FICM 2014-3

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FICM 2014-3
El cine negro mexicano
Por Erick Estrada
Cinegarage

Noche intensa la de anoche en el Festival Internacional de Cine de Morelia que arrancó con diluvio en las calles y una dosis de violencia casi cruda en la esperada función de Relatos salvajes con boletos agotados desde temprano en la mañana.

Relatos salvajes.
¿Es bueno, justificable e incluso plausible ir a la cárcel por algo claramente ilegal y violento pero de lo que no te arrepientes en absoluto?

Por esa vereda parece circular la película capitular de Damián Szifrón, una cadena de cuentos oscuros y violentos que en un buen experiento entregan un estado de ánimo más que una anécdota aleccionadora. La cereza en el pastel es darse cuenta -justo antes de que cierre la cadena- de que se trata además de una serie de pequeñas historias que juega con un humor adulto, necesario y refrescante en un cine universal que por meras razones comerciales cobija a sus cuentos en la complaciente firma de “Apto para todo público”.

Las historias, tratando de resumir la propuesta de Szifrón, son curiosamente lo de menos. Todas surgen del panorama cotidiano aunque con un despegue incómodamente parecido al de la fórmula tan bien explotada por la emblemática Dimensión desconocida, versión de cine incluida.

Las historias que con los altibajos naturales de la fórmula desarrolla casi (estoy diciendo casi) quirúrgicamente Szifrón ocurren todas en márgenes estrictos y asfixiantes, con personajes presas de mecanismos y convenciones sociales opresivas y por supuesto caducas, en las que varios de los personajes ahorcan sus propios escapes al tratar de guardar las apariencias o, todavía mejor, escapan de esos pasadizos al romperlas o trastocarlas.

Hay sin embargo dos capítulos sobresalientes y claro, me deslindo desde ahora del que se desarrolla en una boda no sólo porque se vuelve reiterativo y opta por la comodidad resolutiva hacia el final, sino porque por ello resulta precisamente menos adulto, en especial si lo comparamos con los dos que nos interesan.

El primero ocurre en un café de la carretera argentina, esos escenarios que han servido tantas veces para narraciones extravagantes con extraterrestres o ángeles caídos o para aquellas con asesinos en serie o justicieros enamorados, todo en la tradición del cine de los Estados Unidos.

Szifrón usa la comodidad de un lugar tan particular y universal a la vez para narrar un cuento negro de venganza sordo y palpitante que sin obviedades nos devuelve a la pregunta inicial de este texto. Surcando esas aguas hay sublecturas sutiles e incómodas (bien por ello) acerca de las diferencias sociales, del pésimo acomodo de las sociedades contemporáneas y, si hablamos de humor adulto, la eterna pero aquí oportuna pregunta del : “¿usted qué haría?”.

El segundo es el que casi sin dudar ocupará los titulares del público: “Bombita”, la historia de un hombre atrapado emocionalmente en los engranes del sistema que poco a poco van demoliendo su entereza y su aguante.

La explosión del también típico “angry man” es no solamente épica sino literal y este cuento de Szifrón redondea la idea de que mucho de reclamo social y crítica política subterránea hay en sus personajes, a veces completamente kafkianos, otras muy enraizados en los rostros de los hermanos Coen aunque sin alcanzar jamás sus alturas.

El último giro admirable de la película es el matizado de los personajes. Mientras ocurre, quien ve Relatos salvajes tiene la opción y a veces la obligación de escoger a uno de los muchos seres despreciables de la película, un juego en el que otros tantos se sentirán incómodos… y esa es la idea.

Del lado malo, al ver el capítulo de la cocina uno se pregunta si no habría valido más la pena un riesgo mayor y más profundo al desarrollar una sola historia en lugar de varias, al despojar de ese aroma a Dimensión desconocida a su comienzo, un estupendo mini capítulo introductorio pero que sirve de anestesia para todo lo que viene. Exigir un poco más de su propio público le vendría mejor -y no lo contrario- a la película.

De todos modos, si alguien busca humor negro, violencia explícita, buenos diálogos (el capítulo de la boda se lleva ahí las palmas) y un ritmo que aunque facilita la lectura evidencia una gran mano en el montaje, se trata de la película adecuada.

 

Domingo mañana
Dólares de arena
Palmeras que enmudecen bajo el baño de sol. Playas que se ven acariciantes y cálidas, calles llenas de folklor suburbano, mentes relajadas viviendo un día a día tremendamente placentero. Una chica que coquetea y que a los muy pocos minutos se deja ver como una prostituta atrapada en el deplorable mundo del turismo sexual… sólo que ahora nos encontramos en Centro América, República Dominicana, y hay alguien ahí detrás que quiere que refelxionemos sobre ¿la explotación sexual? ¿La soledad de los humanos atrapados en las ciudades desarrolladas como París? ¿La desigualdad social? ¿El círculo vicioso de los y las prostitutas que viven de turistas cromados en desorientación y, repito, soledad? Nunca lo sabremos.

