Foxcatcher, crítica de Andrés Azzolina

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Foxcatcher
Entre lo explosivo y lo sugerido
Por Andrés Azzolina
Cinegarage

 

Todo el mundo desea ser reconocido. La ambición y el poder están sustentados en una idea sencilla: ser objeto de veneración ante los ojos de los demás. En un mundo obsesionado con el individuo, al mismo tiempo narcisista e inseguro, la validación de los otros es más importante incluso que el dinero. Intentamos encubrir con la mirada de los demás nuestro propio rechazo. El reconocimiento se vuelve entonces un asunto de vida o muerte.

Foxcatcher, cuarta película del director “basado en hechos reales” Benett Miller, es una mirada fría y deshumanizante en torno a la búsqueda voraz e insaciable de reconocimiento. A lo largo de más de dos largas horas, casi podemos llegar a conocer a los hermanos Mark y Dave Schultz, luchadores olímpicos y medallistas de oro que llegan a entrenarse y entrenar a un grupo de jóvenes atletas en la granja Foxcatcher, una especie de fábrica de campeones patrocinada por el magnate armamentista, patriotero y sociópata, John DuPont, quien se aprovecha de su discurso sacalágrimas y de la estupidez de sus luchadores para mantenerlos en un harem homoerótico al mejor estilo Sergio Andrade, buscando llenar un cuarto de trofeos y medallas.

La película comienza con un ritmo aparentemente sobrio: planos fijos, tomas abiertas, pero que a su vez salta en ágiles elipsis en cuanto el mínimo necesario de información está dado en la escena. Así avanza en un estilo artistoide que pretende explotar el silencio como recurso poético, enfocarse en la tensión del momento más que en acompañar a los personajes. Pero el resultado es una constante falta de información emocional que no nos permite relacionarnos con los personajes. Y al mismo tiempo, los planos y el montaje en general carecen de valores estéticos que puedan llenar tal falta. No hay una composición visual y/o sonora que nos mantengan a la expectativa de más.

Lo que sí hay son explosiones injustificadas e inconsecuentes de los personajes que nos son de lo más intrascendentes y que no generan más que incomodidad y pena ajena. Al no establecer claramente qué es lo que importa para la historia, termina por no importar nada. La trama se divide en tantos conflictos secundarios que no logran fusionarse en una atmósfera, pues, de nuevo, la escena solo te cuenta lo mínimo que se necesita, como cualquier película comercial.

El problema es que la película pretende más que ser un simple sport-drama palomero. Pretende un visceralismo solemne a la Haneke, crítico de la condición norteamericana y las figuras públicas/ídolos/padres nodriza como The Master (EUA, 2012), e incluso un protagonista voraz e insaciable a la Jordan Belfort (El lobo de Wall Street). ¿Y cómo pretende lograrlo, filmando todo en campo-contracampo y cámara en mano para las escenas de tensión? ¿Utilizando una música cliché (Rob Simonsen), que nos avisa como si no nos diéramos cuenta, que ya es hora de preocuparnos o conmovernos? ¡¿Poniéndole una nariz gigante a Steve Carell y haciéndolo hacer un Michael Scott (The Office) con gripa y voz cortada?!

El resultado es un empasto a la Benett Miller que termina volviendo a la película igual que su protagonista: obsesionada con el reconocimiento y carente de talento. Y es que, a pesar de que lo que la película refleja del guión de E. Max Frye y Dan Futterman es un tanto ñoño y esquemático (perfiles psicológicos sencillotes, por ejemplo), sí se vislumbran relaciones mucho más complejas; una crítica a la hipocresía de los industrialistas que disfrazan su ambición con discursos patrióticos; un peso del pasado y un conflicto entre tradición (la madre) y continuidad (John DuPont) dentro de un mundo que avanza en espiral hacia la acumulación desmedida.

Lo que sí tiene la película, pero de nuevo no se decide entre explotarlo o sugerirlo, es un retrato enfático del mundo físico. La lucha está retratada de formas sumamente evocativas que van desde lo fraternal o paternal hasta lo crudo, violento y erótico. Se sitúa en un universo de agresión contenida en el que la violencia es una realidad incuestionable sobre la cual se escribe todo lo demás. En un mundo mediático que si bien no aparece realmente en la película, sí nos permite imaginar que convierte a los personajes en ídolos sobrehumanos a los cuales se les permite cualquier cosa y por lo cual la megalomanía de John DuPont y su frustración ante el vacío lo llevan a tomar tan fatal decisión final. Decisión que tendrán que ver y escuchar con sus propios ojos y oídos pues la película, si bien vale la pena ver y discutir, no es más que una historia llena de sorpresas.

Foxcatcher
(EUA, 2014)
Dirige: Bennett Miller
Actúan: Steve Carell, Channing Tatum, Anthony Michael Hall, Mark Ruffalo
Guión: E. Max Frye, Dan Futterman
Fotografía: Greig Fraser
Duración: 130 min.

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