Neruda, crítica

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Neruda
El villano fascinante

Por Erick Estrada
Cinegarage

Los reflejos, los flairs invernales dominan el cierre de Neruda, una narración que viniendo de Pablo Larraín sabe atrevida incluso en una lluvia de ambigüedades que si bien terminan por absorber a la película, no eliminan el respiro que en cuestión narrativa significa esta película respecto a sus trabajos anteriores. Un paseo mortal que por un lado representa el nacimiento (o la resurrección) de un antihéroe que aquí vampiriza la energía que creíamos en posesión de Neruda, el opositor a las dictaduras chilenas en las que Larraín suele acomodar sus historias.

Una caminata mitad clímax casi policiaco (en medio del tono deslavado de su película que a su vez robotiza más de la cuenta las acciones de personajes y en consecuencia de actores), mitad cereza del pastel en la elaboración de un personaje interesante que no es, desafortunadamente, quien da nombre a la película.

Después de una elaborada y fatalmente florida construcción de la tensión entre el Neruda comunista perseguido por un policía convencido del sistema de Videla, después de dejarnos ver las motivaciones personales y políticas de un policía que aquí interpreta con tino Gael García Bernal; una vez que Larraín se ha empeñado (cuidadosamente y a través de los ojos de su protagonista real que es el policía perseguidor) en mostrar y a veces hasta regodearse en las “contradicciones” entre el gusto burgués del poeta y sus convicciones políticas (esas secuencias con Neruda rodeado de putas, tan potencialmente liberadoras pero retratadas tan reaccionariamente) llevándolo muy cerca del ridículo (“la limpieza es un placer burgués… Nosotros no limpiamos porque somos comunistas” dicen Neruda y su sacrificada esposa en una escena tan gratuita como fugaz); después de hacernos más que presentes los pensamientos y las justificaciones personales y políticas de su policía de sombrero vaquero (gran toque) y de hacer su voz más que presente conforme la película alcanza su final; después de jugar ambiguamente entre Neruda y el anti Neruda (un policía bastardo, un buen acierto… o trampa para el despiste de quien ve la película); después de hacerlo en un lenguaje visual cercano a lo plano, hermanado viciosamente con lo intrascendente y de regalarnos reflexiones poetizadas de un personaje que crece conforme Neruda se apaga en la narración (su figura se desvanece tanto que en la última parte de la película es físicamente irreconocible), Larraín nos deja como último protagonista de la pantalla, probablemente en el encuadre mejor construído de su película (a pesar de ciertos atrevimientos justo en la sección “flairs invernales”), a un policía mucho más interesante, mucho mejor detallado, mucho más humano e incluso comprensible, que el Neruda opositor y libertario.

No habría ningún problema con ello -las contradicciones son el combustible del progreso- si Larraín no hubiese sido tan consistentemente ambiguo no sólo en lo visual sino en la entrega política de sus películas. Es decir, así como está, así como se tambalea entre un personaje que crece -se convierte de papel en uno de sangre- y otro que se deforma a grados casi extremos (Neruda desnudo entre las putas, Neruda con barba casi máscara, Neruda retrato en la tienda de fotos, Neruda Lawrence de Arabia), la película se presta a una lectura igualmente reaccionaria, casi justificando la persecusión y su propia historia (ese Pinochet guaperas con dos inutilísimos segundos en pantalla), algo que en los tiempos que corren más que incorrecto es inquietante.

Nada en contra de las pelícuas inquietantes. Inquieta en cambio que lo hagan por ambiguas. Neruda (la película) incluso en la muerte (retratada ahora sí con cierto atrevimiento visual) parece apostar más por su personaje oscuro y sus justificaciones personales y políticas, que por un Neruda poeta (el personaje), aquí llevado a extremos gratuitos, robóticos, algo maleados y que lo desproveen de fondo.

Fondo.

Neruda
(Chile-Argentina-Francia-España-EUA, 2016)
Dirige: Pablo Larraín
Actúan: Gael García Bernal, Luis Gnecco, Mercedes Morán, Emilio Gutiérrez Caba
Guión: Guillermo Calderón
Fotografía: Sergio Armstrong
Duración: 107 min.

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