Tocando la Luna, crítica

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Tocando la Luna
El drama que nunca dramatiza
Por Erick Estrada
Cinegarage

Lánguida. A pesar de acercarse a la figura de una de las poetas más importantes para la literatura de los Estados Unidos, Elizabeth Bishop; a pesar de pasar entre las cortinas de su lesbianismo y de la intensa, amorosa y tormentosa relación que sostuvo en su estancia en Brasil con la arquitecto Lota de Macedo Soarez; aunque el tiempo fabricaba un marco oportuno para ese amor odio entre la creadora y su obra, entre la amante y la amada (los años previos al golpe militar en el Brasil de los años cincuenta y la oscuridad que le siguió); a pesar de contar con materia prima sustanciosa y de inmejorable calidad, el veterano director brasileño Bruno Barreto se acerca a cada uno de estos puntos con una timidez lánguida, con desgano inexplicable.

Quizá estamos ante un dibujo encerrado en su discreción, en la idea de no hacer mayores reflexiones sobre la preferencia sexual de Bishop y de Macedo Soarez para introducirnos a las batallas con sus propias obras, de un lado los poemas que surgieron en ese auto exilio expiatorio en Brasil y del otro, proyectos domésticos y el plan de concretar el Parque Flamengo, declaración de amor a Bishop y declaración tácita de la oposición de Macedo Soarez a la inevitable dictadura brasileña.

Sin embargo, el cerco sobre esas obras, los detalles sobre su poder y su trascendencia nunca aparecen; se convierten eso sí en un paseo temático que a veces (las más) ayuda a una recreación de época casi meticulosa en los muebles, las ropas y los peinados, y a veces (las menos) en una prueba de que nos habla (alguien en medio de esa languidez que sin duda no es el director ni los guionistas) de propuestas sinceras nunca exentas de dolor.

El remate, matices inexistentes en la ya de por sí compleja situación en la que hay choque cultural e incluso discrepancias políticas, y manipulación casi cruel de un tercer vértice en el triángulo brasileño, Mary, a veces cliché de la chica desorientada que no sabe si cumplir con los mandatos sociales de la época, otras cliché de la lesbiana que piensa en liberarse, pero que inexplicablemente es retratada como una persona envidiosa y frustrada… ¿producto de sus preferencias sexuales?

Ahí está el peor pecado de la película. Al prescindir de un desarrollo real de sus personajes, reflejado en pláticas de dos oraciones, escenas fugaces en donde apenas escuchamos la réplica entre individuos que asumimos llevan a cabo una conversación, al cambiar su norte con facilidad -esa sí- angustiante, parecería que las consecuencias de los actos de estas mujeres atrapadas en una sociedad ultraconservadora pero con ganas de abrirse (en especial Bishop, encerrada en sí misma como las nueces a las que es adicta), se deben justo a eso, a la búsqueda de libertad y respeto, a su caza de la trascendencia y la profundidad.

Una verdadera ironía que, siendo así, la película no busque, algo similar y se conforme con su casi transparente desarrollo dramático cobijado en sorprendentes muebles de época, en autos que nos ubican en el centro de la época que estas mujeres padecen más que disfrutan. Una real ironía que en lo que muestra parezca abogar por ese conservadurismo. Una lástima que ese exceso de respeto con el que se acerca a este conjunto de personajes emule más a esos muebles de época que a las ideas y los espíritus que los utilizaban. Es pues, y se dice con dolor, una película mueble, que está y funciona pero que al final no sirve para mucho más que para usarse un par de instantes.

Tocando la Luna
(Flores raras, Brasil, 2013)
Dirige: Bruno Barreto
Actúan: Glória Pires, Miranda Otto, Tracy Middendorf, Marcello Airoldi
Guión: Matthew Chapman, Julie Sayres
Fotografía: Mauro Pinheiro Jr.
Duración: 118 min.

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