12 años esclavo, crítica. Vean aquí la película.

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12 años esclavo. Aquí la película, más abajo la crítica.

12 años esclavo
La agenda pendiente
Erick Estrada
Cinegarage

La violencia de Steve McQueen siempre ha sido elegante, tiene muy poco que ver con la extravagancia pop de Quentin Tarantino, que la usa como un vehículo de expresión antes que como un acento del drama humano. McQueen acostumbra hacer eso con sus personajes. Hundirlos en lo que podría ser considerado una historia minúscula para después atacarlos con mucho gozo de la estética tradicional y subrayar con esos embates el tema central que explotará al final de la película.

Aún así, probablemente 12 años esclavo sea su película más convencional. Es menos flamígera que Hunger (Reino Unido-Irlanda, 2008) aunque probablemente con la misma carga política, y es menos analítica de su personaje que Shame (Reino Unido, 2011) aunque quizá hunda al actual (Solomon Northup, interpretado con gran fuerza por Chiwetel Ejiofor) en un laberinto de desesperación muy parecido en situaciones tan diferentes.

12 años esclavo narra precisamente el trayecto de Northup a mediados del siglo XIX para recuperar su libertad después de haber sido secuestrado como hombre libre en Nueva York y vendido como esclavo en el sur de Estados Unidos. No hay, sin embargo, un seguimiento puntual, ni siquiera al nivel de lo que hizo, con un tema similar (e igualmente oportuno para los tiempos que se viven) Quentin Tarantino en Django sin cadenas (EUA, 2012). Lo que le interesa a McQueen es el panorama, reconstruir las atmósferas del Estados Unidos esclavista. El acierto está en que lo hace con la estética propia del siglo XIX con todas las ventajas técnicas  que le otorga el XXI. En muy pocas palabras, la fotografía y la composición de sus encuadres, que navega entre lo purista y lo inspirado, es sensacional, incluso tranquilizadora y a la vez utiliza un despliegue tecnológico que se palpa en la pantalla.

Hay, creo, una razón para ello, y esa razón reside en lo que en un principio se dijo de la diferencia entre la violencia de Tarantino y la de McQueen. Siendo la del último menos bizarra y entrando a un tema tan violento, áspero y oscuro, resulta incluso tranquilizador (cuando en realidad es cuestión de equilibrio) que la cinta sea tan cuidadosa en cómo se ve lo que se ve. 12 años esclavo es paisajista, no porque deje que su cámara de repente -a manera de interludios- navegue en los pantanos y las plantaciones del sur de Estados Unidos, sino porque la narración que hace de Northup y el retrato que hace de la época esclavista es abierto, me atrevería a decir de circunstancias. Por otro lado, la narración del paisaje está en realidad en los detalles y es ahí donde la película se transforma en algo brutal y desolador, situación que resultaría inaguantable con una estética más abigarrada y evidente.

Los encuadres de McQueen tienen casi siempre en primer plano al desafortunado Northup y detrás, casi como por accidente, aparecen los hechos, los actos, las palabras, las maneras que evidencian la brutalidad humana de esa época e incluso de la nuestra, como fantasmas que carcomen la conciencia de un hombre encadenado a esas tierras. Con el sonido McQueen hace lo mismo: elipsis sonoras en las que el canto triste y del alma de los escavos en la plantación se enciman con la oración religiosa de un entierro y con el ruido de los machetes que cortan las cañas de los amos, todo en círculos auditivos que comunican la sensación de que se está atrapado (porque Solomon lo está) en una situación sin salida.

La combinación de ambas cosas es brillante y genera una angustia difícil de soportar. Un laberinto visualmente atractivo pero desorientador, que nos lleva en flashbacks y nos regresa en flashforwards a situaciones que en un juego de montaje alucinante, esconden la salida -en teoría fácil- de un problema que tardó años en resolverse. Atrapados estamos ya con Solomon y encima están las elipsis sonoras que nublan el escape y que sentencian que no vienen tiempos mejores.

Ahí, en el espíritu de esos planos que demuestran que los esclavos eran aleccionados para ignorarse unos a los otros; en los diálogos casi circunstanciales que prueban el sometimiento intelectual del cual esos esclavos eran (son) víctimas; en las violentas escenas que se resbalan de la acción central y escapan por un lado del encuadre y que hacen evidente el machismo voraz en el que se sustentaba la “filosofía” esclavista; ahí la cosificación del ser humano se muestra con brutalidad tácita, una salvaje narración envuelta en encuadres casi preciosistas, un choque dialéctico que se convierte en una pesadísima piedra que inevitablemente debe llevar a la reflexión.

Esa reflexión, que aparece ahora que Estados Unidos debate una serie de nuevos derechos civiles que deben ser entendidos e impulsados (desde la seguridad social hasta la igualdad legal de las antes llamadas minorías, el tema migratorio) no es, según se entiende en el discurso de McQueen, hacia el pasado. El tema de la esclavitud está resuelto, pero el de la igualdad social no. El tema del abuso del humano hacia el humano ya es ilegal, pero la realidad es otra. El comercio con humanos está condenado, pero su práctica se ha transformado. La reflexión de 12 años esclavo nos debe llevar a los temas pendientes más que hacia los que ya han sido resueltos.

Probablemente por ello es que McQueen tiene esos dos polos en su película: la estética cuidadísima su discurso y la violencia moral del paisaje que nace secuencia tras secuencia. Probablemente por ello existe también un único trozo de su película en que esos dos polos se tocan, el inhumano plano secuencia del castigo hacia una esclava de la que Solomon Northup es más que un testigo. Probablemente por ello también será reconocida como una de las mejores películas de esta primera mitad del siglo XXI.

12 años esclavo
(12 Years a Slave, EUA, 2013)
Dirige: Steve McQueen
Actúan: Brad Pitt, Michael Fassbender, Chiwetel Ejiofor, Paul Dano
Guión: John Ridley
Fotografía: Sean Bobbitt
Duración: 134 min.

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