Festival de Cine de Morelia 2013-4

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Festival de Cine de Morelia 2013-4
El reino de los brutos
Por Erick Estrada (enviado)
Cinegarage

Un réquiem. La vida después de David Pablos es en realidad un réquiem. Una familia desmembrada (falta el padre) y que en mucho recuerda a la estupenda Las lágrimas (México, 2012), vive en el norte de México, justo frente al océano. Los matices visuales de la presentación de la película -en la que estos dos hermanos son apenas niños- anticipan algo de melancolía y ensimismamiento. A los pocos minutos sabemos además que ese mar frente a su casa es quizá una figura que nos dice que los miembros de esta familia viven de cara a la muerte.

El abuelo de la familia fallece y desde ahí Pablos comienza a desmembar a los personajes que nos presentó, pero convertidos a través de una elipsis entre alegre y cruel (se trata de un haz de luz fabricado con un vidrio roto) en adolescentes y mujer madura todos en constante enfrentamiento en una especie de pelea por el liderazgo de la familia que, por otro lado, tampoco representa mayor botín.

En ese mundo, Pablos deja clarísimo (al desaparecer a la madre y provocar que sus hijos salgan en su búsqueda) que las carreteras que permitieron narraciones como Y tu mamá también (México, 2001) y Por la libre (México, 2000) se han transformado de tal manera que su historia además de ser la de otro México, no contará con la festividad de aquellas. La otra tentación, la de la búsqueda de la reconciliación que tan bien funciona en Las lágrimas, es evitada también con un símbolo trágicamente premonitorio, un lunar familiar que nos dice que el futuro de los personajes no es bueno y, mejor aún, lo hace sin ostentaciones y sin querenos deslumbrar.

El resultado es ese réquiem que explota por las ausencias, por los cambios, por los viajes y todo cae en una tragedia luminosa, deseperanzada pero asentada, un despertar ante la muerte casi místico de parte su personaje menor que provoca que, en esa trágica luminosidad, entremos a su mundo y aceptemos lo que él está obligado a tomar casi para sobrevivir.

Después llegó la función de Penumbra, ese ejercicio rulfiano de encierros en el bosque y reflexiones ante el paisaje de Eduardo Villanueva y que tan buena impresión dejó desde su proyección en el Riviera Maya Film festival (pueden checar el texto aquí).

Si México va a seguir produciendo películas reflexivas en forma de cine-nuca qué mejor que lo haga dotándolas de herramientas que ayuden a que el público no solamente conecte con ellas sino que aprenda a leer encuadres y dscripciones visuales. De ahí la ventaja del uso de Rulfo en esta película y de encuadres en concordancia con una narración que aunque mínima evoluciona y aterriza en un momento realmente interesante, no solamente visual, sino de cambio en sus personajes. Nada de cámaras temerosamente fijas ni de inspiraciones que uno debe asumir en lugar de que sean evocadas. Penumbra es de lo poco que yo rescataría en ese cine que experimenta con el cruce de documental y ficción, los ritmos pausados y las historias minimalistas. Si la suma de todo ello no es igualmente minimalista siempre será mejor a que ese minimalismo se inyecte a priori y sin sensibilidad.

Luego, una de las más esperadas por el público de Morelia, El mayordomo de la Casa Blanca. Discursivamente se trata de una película plana pero en el fondo es un muy noble intento por acercar, especialmente a los jóvenes americanos, la evolución e importancia de los derechos civiles que hoy, a pesar de no estar perfectamente balanceados, muchos dan por sentados.

Apenas después de un par de secuencias sabemos que el famoso mayordomo (que empieza su narración con estorbosa voz en off) es más que un personaje una figura que nos ayudará a cursar más de 60 años en la historia de Estados Unidos, mirando dentro de la Casa Blanca para registrar la evolución en los derechos y garantías de la comunidad afroamericana. El final, en esa compleja tarea, es cantado: todo terminará con la elección de Barack Obama y su entrada a la Habitación Oval de la Casa Blanca.

Plana en ese desarrollo (con varias secuencias que buscaban inspiración y terminaron siendo pretenciosas), la cinta cuenta sin embargo con varios aciertos. El primero de ellos es la guía en el tiempo que nos regala la selección musical, sin obviedades pero también sin sobresaltos, con cierta sutileza y familiaridad. Ello completa la figura del mayordomo y construye al final más un fantasma-guía en todos esos años que una persona de carne y hueso, a pesar de que se nos anuncia que todo se trata de una historia real. Lo real es la pelea por los derechos civiles, no el mayordomo que es testigo de todo.

