Fotografía: Chuy Chávez

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