Calle López, crítica

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Calle López
A nivel de calle
Por Erick Estrada
Cinegarage

En “El sentido del cine” Sergei Eisenstein lo deja clarísimo. Cuando intenta dar un ejemplo de la importancia, el valor, la necesidad y el peso real del montaje cinematográfico, habla de su necesidad de recordar y en consecuencia de retratar correctamente a la calle 42 de la ciudad de Nueva York. El impersonal nombre de la calle (42), dice Eisenstein, no se fija en la memoria y por ello es necesario enriquecerlo con lo que la calle realmente es: yuxtaponer en la memoria los teatros, los comercios, las personas, los faroles y armar asi una idea de la calle. Ahora es el turno de la calle López.

El centro histórico de la Ciudad de México tiene muchos rostros. Es al mismo tiempo el área turística -hoy peligrosamente ascéptica y neutral- pero también es ese Tepito tan vilipendado generalmente por quienes nunca lo han caminado. Es la zona de cantinas dirigiéndose al sur por la Calle Bolívar o Isabel la Católica y es el modernismo a tope de la Torre Latinoamericana. El centro histórico es sus museos y sus vecindades, es el Palacio de Bellas Artes y, claro, su diminuto barrio chino alrededor del cual la calle López revive cada minuto en un ciclo que no le permite dormir.

En esa calle es donde se centran Lisa Tillinger y Gerardo Barroso (ambos cine fotógrafos) para ejercitar el poder del montaje cinematográfico rescatando (no sé si concientemente o no) el ejemplo de Eisenstein entendiendo el grandioso poder del montaje. Su idea es la idea de la calle. Recorrerla con la cámara con afán de documentación, de registro de las voces y los sonidos para dejar plasmado su barrio en nuestra memoria, sus sonidos en nuestros oídos, su ritmo en nuestro día a día.

Hay 24 horas de una de las calles más intensas del Centro Histórico resumidas en 80 minutos de un amabilísimo blanco y negro que si bien suprime mucho del bello escándalo visual de esa zona del Centro, nos lleva también a las calles retratadas tantas veces de tantas formas, desde la foto fija hasta las aventuras en el cine previo a la década de los 50 del siglo XX que pavimentó esas calles.

Suenan las ansiosa tijeras de los polleros. Se escucha el coro del voceador. Se barre la basura que resucitará en generación espontánea. Se ve el despertar de la calle López y ese retrato de ella hecho por ella misma aparece poco a poco.

Las licuadoras, los cafés, esos pequeños poemas de la Gran Tenochtitlán encerrados en vasos despostillados. Los gigantescos bloques de hielo que amanecen en las banquetas ante el asombro de los turistas menos imaginativos. Los cantares y las voces que se hablan de un lado al otro de la calle. Calle López es también (pues la idea esponja como Eisenstein lo predijo) una lluvia de códigos visuales y sonoros que aprendemos con extrema facilidad. Se entiende el trabajo de la mujer orquesta que cocina tlacoyos y el del dueño de “El estilo”, la sastrería que repara los accidentes del subir y bajar por esta ciudad. Se entiende también la extraña y nostálgica aportación del dueño del casi clandestino bar “El Fiuma” y todas sus tristes historias.

El centro histórico, vemos desde ahí, es también el taquero, el juguero, el dulcero, la chica que lava los autos, los personajes que al pasar de prisa desatendemos como ellos ya están acostumbrados a serlo. La gigantesca aportación de Calle López (extra a la estética y a la de documentación de la vida en esta Ciudad) está ahí. Su montaje puntual, con ritmo y poder, genera finalmente una idea aún más amplia de esa calle para darse a la tarea de construir otra idea más universal: la de un país.

Los rostros que se suceden en la pantalla, sus arrugas, sus sudores, sus desencantos y pequeñas felicidades dejan ver al México que trabaja a nivel de calle, el que resiste y duele y al que, efectivamente, los encargados de su beneficio suelen pasarle por encima. Ahí Calle López adquiere con una sutileza casi maligna (y esto es un piropo) una carga política poderosa y elegante que cuadra perfectamente con la propuesta estética y narrativa: emotiva, calurosa, pero filosa y profunda; amigable y abierta (el trabajo de registro es incluso inspirado) pero dejando ver subtextos duros que este país necesita corregir. Aparecen entonces las referencias a las no menos políticas El hombre de la cámara (URSS, 1929) y Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Alemania, 1927) en donde encuentra mayores puntos de apoyo.

La idea dentro de la idea. Calle López se retrata a sí misma con el instrumento más poderoso del cine: el montaje.

Calle López
(México, 2013)
Dirigen: Lisa Tillinger, Gerardo Barroso
Guión: Lisa Tillinger, Gerardo Barroso
Fotografía: Lisa Tillinger, Gerardo Barroso
Música: Galo Durán, José Miguel Enríquez
Duración: 80 min.

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