Dallas Buyers Club, crítica. Película de la semana

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Dallas Buyers Club
No hablamos de Harvey Milk
Por Erick Estrada
Cinegarage

Los colores con que abre Dallas Buyers Club son enfermizos. Deambulan entre una palidez virulenta y la estridencia del metal y el cuero. Las lámparas brillan de manera casi asquerosa y los rostros rosados de cansancio y cubiertos de sudor son a la vez repugnantes y estéticos. Nada más adecuado para narrar la historia de un héroe que nunca buscó serlo y que, hoy a la distancia, verá suavizado lo despreciable de su persona por haber hecho un bien sin siquiera saber que estaba en ello.

Ron Woodrof, la estrella en cuestión, es más que un Matthew McCounaghey adelgazado hasta la médula y de sonrisa cínica: es el vaquero de poca monta, el white trash estereotípico con lo malo y lo bueno que ello conlleva y ese estereotipo le agiliza el discurso a Jean-Marc Vallée y a sus dos guionistas, Craig Borten y Melisa Walack (un trío de casi principantes que aquí se mueven con una agilidad brutal pero precisa). A través de él entendemos que la homofobia, el racismo, el machismo y la ignorancia de su personaje no se debe siquiera a una mala educación sino que probablemente ese estereotipo se encierra una metáfora: la del mundo cavernario, desordenado y desangelado de fines del siglo XX, los años ochenta en que se desarrolla ésta historia que a veces sabe a road movie farmacéutico, otras a un descarnado western urbano y también a la película de escape y persecusión, a un Atrápame si puedes (EUA-Canadá, 2002) viral, sin los encantos de Spielberg y con las reclamos de Vallée.

Y es que Dallas Buyers Club, la narración de supervivencia de Woodrof -que controla al SIDA dentro de su cuerpo de manera asombrosa para la época- es también la historia de una sociedad occidental intolerante y revanchista, una sociedad que anunció la plaga del fin de siglo como si se tratara de un castigo divino y que respondió a ella de la peor manera no por la falta de información ante una nueva enfermedad, sino por prejuicios y vicios de los que aún hoy hace gala. De ahí viene el vagabundeo inicial del personaje por las iglesias paganas de chicas desnudas y whiskeys de un dólar, ese truco visual en que Woodrof parece confesarse frente a las velas de un altar y que con un movimiento de cámara sencillo y bien medido da paso a la reafirmación de que es un macho rampante y cínico, como la sonrisa que no se despega de McCounaghey en toda la película. Y de ahí viene también la construcción de su propia iglesia, un centro de negocios que vende promesas y reparte tiempo falso.

El protagonista se oscurece aún más. La supervivencia del personaje es física pero encima está la voluntad de reafirmar su hombría a través de la supervivencia, más que la demostración de que el mundo está descompuesto. Es decir, en su vagabundeo Woodrof abre camino a derechos y libertades pero buscando un beneficio propio. Si se enfrenta a la industria farmacéutica en busca de una cura para su enfermedad y si desenmascara mucha de la corrupción y ambición desmedida de esa industria-mafia de cuello blanco, es simplemente porque va detrás de un beneficio propio e inmediato. Ron Woodrof no es Harvey Milk y ni siquiera quiere serlo.

 

¿Estamos en el año de la revisión de “héroes” decadentes y oscuros? El lobo de Wall Street (EUA, 2013) retrata a uno de ellos, y a su manera Escándalo americano (EUA, 2013) hace lo mismo. Dallas Buyers Club construye al que quizá sea el más obvio pero lanza una feflexión extra gracias al tema que aborda: incluso seres despreciables como Woodrof que son capaces de aliarse con otros para facilitar su propia vida -ese Rayon construido por un Jared Leto audaz y divertido en la tragedia-, incluso un hombre ambicioso y sin ningún tipo de ética que está en el fondo del barril donde guardamos lo peor del white trash, tiene derechos que deben ser vigilados.

La contradicción que evidencia la película es que la idea llega envuelta en la historia de un estafador, un vividor, un tramposo en toda forma en esos años en que el siglo XX se transformaba.

Entonces, además de esos anti héroes que el cine del año pasado ha revisado, ¿existe otra reflexión sobre la carencia de ética del fin del siglo XX? ¿Las películas de época (una película ubicada en los 80 ya es una película de época) buscan entender el desastre universal hurgando en las cabezas de los estafadores?

Algo se nos debe desde esos años. La prueba es que buscamos entender qué fue lo que pasó retratando héroes involuntarios y dolorosos como el que Jean Marc Vallé y Matthew McCounaghey plasman con tino y fuerza en Dallas Buyers Club.

Dallas Buyers Club
(EUA, 2013)
Dirige: Jean-Marc Vallée
Actúan: Matthew McCounaghey, Jennifer Garner, Jared Leto, Dallas Roberts
Guión: Craig Borten, Melisa Wallack
Fotografía: Yves Bélamger
Duración: 117 min.

Comments (2)

  1. Sin duda esta pelicula como American Hustle y The wolf of wall street cumplen la funcion de retratar una realidad casi underground de cada una de sus epocas y nos presentan a estos hombres que deben cambiarse asi mismos para adaptarse y jugar al mismo nivel que sus oponentes al igual que la sociedad en general contra el estatus quo. La unica que parece escapar y distinguirse por otras caracteristicas es Gravity que pienso se llevara el Oscar.

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  2. Me pareció estupenda, la puja por el premio al mejor actor considero que está entre Matthew y DiCaprio, sin embargo me voy con el segundo.
    Jared Leto hace una caracterización genial, mejor que Bradley Cooper y que algunos otros.

    El tema intrínseco de las industrias farmacéuticas es clave, una muy buena y cruda película.

    Para los óscares mi favorita sigue siendo El lobo de Wall Street.

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