Con un balbuceante desarrollo tanto Laura Amelia Guzmán como Israel Cárdenas, directores del proyecto, nos hacen malabarear en una historia perezosamente desarrollada a nivel visual, atascada de close ups que pelean con el tácito vehículo de promoción turística de la República Dominicana: ventanas con móviles de caracolas, atardeceres rosados, tormentas naranjas, mares sudorosos, todo presuntamente contrapuesto con el debate de dos chicos que viven de la prostitución y que de manera no menos perezosa a nivel dramátcio, debaten sus temas y sus problemas.

¿Es válido creer que un público entrará a una narración en la que las problemáticas se plantean prácticamente en monosílabos especialmente si esas “peleas” se yuxtaponen en el monatje con panoramas supuestamente paradisiacos? ¿Es prudente dejar ver que la cámara está enamorada de sus personajes (esa tormenta de close ups) pero que se ve timidísima al explotar la más que evidente brecha entre el cuerpo de Geraldine Chaplin (llena de buenas intenciones y de buenos momentos incluso en soledad) y el supuestamente irresistible torso de Yanet Mojica?

La peor pregunta llega incluso muy pronto, una vez que el supuesto leitmotiv de la película se evidencia a sí mismo al repetir por tercera vez una bachata machacona que cuenta en tres minutos lo que a la película le cuesta 90: tenemos a un personaje que se prostituye y al que nadie debe juzgar por ello pero que se trata de un ser humano falso, mentiroso, hipócrita y controlador que ha conseguido conquistar a una mujer tremendamente transparente (error dentro del error) y con quien ejercita estos defectos a la perfección. Entonces ¿Por qué no podemos entrar a su mundo y decidir si caminaremos a su lado o tomaremos distancia?

¿Por qué la lectura sobre el choque de culturas que nos llevaría incluso a amasar un terminajo como el de “colonialismo sexual” no aterriza del todo?

Porque la película carece de cadencia, es repetitiva y volátil, detiene la narración enamorándose de sí misma y, queriendo sorprender, saca de su manga (corta debido al calor persistentemente turístico de la República Dominicana) un final pretendidamente Nouvelle Vague pero tremendamente obvio: aquí se termina mi historia, sin final abiero ni posibilidad de conclsuión real.

 

Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero.
¿Será –hablo desde el segundo día del festival- que tenemos aquí el premio del público? Imposible saberlo todavía en primer lugar porque suponer que una comedia ligera será mejor votada por la audiencia que un drama intenso y oscuro sería menospreciar a los asistentes al festival. En segundo lugar porque aunque falta más de la mitad de la Selección oficial por ser revisada, tampoco tenemos en Eddie Reynolds a una comedia perfecta y de apuntes sólidos.

En una Irlanda navideña, Bono, delantero de U2, encuentra un disco perdido de una oscura banda mexicana de rockeros de los ochenta y decide, en un golpe absurdo pero efectivo, llamar a México y pedir los derechos de la canción que escuchó en una tienda de viejo. Ello desata, en la desmembrada banda, un furor que deberá llevarlos no solamente a un reencuentro en medio de los sinsabores de la “vida real” (uno de ellos canta en bodas, el otro sobrevive como bajista de ocasión con grandes estrellas pop y el baterista es dueño de una farmacia de barrio) sino a su eventual reunión en un universo musical muy acostumbrado a ello.

Sin embargo, ese es el pie para que Gustavo Moheno desarrolle (con mucho mejor mano que en Hasta el viento tiene miedo, su anterior película) una comedia ligerísima, de lectura muy sencilla, fresca por momentos y de un ritmo más que aceptable.

Montada en ella está a veces la historia de cuatro camaradas deseosos de re encontrar la luz en sus “grises” vidas; la necesidad de la expresión de la persona “sin importar las consecuencias”; una sociedad y manera de ser no nostálgica sino resucitada; la anécdota del grupo de rock perdedor en busca del norte para tratar de sobrevivir a su propia historia.

Sí, a veces alguna de ellas reluce más que la otra y parece orientar a la película de Moheno. Otras tantas hay destellos lúcidos e incluso arriesgados (que la cinta sea inaugurada por “Bono” sin tener que mencionar quién es y a qué se dedica es un gran acierto). Otras veces hay momentos de risa franca y abierta: el rescate de la hija de uno de los “viejos rokeros” para actualizarlos es también muy cálido.

Sin embargo, hay tropiezos que incluso con una versión terminada de la película evidencian haber sido ignorados (incomprensiblemente desde mi punto de vista) en el trabajo del guión.

