Historias de dos que soñaron, crítica a la película

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Crítica
Historias de dos que soñaron
Un cadáver exquisito muerto
Por Erick Estrada
Cinegarage

La idea probablemente era unir el sopor de la espera de un grupo de húngaros que ansían obtener residencia legal en Canadá, con el del registro de la espera, para que después este fuera entregado en una película que nos exige esperar. Como se espera en la línea del metro, como se espera en la fila del pan, como se espera en las ventanillas de los aeropuertos, la película muestra a sus personajes hablando, platicando, inventando e inventándose historias que hagan parecer que el tiempo se va, a pesar de que ese tiempo, en el caso de la espera de este grupo de migrantes, es tiempo perdido: es el tiempo de su nueva vida.

¿Y sí? ¿Era esa la idea?

En la estuctura final de Historias de dos que soñaron esa idea aparece y brilla inyectándonos esperanza muy pronto, en el arranque. Sin embargo, en cuanto lo hace queda también claro que esas historias disparatadas, inventadas, de ficción desaforada, son la demanda de la película misma, que el dueto de directores le han dicho a sus personajes (que se interpretan a sí mismos interpretando sus narraciones) que deben inventarse algo, contar una historia de un niño que se ha vuelto pájaro, entrar al mundo de un mini Kafka en blanco y negro que desafortunadamente tampoco se desarrolla.

No ocurre porque a la película, en esta estructura final (limitantes del formato minimalista, contemplativo, aferrado al tripié de tuercas oxidadas) la narración que surge del registro de la creación y evolución de este psico drama documental, no recibe respuesta. En lo testarudo (exageradamente cuidado o documental dirán algunos) de su desarrollo visual, el “tema” -que no es otra cosa mas que el enamoramiento del hecho de contar para contarse- se vuelve estático, forzado y pierde imaginación, en especial porque lo que de entrada parece un cadáver exquisito tejido en las habitaciones en que se mueven estos migrantes, se convierte en una retahíla de sinsentidos que no consiguen siquiera ensamblarse ya a la “historia original” o al desconcierto de estos migrantes frente a su nuevo entorno.

Un esbozo de respuesta se deja ver cuando la cámara nos muestra al famoso niño ave, retocado en su maquillaje para forzar de nuevo la meta ficción en una puesta en escena que ha pecado ya de ello, dejando ver y saber que desde el otro lado de la cámara se ha exigido estirar más la conversación (que en consecuencia es ya forzada) y que, peor, se ha pedido repetir el hecho de narrar (las tomas que vemos no son únicas). Es decir, un sacrificio extra en Historia de dos que soñaron es el de la espontaneidad, que parecía, lástima, uno de sus mayores atributos.

En ese retoque al maquillaje este cuadro casi documental, casi anécdota ficcionada, evidencia su maquetaje, su débil andamiaje de propuesta volátil y sin cuerpo. “Yo no sé a dónde va esto” dice uno de los personajes hablando de sus interrogatorios grabados. Ese es el tiro de gracia a la espontaneidad a menos que, de nuevo, en realidad se quiera que entremos al juego de la burla de la meta ficción dramatizada y se nos pida en consecuencia un acto de cinismo cinéfilo que convertiría esto en una explotación inecesaria a quienes están, parece, obligados a contar una historia mientras esperan frente a la cámara.

El malabar es frágil, no tiene huesos, no apunta a nada.

El formato, ya completamente agotado en el minuto 40, se resiste también a la espontaneidad intrusiva de “los extras”, un par de vecinos curiosos que preguntan qué ocurre en los pasillos y en el departamento al lado del suyo, y que reciben una explicación que los obliga a salir de cuadro, como si este psico drama cansado y deslucido nos dijera que aquí se pueden contar historias, pero no dejar que las hstorias se cuenten a sí mismas, traicionando de nuevo su postura inicial y con ello todo lo que nos ha traído al famoso minuto 40.

¿No es eso una traición a la palabra, a la narración, a la historia viva? Si la idea era comunicar una historia muerta dentro de la espera muerta que busca volverse nueva historia (los migrantes que esperan luz verde para salir al mundo), Historias de dos que soñaron da en el blanco. Pero parece no serlo, esa traición a la palabra detiene ese enfoque, regresa siempre para decir que el control extremo del otro lado de la inmóvil cámara fue gélido y extremadamente duro. La confusión surge de nuevo y deja ver el rostro, ahora sí, de lo que pudo ser un gran cadáver exquisito, pero que solamente es un muerto.

Historias de dos que soñaron
(Canadá-México, 2016)
Dirigen: Andrea Bussmann, Nicolás Pereda
Actúan: Alexander Laska, Sandor Laska, Sandorné Laska, Timea Laska
Guión: Andrea Bussmann, Nicolás Pereda
Fotografía: Andrea Bussmann, Noé Rodríguez
Duración: 85 min.

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