RMFF 2016 – 3. Una balada psicotrópica para Margarita

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RMFF 2016 03
Una balada psicotrópica para Margarita

Película uno del día 3
Francofonía
Europa es una y está en un museo
Por Erick Estrada
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Cinegarage

 

Con una ironía brutal y a veces estremecedora (Hitler buscando el Louvre es casi una imagen emblemática), Aleksandr Sokurov elabora un documental que juega en tres pistas con una discreción igualmente potente y efectiva.

Por un lado está la historia de la Historia, el paso de los días del Museo de Louvre, probablemente el más famoso del mundo, durante el verano de la ocupación nazi, la necesidad de una panda de ignorantes con esvásticas en los brazos de encontrar el arte que cuenta la historia de Europa -el continente que quieren dominar- cuadro a cuadro, rostro a rostro, año a año. ¿Sus razones? Una demostración de poder ante el poder que el Louvre adquiere como concentrador de arte.

“¿Quién necesita a Francia sin el Louvre?” se pregunta Sokurov mientras vemos los cuadros ocultos, el arte que tuvo que migrar a otros recintos, el escape de las garras nazis que al preguntarse lo mismo y en un empeño de reescribir la historia probablemente habrían destruído el arte que no contara la suya. Dominar al museo era cerrar el círculo de la entrega de París, de Francia, ciudad abierta que se le manifestó a Hitler con calles vacías a su llegada, como vacías estaban muchas galerías del museo para esconder lo que los nazis jamás hubiesen comprendido: lo suyo era dominio material disfrazado de interés en el arte.

En la segunda pista Sokurov habla de arte, de su poder transformador y unificador. ¿Es el arte el que ha unificado a la Europa ahora amenazada por radicalismos políticos que planean dividirla? ¿Se puede conocer a la humanidad a través del arte y con él repasar lo que ha ocurrido en Europa? Un Napoleón amante de sí mismo y una Marianne que entona “libertad, igualdad, fraternidad” como respuesta al ególatra emperador parecen decir que sí, que el arte comunica más que la obra misma y que en ese mensaje está el poder de un museo como el Louvre, que desde sus paredes y galerías cuenta ya la historia de París, revisada también con sobriedad por Sokurov.

La tercera pista es una pregunta que hoy, que los días han pasado después de que este documental se viera por primera vez, resurge con miedos igual que con esperanzas: ¿hasta dónde llega Europa?

Las posibles respuestas a esa pregunta se convierten en latigazos de Sokurov a la URSS bolchevique (gobernada igualmente por un ignorante sin límites, con los mismos miedos al arte que Hitler en persona) pero también a quienes combatieron en la Segunda Guerra a su lado.

¿Rusia no es Europa? ¿No debío ser mejor conducido el sitio a Leningrado de parte de sus ególatras líderes que no recibieron o no quisieron recibir las palabras de Marianne? ¿Por qué Hitler envió la orden de terminar con el arte de los museos del este? ¿Europa no vive en el este, sólo en el oeste? Entonces ¿qué es Europa? Y al responder hay que preguntar de nuevo ¿hasta dónde llega Europa?

Con lo ocurrido en los últimos días, semanas, meses y con lo que ocurrirá en el futuro cercano (las migraciones que ahora se ven como amenaza fueron las mismas que originaron a París), Francofonía y su “libertad, igualdad, fraternidad” adquiere una nueva dimensión, tan oportuna como, probablemente, pesimista.

Sólo nos queda el arte.

 

Película dos del día 3
Margarita
La materia prima desperdiciada
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

Lo primero que vemos en este desgarbado documental es a una mujer que ha hecho de la calle su vida y su modo de vida, poseedora de una maravillosa mente rota de la que sabemos inmediatamente no podremos reunir los pedazos, pero de la que salen ráfagas y relámpagos que le piden a Bruno Santamaría (director) que los convierta en una historia.

Santamaría, sin embargo, está más entusiasmado en aceitar tramposa e incluso dolosamente a esta mente resquebrajada para que siga disparando las ocurrencias que él mismo no puede generar: “toma” le dice a esta mujer atormentada por unos demonios que Bruno ignora o quiere hacernos ignorar, “ve a comprar anís al Oxxo, yo lo pago”.