Otro acierto es el reparto. Los actores seleccionados para representar a la comunidad afroamericana son personajes que han cumplido con el American Way y obtenido el American Dream sin usar los canales que esa misma comunidad es pasivamente forzda a utilizar para mejorar su estilo de vida, como los deportes. En ese reparto encontramos a Oprah Winfrey, Forest Whitaker, Lenny Kravitz y Cuba Gooding Jr. (su Oscar es histórico).

En el tratamiento de la historia incluso se diferencia y separa la mejoría de vida de la comunidad afroamericana en trabajos de baja explotación aunque especializados (como ser mayordomo) y la de la pelea de la nuevas generaciones, desde las marchas pacíficas hasta la actividad de las Panteras Negras.

Después, la bomba del día. El documental The Act of Killing, dirigido en conjunto por Joshua Openheimer, Christine Cynn y un denominado Anónimo (igual que más de la mitad del equipo que registró este documental) que narra en un juego de meta realidades una película dentro de otra mientras se construye una historia dentro de otra.

El documental tal como lo vimos es el registro de la elaboración de otra película, una que narra un periodo oscuro en la historia de Indonesia en el que un partido político – asociación gansteril – instrumento de gobierno – secta revolucionaria se dedicó a exterminar a quienes se opusieran al régimen que ellos mismos implantaron en un golpe de estado, con la justificación de que se trataba de comunistas. La sangre comienza a tomar por asalto al encuadre.

Para rizar el rizo de este grandioso experimento narrativo (y de registro social), esa historia es narrada por los encargados de ese genocidio, verdugos que hoy gozan de protección y reconocimiento dentro de esa extraña secta revolucionaria aún en el poder a pesar de no contar con riquezas y lujos. A ellos es a quienes Openheimer invita a recrear las formas y las razones de las ejecuciones diciéndoles que ello, a su vez, construirá una película que le contará la verdad al mundo sobre la implantación del régimen, una implantación que estos verdugos, claro, consideran gloriosa.

¿El resultado? Un violentísimo registro de la llegada de los brutos al gobierno, sedientos de poder en sí mismo y ejercitando los impulsos más negativos y violentos del ser humano que muchos consideraban exterminados.

Lo más interesante de esta narración dentro de otra no es la documentación de ese periodo y de la manera como se gobierna Indonesia (con este apéndice aún vivo y en plenitud), sino las dosis de cruel surrealismo visual y la trastocación de todos los valores que hoy se consideran universales. Es el retrato de un mundo del revés que algunos creen solamente vivo en las paranoicas narraciones de 1984 o en los cuentos divagados de sociópatas y conspiracionistas.

El violentísimo exorcismo fallido del final de estre gran trabajo, en el que uno de los verdugos narra asqueado de sí mismo sus ejecuciones y las razones para llevarlas a cabo, hace explotar toda una serie de reflexiones sobre el ser humano, sobre nuestra naturaleza, sobre nuestros alcances y sobre esas pulsiones negativas que algunos piensan están en cabezas infernalmente ilustradas, pero que pueden manifestarse en personajes tan profundamente ignorantes como los que aparecen en The Act of Killing. Esas mismas reflexiones aparecieron en la también estupenda Hannah Arendt y no estaría mal que también le echaran el ojo para complementar el trabajo. El texto Hannah Arendt aquí.

Alrededor de esa espeluznante proyección estuvieron las funciones de los cortometrajes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos a manera de celebración de sus 50 años, trabajos que siempre es bueno conocer para llevar registro de la evolución en las carreras de directores, escritores, fotógrafos y demás desde sus años de estudio en una de las mejores escuelas de cine en Hispanoamérica hasta el despegue de su carrera profesional. ¿Mi favorito? La caja de Yamasaki, de José Manuel Cravioto. Un abrazo a todos los amigos del CUEC.

El otro lado del emparedado fue El hombre detrás de la máscara, de Gabriela Obregón, un documental dedicado al surgimiento y carrera del luchador mexicano El hijo del Santo. Dedicado es la palabra pues el trabajo de Obregón se enfoca exclusivamente en el surgimiento del luchador en cuestión y, en pocas palabras, en justificar todo lo que sus detractores le achacan. Si tuviera que opinar diría que se trata de un trabajo de investigación hasta cierto punto sencillo (la fuente está viva, cierto, pero nunca buscaron voces más allá de lo obvio) y de un documental plano, que se desinfla al final y que pierde el rumbo un par de veces (los capitulos de la religiosidad y el nunca plenamente desarrollado dedicado a las actividades altruistas de El hijo del Santo sobran ante cualquier justificación).

Sin embargo, también considero importantísimo que la lucha libre mexicana y sus fenómenos y procesos comiencen a ser documentados y desarrollados. Un poco más de rigor, eso sí, tampoco nos vendría mal.

Mañana todo comienza con Guten Tag Ramón que se vió hoy pero que encaja mejor con los temas del siguiente día.

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