Tempestad
La amenaza perpetua
Por Erick Estrada
Cinegarage
En un documental duro y relampagueante Tatiana Huezo expone los casos de dos mujeres violentadas por un país que trata de reconstruírse años depués de que la imbecilidad gobernante pateara el avispero sin saber qué iba a hacer con las avispas dispersas. Dos mujeres, Miriam Carbajal y Adela Alvarado narran la tormenta en que se conviertieron sus vidas cuando una de ellas fue “elegida” bruscamente para pagar los días en cárcel de alguien más (un método recurrente en el hueco sistema legal mexicano) convirtiéndose de golpe en un chivo expiatorio (junto con varios de sus compañeros de trabajo) mezclado con un Dante involuntario que termina conociendo los infiernos de las cárceles mexicanas, controladas por el narco, despreciadas por el sistema legal, nutridas a través de los pirañescos procederes de las policías judicial y federal.
La otra, una actriz de circo condenada por ello a un deambular permanente, nos cuenta cómo es que su hija fue secuestrada y cómo es que, tras investigar ella misma (la policía no sólo no ha hecho nada sino que le ha puesto todo tipo de obstáculos) sospecha con muchos fundamentos que fue entragada a las garras de la trata de mujeres; ahora, empujando ella misma la investigación, está obligada a no parar en la itinerancia de su circo pues si lo hace alguien puede ejecutar las amenazas de muerte de las que ha sido objeto.
Puesto crudamente sobre la mesa, los temas daban para derivarse en largas y tristes lecturas de la miserable situación del país y de la tempestad que amenaza a todo mundo desde el horizonte, una tempestad que ahora se desahoga a lo lejos pero que mañana estará sobre nosotros. Huezo, sin embargo, decide jugar con la forma y aventurarse corriendo riesgos. Las imágenes que desfilan en la pantalla mientras escuchamos las valientes voces de Miriam y Adela, no son la recreación de los hechos ni los rostros ya suficientemente castigados de estas mujeres.
Miriam sale de la cárcel y tiene que recorrer 2000 kilómetros del penal en Tamaulipas a su casa en Tulum, y Huezo opta por hacer el viaje y registrar rostros y facciones, acciones de encierro en ese larguísimo trayecto, tanto en los autobuses como en las estaciones.
Adela vive en el circo y lo que Huezo coloca al lado de sus palabras es la convivencia diaria con el resto de su familia en un choque que a veces sabe a decadencia ripsteniana pero otras, como ocurre incluso con ese viaje largo en autobús, algo insistentes en la mirada.
Al ver desfilar estas imágenes el mensaje se romantiza para bien y los relámpagos, los rostros abatidos de los viajeros, el campo mexicano desierto y lánguido, las caras que apenas sonríen en la monotonía de la búsqueda de la espera, las carreteras que se hunden en la niebla después de la tormenta, nos hablan sí de la desesperanza y la descomposición del mundo al que fueron arrojadas estás mujeres, un mundo al que muchos, como nosotros y como los viajeros y los asistentes al circo, observamos sin hacer nada probablemente pudiendo.
Pero también y por momentos sabe a escape a través de la forma, separa ocasionalmente del discurso, crudo, rudo -de impotencia inyectada de ellas a nosotros- y diluye el impacto.
Si esa era la idea este documental da por completo en el blanco.
Si no, las fallas están, la bifurcación se presenta sorpresivamente y hay momentos que llegan tarde a la película (la historia de la hija secuestrada por ejemplo) dejando ir mucha de la presión y de la fuerza que, como dijimos, así, en la mesa y crudamente, ya daba para mostrar los colmillos. Huezo probablemente lijó esos colmillos, ¿será para proteger a sus declarantes?
Sin embargo, la apuesta está hecha y con ella los riesgos presentes, pero con temas como este que muestra a responsables como estos, abriendo temas que muchos quieren cerrados, el valor se reconoce y las cualidades terminan por sobresalir cualidades que nos muestran la aterradora carretera que transitamos y que se hunde en la desesperanzadora niebla.
Tempestad
(México, 2016)
Dirige: Tatiana Huezo
Guión: Tatiana Huezo
Fotografía: Ernesto Pardo
Música: Leonardo Helblum, Jacobo Lieberman