Los siete magníficos, crítica

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Los siete magníficos
La gran leyenda
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿Es probable que en medio de una película enfocada solamente al entretenimiento, sin pensarlo en realidad, se nos haya entregado una metáfora minúscula sobre la fundación multi racial de los Estados Unidos?

Antoine Fuqua, director de esta nueva versión de Los siete magníficos –a su vez versión americana del gran clásico de Kurosawa Los siete samuráis (Japón, 1954)- no ha negado que su primera opción para el protagónico de esta película siempre fue Denzel Washington y que de la misma forma, natural y de todas razas y orígenes.

Al comparar las dos primeras versiones de esta gran leyenda vemos sobre todo un cambio en los códigos de valentía y en los de combate, en las señales sobre cómo se deben comportar los héroes no importa su tamaño, pero en esencia la historia del pequeño pueblo oprimido por un grupo de bandoleros y que se organiza para contratar a siete mercenarios (samuráis o pistoleros) para defenderse, es prácticamente la misma, humor incluído.

Para la versión dirigida por Fuqua la transformación de las motivaciones de uno y otro bando se modifican para bien y, también, sin mayores intenciones, sueltan un diminuto reclamo al macro capitalismo culpable de pobrezas y crisis, a la especulación y al ataque –ahora tan familiar- a sindicatos y uniones de trabajadores. Al ser ese el planteamiento de estos nuevos Siete Magníficos se convierte de manera automática en el primer acierto de la película, uno que incluso se ahorra (no sabemos si para bien) la tan sabrosa discusión entre los habitantes del pueblo para decidir la contratación de los pistoleros. El inconveniente es que para disparar la situación Fuqua decide “esconder” la recompensa que se dará a los pistoleros en una bolsa que resuena a oro, desvirtuando la propuesta tanto de Kurosawa como de John Sturges para después, de manera tan previsible como inexplicable, convertir su narración en una de venganza.

Jugando con elementos del western, tanto clásicos como obvios, al mismo tiempo oportunos e impertinentes (la larga serie de close ups a las pistolas de sus magníficos se siente abusiva, enamorada de sí misma) y dándole a su película una cama rítmica lo suficientemente efectiva como para llamarla un buen instrumento de entretenimiento, Fuqua derrapa sin embargo de vez en cuando. La muestra es la “pérdida” de esa bolsa misteriosa (motivación primera de los pistoleros) para después cobijar a sus personajes en una historia que aparece de repente y en la que vemos lazos entre ellos que les dan motivaciones extras y personales para entrar a este callejón sin salida y además devolvernos (por un par de instantes y sin refuerzos lo suficientemente válidos) ese código a la Kurosawa que se nos había negado antes.

Es, en consecuencia, una película tambaleante, brillante por momentos (el primer encuentro entre Chisolm y Good Night; la borrosa borrachera previa a la batalla; la lección de tiro que hace incluso olvidar a un casi sobreactuado Chris Pratt; la presentación del casi samurái Billy Rocks) y deficiente por otros (nuestro villano es tan maniqueo como personaje de tira cómica y la sobreactuación de Peter Sarsgaard empeora las cosas; la pelea, final cumbre en más de un sentido de la narración de Kurosawa, emotivo recuento en la primera versión americana, aquí es caótica y comunica movimiento pero no acción, rompe ejes en lugar de movernos por el espacio que ya deberíamos tener definido en la mente; y un desenlace en parte complaciente y en parte involuntariamente propositivo que aniquila la explosión de emociones del final de las dos versiones anteriores).

En ese desbalance sin embargo, se mecen elementos que rescatan al conjunto –que no a la narración-. Desde el juego con el perdón que piden los cobardes del mundo, incapaces de entender los errores causados por su propia estupidez (y que llega paradójicamente en voz del villano maniqueo), hasta el paisajismo inherente al western tradicional que aquí entregan con dosis oportundas, así como, heredado también y paradójicamente de la complacencia del desenlace, una lista de personajes sobrevivientes que con meras buenas intenciones podemos interpretar, en un año electoral tan mortífero como aburrido, como los elementos a través de los cuales, racial y culturalemente se ha ido componiendo y recomponiendo una nación como Estados Unidos pues, recordemos, el western cuenta entre otras cosas la ríspida y revuelta fundación de ese país.

Se sabe que la película no pretende eso, su carga política se siente prácticamente nula y deslavada, pero estamos ante uno de esos extraños casos en los que la suma es infinitamente superior a las partes y que aquí, en medio de una cinta de acción tan caótica como divertida, tan llena de clichés como atiborrada de buenos momentos, entrega cajas medianamente cerradas (está el cabo suelto de la bolsa con la recompensa, frases inexitentes en escenas clave que habrían dotado de fibra especialmente a su conclusión, los pensamientos y las motivaciones de nuestra heroína Emma Cullen) que nos dejan interpretarlas tantas veces como queramos.

Yo me quedo con la figura multi racial fundadora del país inventor del western.

Los siete magníficos
(The Magnificent Seven, EUA, 2016)
Dirige: Antoine Fuqua
Actúan: Chris Pratt, Denzel Washington, Ethan Hawke, Haley Bennett
Guión: John Lee Hancock, Richard Wenk, Nic Pizzolatto
Fotografía: Mauro Fiore
Duración: 132 min.

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