¿Dónde está la historia que nos meta al mundo de Margarita y en la que podamos ver cómo es que vive en la calle y de la calle? ¿Dónde conoceremos el cómo y el porqué ella consigue dinero para alcoholizarse y ahogar sus miedos que, por lo que se ve, no son pocos? ¿Por qué la cámara se esconde aunque busca documentar a un personaje en el que se interviene groseramente, burdamente y que manifiesta claramente, no una sino tres veces, que no quiere ya hablar a la cámara? ¿Es por ello que el propio Santamaría decide convertirse en personaje de su documental y mostrar las radiografías que lo envilecen sin querer?: el director acomodando los micrófonos para registrar lo que sus temerosas preguntas generarán en la mente de Vania… ¿No se llamaba Margarita?
Este anti climático documental se ha derrumbado por cuarta vez. Despejada la nueva o antigua personalidad de Margarita (dependiendo de qué voz le hable a una mujer claramentre esquizofrénica), actriz de Sergio Véjar en Eva y Darío (1973), Santamaría encuentra el detonador de una historia que en medio de este diálogo de sordos (él en la línea racional e inquisitorial, ella en los retruécanos de la no lógica) pudo convertirse en un elogio a la locura. Y sin embargo, lo esconde, el botón de encendido termina debajo de una cama y los fantasmas de Vania/Margarita se quedarán encerrados en su cabeza y en el temor de un director que despreció materia prima de calidad para convertirla (porque quizá él mismo la ve así) en materia de escarnio que no dice otra cosa sino que (pasa muy comunmente ahora) a este tímido narrador le falta toda la calle que Margarita/Vania tiene. Ella, efectivamente, es la policía.

¿Dónde está la investigación que hace de Quebranto (2013) una joya documental de altos vuelos?
¿Dónde está la idea, la sorpresa, el enamoramiento del personaje que demostró El silencio de la princesa (2015), de la que se puede aprender tanto?

Bruno Santamaría cierra con un plano espía de Margarita/Vania en la calle, fiel imagen de la película misma: el personaje jamás entrará a nuestras vidas.

 

Película tres del día 3
Mañana psicotrópica
El road trip interno
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

En lo que parece un reventón interminable (que no es nada nuevo en el cine mexicano) Alexandro Aldrete nos sumerge a una serie de personajes que tras las primeras pinceladas -porque así está armada su película- parecen no tienen sustancia alguna en una historia que parece no tomará rumbo para narrar un viaje hacia a la playa que probablemente no ocurra.

Ese efecto, probablemente, sea la prueba de un rompimiento generacional que suele separar a quienes ya no lo somos de un grupo de jóvenes nada rebeldes que a primer vistazo parecerían desobligados y perezosos, como probablemente desobligado y perezoso sea el arranque que nos llevará a la mañana psicotrópica que se nos ha prometido.

Sin embargo, conforme la larga lista de drogas que esta banda de anti caifanes consume pasa frente a nosotros, los personajes muestran las capas que dotarán de rumbo a una minúscula narración que no pretende otra cosa sino demostrar lo que muchos han olvidado: que si bien el mundo no está bien, por lo menos nos tenemos los unos a los otros.

Aldrete mantiene las pinceladas y sus personajes se vuelve pequeños sacos de fraternidad que encuentran -como ha ocurrido desde siempre, en el pensamiento alterno en la experiencia psicotrópica- las puertas que un mundo envilecido le ha cerrado a sus habitantes. Y lo hace con un tono que poco a poco cuaja y cura sus heridas suicidas y que va de lo tremendamente festivo y anti solemne a lo natural y elemental, impulsando un poco la doble lectura, la detección de sutilezas, lo natural en la anti naturalidad de estos chavos que demuestran, además, que lo que estamos viendo no es un reventón eterno (y que en cintas como Los muertos adquieren tonos aberrantes y de moralidades de espanto) sino un viaje sin carretera en el que escapan del verano de la provincia mexicana y que necesitan llevar a cabo para demostrar que siendo vil el mundo, hay que voltear a vernos a los ojos (esa escena casi sin luces en la bañera, esa llamada de nuestro pequeño atormentado, nadando en hongos, a unos padres a los que afortunadamente nunca escuchamos).

