El rey del erotismo, crítica

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El rey del erotismo
La fábula de los ‘70
Por Erick Estrada
Cinegarage

Uno de los grandes aciertos de Control (Reino Unido-EUA-Australia-Japón, 2007), dirigida por Anton Corbijn, es que en el guión, autoría de Matt Greenhalgh, parecía dibujarse el perfil de uno de los delanteros del rock más sombríos y atribulados pero, envuelto en la fotografía estilo Corbijn (obra de Martin Ruhe) poco a poco dejaba entrar luz para que el rostro de su viuda, Deborah Curtis -autora del libro en que se basó Greenhalgh para narar la historia- se asomara y dejara claro que ni el rock es como lo pintan ni la muerte de Curtis fue tan mítica como se quiere hacer creer.

Es decir, girando los mecanismos de la narración, tanto Corbijn como Greenhalgh se las ingeniaron para hablar de una persona mientras se fotgrafiaba a otra, un movimiento que causó cierta desilusión entre los fans de Joy Division que pensaban asistir a una misa de santificación y se encontraron con un retrato desnudo.

Hoy, el juego y la reacción ante el resultado parece repetirse. Greenhalgh es el autor del guión de una película que dirige el polifacético (y a veces disparejo Michael Winterbottom) y que se llama en realidad The Look of Love. Sin embargo, en México y de parte de su distribuidora fue rebautizada como “El rey del erotismo”, ignorando por completo el ejercicio que tanto Winterbottom como su guionista realizan en el montaje de la cinta: el aparente retrato de la fría y desconsolada personalidad de Paul Raymond (interpretado por el actor fetiche de Winterbottom, Steve Coogan), empresario teatral de burlesque y espectáculos eróticos que después se hizo socio de la revista soft-core “Men Only” para años después convertirse en el hombre más rico del Reino Unido. Aparente es la palabra pues detrás de él poco a poco surge la imagen de su hija mayor, Debbie Raymond, a quien su padre quiere y protege pero es incapaz de guiarla (o comprenderla) a pesar de que ve en ella la imagen misma del amor, sentido original del nombre original de este original relato de Winterbottom.

El relato se aleja del resbaloso terreno del soft-core (o de las publicaciones eróticas más propiamente dicho) y Winterbottom arrastra a su personaje a un terreno más conocido para materializarlo en un par de secuencias como un verdaero rock star, no sólo por los lujos con que se recrea (estamos en plena década de los setenta en el Soho londinense), sino por la actitud amoral (no inmoral) con que encara todo y a todos, su hija Debbie incluida.

En esa materialización Winterbottom se las ingenia primero para entretejer las ficciones de su teatro erótico como si fueran parte de su vida real (también todo heredado del guión), y después para rodear a este casi fantasmal personaje de los datos necesarios para que comprendamos su importancia y oportunidad: es la década de El último tango en París (Francia-Italia, 1972), ejemplo ilustre de lo delgada que es la línea entre soft core y el erotismo; es el tiempo en que el empuje feminista llevó a la luz la discusión sobre si en publicaciones como la de Raymond se convierte a la mujer en objeto o no… o sí; son los años de explosión de la cocaína, santa patrona de la paranoia y el miedo a la oscuridad, envoltura de los falsos estados festivos típicos de esa década: el mundo estaba a punto de colapsar para transformarse para siempre.

En ese retrato y en esa contextualización Winterbottom y Greenhalgh hacen aparecer poco a poco a Debbie, a veces completamente luminosa y otras con la brújula atorada en lo mas profundo de su bolso, una especie de metáfora minúscula, cas superficial de ese sentimiento festivo y luminoso heredado de la década anterior y que estaba a punto de estrellarse con la pared ante la mirada nublada de los que ya iban de salida, como el propio Paul Raymond.

El montaje que cierra el tercer acto de la película, después de inteligentes y rítmicos usos de la pantalla dividida y de un par de certeros flashbacks que curan otros males de la película, es precisamente la confirmación de que lo que acabamos de ver es una fábula en la que el padre parece llevar la batuta y en donde la moraleja estará encarnada en todo lo que le sucede a ese personaje diminuto que poco a poco crece y se queda (dolorosamente) con el botín de la historia, interpretada además por Imogen Poots, que ha dejado de ser promesa y se ha convertido en eso, en una actriz capaz de quedarse con el remate de una película tan entretenida de una época tan desfachatada.

Buen acierto de Winterbottom. Nos la debía y da propina con la banda sonora que cierra, para mayor desgracia del nombre en México de la película, con Imogen Poots (en personaje) cantando precisamente “The Look of Love” de Burt Bacharach y Hal David.

El rey del erotismo
(The Look of Love, reino Unido-EUA, 2013)
Dirige: Michael Winterbottom
Actúan: Steve Coogan, Imogen Poots, Matt Lucas, Anna Friel
Guión: Matt Greenhalgh
Fotografía: Hubert Taczanowski
Duración: 101 min.

Comment (1)

  1. Calificaciónnnn… Jaja creo que me quede atras. Ese primer plano de Poot cantando con la luz iluminando solo a ella en el escenario me parecio espectacular. Hiso que me enamorara. Sale pues saludos

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