Todo el mundo tiene a alguien menos yo, crítica

Todo el mundo tiene a alguien menos yo
El azote del amor
Por Erick Estrada
Cinegarage

Al entrar a la película pude haber desviado la atención hacia La vida de Adele (Francia-Bélgica-España, 2013) que igual que la propuesta de Raúl Fuentes narra la relación amorosa de una pareja compuesta por mujeres y de la que, gracias a un par de comentarios y miradas que se desvían, sabemos que también seremos testigos de su desintegración. Las diferencias, sin embargo, aparecen al poco y no lo digo solamente por el buen uso del blanco y negro en la película de Fuentes (al contrario de las bonitas composiciones a partir del azul que se logra en los encuadres de Kechiche).

La principal divergencia entre las cintas es el punto de vista. Mientras Kechiche se centra (anunciándolo en el nombre de la película) en Adele -chica típica de clase media proveniente de un entorno social trabajador-, Fuentes opta por narrar todo desde la óptica de Alejandra, la mujer mayor en la relación, perteneciente a la clase alta y culta de la sociedad (en este caso capitalina). Una vez más el choque social empatado al choque de personalidades y entendimientos de su amor marcaba una desviación hacia el trabajo de Kechiche, pero además de que resultaría injusto (la película mexicana fue producida el año pasado) era también inapropiado. En La vida de Adele se habla del amor, sí, pero el choque social toma protagonismo y a pesar de la enorme (y demandante) propuesta estética, esa parte social es al final muy importante en el relato.

Todo el mundo tiene a alguien menos yo es también una propuesta estética pero en una ruta distinta, mucho más romántica. Hay más Godard que en Kechiche y maneja un desarrollo del encuadre distinto. El amor precipitado de su historia espejea en los blancos y los negros (Alejandra es morena y su adolescente amante, María, es rubia), prácticamente toda la cinta las vemos de perfil -como enfrentadas- o en divertidos desplantes en los que el encuadre las muestra dividiéndose, separándose, como en una mitosis de desamor y de opiniones encontradas.

Brillos, cabellos relucientes, nucas, voces que juegan como elipsis, choques entre caos y terrenos pacíficos (la salida de la fiesta por ejemplo); conversaciones en las que la cámara las abandona para bajar un piso en algún lujoso departamento de la ciudad, o para subir a una recámara abandonada ante el inminente rompimiento. Esa es probablemente la mayor cualidad de la cinta: la ambición pro Godard, la frontalidad de los personajes estilo Passolini… pero no se me juzgue antes, es precisamente eso, ambición y ganas de.

La cinta desafortunadamente nunca deja de saber pequeña y en ese cerco debió jugar más antes de lanzarse a volar con ciertas obviedades en su búsqueda y, también, con diálogos que rizan el rizo: saber que un personaje es culto no debe ser pretexto para lanzar discursos que si bien evidencian la diferencia entre los miembros de esta pareja, también saben (en su candoroso azote por el amor que va aperderse) a desplantes líricos.

Más allá, en su exploración del amor a través de su ambición estética, en el diálogo físico de sus personajes y en sus ganas de hablar, la cinta resulta a veces fresca y otras incluso divertida, metida en los vapores de las comedias románticas mexicanas de los sesenta aunque ésta respirando ya los aires libres de la segunda década del siglo XXI.

Todo el mundo tiene a alguien menos yo
(México, 2012)
Dirige: Raúl Fuentes
Actúan: Andrea Portal, Naian Daeva, Tamara Mazarraza, Gimena Gómez
Guión: Raúl Fuentes
Fotografía: Jero Rod-García
Duración: 91 min.