No podrán estar en paz con un mundo como el nuestro, pero pueden estar en paz entre ellos mismos.

No curarán la oscuridad y el egoísmo más allá de las paredes de su casa de fiesta (esa presencia del político que aunque quiere ayudarlos se muestra condescendiente y, sí, como el típico político mexicano), pero saben que pueden estar en paz entre ellos.

Todo está envuelto en baños de espuma del tercer mundo, en bailes catárticos comunales con luces de segunda categoría (las drogas de calidad consiguen eso siempre) y en tonos de stoner film melancólico. Es decir, todo va a estar bien aunque las cosas no estén bien.

En el pequeño empuje que para el uso y disfrute de drogas pueden dar propuestas como ésta (ahí aparece una bandera mexicana con un nuevo escudo nacional) y a pesar de no querer dotar de más vitalidad y carácter a sus personajes (querer un poco más hacerlos memorables, inolvidables, darles sello personal) y a la propia película (que a veces regala tomas y escenas que estorban más que dejar pasar), una película como esta se agradece, especialmente en un mundo que cada vez ve peor a la libertades que podemos tomarnos… o bebernos, o fumarnos, o dejar que se nos derritan en la lengua.

 

Película cuatro del día 3
La balada del Oppenheimer Park
La otra conquista
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

La historia del descubrimiento del continente americano ni siquiera ha terminado de escribirse. Muchos temas, muchas historias calladas, mucho de oculto hay todavía en el recuento de un territorio vasto y hostil, encantador y opresivo, de todos y de nadie.

Juan Manuel Sepúlveda, con un ojo crítico y con olfato fino nos regresa esa cámara bestial de La frontera infinita (2007) aunque ahora la confina a las esquinas del Oppenheimer Park, un cuadro verde (entre el verde putrefacto de las ciudades de primer mundo en América del Norte y el de la promesa de bosques interminables más allá de las montañas) en el que las leyendas se cuentan entre cerveza tibia y conatos de peleas callejeras y callejeriles. Esa cámara que allá se dejaba arrastrar por el viento aquí se transforma en una especie de lince encajonado que ve con cierta admiración a estos indios de nuestro lado del continente igualmente encapsulados, forzados a bajar la cabeza y a comportarse como la basura debajo de la alfombra.

En las pláticas que aquí se deshojan, en los temas que esas pláticas desfloran, están escondidos los miedos no de estos indios atados a un parque urbano, sino de quien los quiere alejados para quedarse con cualquier cosa que aparezca cuando ellos se hayan ido. Y la cámara de Sepúlveda furiosa pero casi pasiva, escucha y nos deja entrar a una espiral hacia adelante que desenmascara esa historia no contada de la conquista en metáforas que suenan banales pero que encierran reflexiones poderosas: el enamoramiento entre los miembros la pandilla, las filias que se desarrollan en su batalla por sobrevivir una ciudad que presume de no tener que ser sobrevivida, el alcohol que embrutece la razón y que ilumina la reflexión.

El documental de Sepúlveda abre heridas en las heridas de estos personajes orillados a la sombra verde de su parque; invita a resistir con los que resisten pero que están obligados a hacerlo en silencio; desmorona los fundamentos de un sistema de vida y de producción que construye gigantes en las ciudades para ensombrecer a los gigantes originales; asalta nuestros días demostrando que este sistema de vida, de producción, de sobrevivencia, de escribir la historia de este y muchos continentes no busca siquiera la verdad sino una fábula que haga parecer que la tiene.

El lince circula por las orillas, se esconde y a veces se entromete entre estos contadores de verdades ocultas en alcohol barato y camisas de franela, pero lo hace con ganas de que esta pandilla de llamados perdedores resurja de sus cenizas y reconquiste lo que es de todos. Pasivo pero amenazante, el documental atestigua y empuja, empuja e invita: resistencia.

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