No se trata siquiera de errores de continuidad o de incongruencias dramáticas (que las hay: el personaje de Dolores Heredia cargará con una marca misógina inmerecida y por lo tanto inexplicable). Se trata de puntos que dejan que se asome, de nuevo, cierta pereza creativa: rostros conocidos a manera de mesías en medio de pulquerías coloridas que sin embargo no reciben ni el homenaje ni el tratamiento visual merecido (ese “Carlos Santana” en la escena mesiánica ultra alcohólica que hace que la banda se reúna, era merecedor de una secuencia más imaginativa y no de un plano prolongado); chistes y bromas que se repiten una y otra y otra vez de la misma forma que la canción que provocó que todo lo que se nos cuenta se desencadenara; los clichés en los que se columpia la narración y que se ven venir un par de secuencias antes (la referencia al cruce en Abbey Road, la anécdota de la piscina en la que cae Charly García en uno de sus arrebatos, el público joven seducido con un par de acordes que salen de la guitarra de este grupo resucitado, los mohawk azules en una tocada de la Prepa 6); los diálogos, atorados en cierta artificialidad contra la que tienen que luchar un estupendo grupo de actores: Damián Alcázar, Arturo Ríos, Jorge Zárate, Álvaro Guerrero, Paulina Gaitán, Dolores Heredia.

Pero sobre todo, el rescate de anécdotas o momentos realmente intrascendentes que reflejan un alejamiento brutal de la sensibilidad de sus personajes femeninos y que terminan por enturbiar al de los personajes masculinos: ese pez colado a la fuerza en la película justo antes de la secuencia final, ese desnudo de Paulina Gaitán tan fugaz como insubstancial.

Ahí debajo, a pesar de todo, un mejor entendimiento del ritmo de su propia comedia, una historia que si bien daba para más se acomoda poco a poco en su propia carretera, un momento diferente para quien se decida a verla en el futuro.

Gustavo Moheno ha subido un par de escalones (grandes) en su carrera, pero hay que seguir trabajando.

 

The Homesman
Si alguna vez pudiera hablarse de una road movie en mezcla perfecta (temática y estéticamente) con un western de encuadres preciosistas, esa sería sin duda The Homesman, dirigida por Tommy Lee Jones, un recorrido brutal, a veces lúcido e impresionante, otras descuidado y armado de rebotes, tanto del profundo espíritu que terminó por fundar a los Estados Unidos como de un mundo que desgraciadamente tampoco difiere mucho del nuestro: machista, sexista, que ve a las mujeres como ganado parlante y que considera cualquier reflexión profunda de su parte como muestra de locura extrema.

Una mujer combativa e independiente a finales del siglo XIX (Hilary Swank) es responsable, por razones igualmente sexistas y machistas, de llevar a tres mujeres consideradas locas a una casa refugio del otro lado del país, un viaje de más de un mes en el que rescata de la muerte a un hombre (Tommy Lee Jones) para que la auxilie en el trayecto.

Con ese pretexto, Tommy Lee Jones ejercita un road movie alrededor del oeste de las praderas, tan dulce como feroz en el que muchos americanos sobrevivieron cimentando la civilización en contra del mundo salvaje (el primer espíritu del western), pero en el que también se dieron cuenta de que era un error considerar un terreno invadido como propio por naturaleza (el espíritu del western contemporáneo).

Pero también, sabiendo que “el cargamento” de la carreta en la que viaja con esa mujer empeñada en cumplir su misión son tres mujeres fuera de sus casillas, deja que la película vaya primero a una exploración de ese mundo opresivo para la mujer para después moverse a la descripción fugaz de un planeta en el que la psique humana y sus enfermedades no estaban debidamente contempladas y en el que, casi como ahora, la división entre locura y cordura es misteriosa y fantasmal.

Sus ventajas. Que hablando de una mujer empoderada no necesita que ésta (como ocurriría en un western más tendiente a desumbrarnos) se vista de hombre para demostrarlo; el retrato de ese mundo cruel e invasivo de los Estados Unidos sangrientos del viejo oeste; ese flechazo muy, muy sutil, en contra de la prolongación “cueste lo que cueste” hacia la costa oeste.

Sus desventajas: cierta pérdida del tono que nos hacen dudar de si en realidad empodera a sus mujeres o las deja muy en medio para que nosotros tomemos la decisión sobre qué puesto deben ocupar; una falta de músculo para evidenciar un poco más (sólo un poco más) la postura de esta historia en la que, obviamente, predominan las mujeres pero que no deja tan claro como a veces se querría si describe su opresión o las oprime mientras las describe.

Eso sí, lo encuadres, los tiempos, ese clímax que va y viene sin ser reiterativo y redundante, la transformación del viejo vaquero que cumple la misión de cruzar un país al que cree conocer, respetan, magnifican y hacen homenaje al nuevo western, ese que ya no busca la sumisión de los indios sino que trata de escarbar en los pecados de la fundación de los Estados Unidos.

La noche avanza.
A manera de postre un poco del programa de cine negro mexicano con la película de Roberto Galavdón, un estupendo recreo para las niñas de los ojos que este Festival ha ofrecido para que suframos acomodándolo entre las propuestas, principalmente, de la Semana de la Crítica de Cannes pero que al conseguirlo relajan, multiplican el disfrute y suavizan los sinsabores de la mañana.

Ojalá estas películas repitan o amplíen su presencia en las pantallas de los cines mexicanos.

La noche será inaugurada con Nubes de María, de Olivier Assayas y protagonizada por Juliette Binoche (presente en el festival), Chloë Grace Moretz y Kristen Stewart. Eso se reporta mañana.

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