El bosque de las almas perdidas, crítica de Sergio Huidobro

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Hace algunos días el director portugués José Pedro Lopes escribió a Cinegarage para pedir que su película El bosque de las almas perdidas fuera revisada por el equipo de Cinegarage antes de su proyección en el Fantasporto Film Festival en Portugal.

Atendiendo a su pedido y agradeciendo que haya confiado en nosotros les dejamos la crítica escrita por Sergio Huidobro. Mañana  presentaremos el texto de Erick Estrada.

 

El bosque de las almas perdidas
Hacia la reputación
Por Sergio Huidobro
Cinegarage

Algo magnético habrá, de un tiempo para acá, en la idea de los bosques de suicidios: una sucesión de árboles, veredas y soledad a donde uno va para terminar su vida de tajo. Son más una idea que un espacio físico, aunque existan, y como materia narrativa, sean arma de dos filos, porque se prestan lo mismo a la exploración más obscura que para la cursilería más descarada. Imagino que el mundo se va erosionando tan de prisa, y la necesidad de voltear la mirada es tan apremiante, que la idea de quitarse la vida solo parece viable si aparece recubierta de cierta poesía naturista.

Los últimos doce meses nos han puesto en la mesa nada menos que tres (¡tres!) películas casi simultáneas que hacen de estos bosques su tema y locación principal. The forest (2016) del primerizo Jason Zada, lo hace desde el terror y The Sea of Trees (2016) del a veces enorme Gus Van Sant, desde algo parecido al melodrama motivacional. Fuera de la divergencia en la estatura de sus realizadores, las dos son despropósitos inarticulados que bien podríamos dejar olvidadas en el centro de sus respectivos bosques.

A éstas se suma la ópera prima de un joven portugués, José Pedro Lopes, quien en El bosque de las almas perdidas (A Floresta das Almas Perdidas, 2017) emprende un ejercicio algo más digno, ligeramente más articulado que la de Zada y bastante menos solemne que la elegía new age de Van Sant, pero que tropieza con sus propios pies.

La cinta, a punto de ingresar al circuito de festivales vía el Festival de Cine Fantástico de Oporto “Fantasporto”, narra el encuentro aparentemente casual de dos extraños en medio del Bosque de las Almas Perdidas, un enclave en la frontera luso-española donde, se nos dice, la gente acude a morir. Ricardo (Jorge Mota) es un hombre mayor, padre de familia, vencido por el remordimiento y el recuerdo de una hija suicida; la otra, Carolina, (Daniela Love) es una joven aficionada al nihilismo, la música indie y el color negro. Empezamos mal, dada la divergencia en el desarrollo de ambos personajes: en él intuimos un conflicto con cierto interés, con potencial dramático, ella, en cada escena, se reafirma como una caricatura burda de adolescencia dark, además de funcionar como catalizador de referencias pop lanzadas por el director: Nietzche, Facebook, Werther o Arcade Fire. Todo cabe.

En un giro de tuerca hacia la mitad de la cinta, el protagonismo recae en ella y el guión, cronometrado y manipulado en el peor sentido, gira la atención hacia la familia de Ricardo, dando de paso un giro hacia el thriller, la comedia negra o el slasher a lo John Carpenter. El tono narrativo, casi siempre desconcertante, nunca alcanza la habilidosa ambigüedad que, en Una chica regresa sola a casa a medianoche (Ana Lily Amirpour, 2014), elevaba el pastiche y el discurso contracultural a niveles más altos que los del mero licuado pop. Tampoco es que lo intente demasiado: algo que se puede decir a favor de El bosque de las almas perdidas es que Lopes parece consciente tanto de sus límites como sus limitaciones, manteniendo las pretensiones a raya, aún cuando los temas que desarrolla sean tan grandilocuentes como el suicidio, el perdón, el remordimiento o la descomposición familiar. En los contados momentos en que la cinta abandona su zona lúdica para aleccionarnos (incluido un forzado símil entre las muertes de la dictadura salazarista y las ocasionadas por la crisis financiera), es donde su realizador se muestra más inseguro y su creatura se le sale de las manos.

Fallida como es, El bosque de las almas perdidas funciona como lo que finalmente es: el modesto ejercicio de estilo de un aficionado que, al menos en los márgenes de la serie B y el underground, parece decidido a labrarse una reputación.

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