El niño y el fugitivo, crítica. Película de la semana

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Mud
La lección del desamor
Por Erick Estrada
Cinegarage

Como en sus dos películas anteriores – Shotgun Stories (EUA, 2007) y la gran Take Shelter (EUA, 2011) – Jeff Nichols nos dice claramente que haremos un viaje a lo desconocido. Un par de chicos inauguran esta vidriosa narración admirados ante la vastedad del río frente a ellos. Ambos navegan en un diminuto bote y su objetivo es una isla atacada por una antigua inundación en la que, rezan los rumores del pueblo chico, está atorado un pequeño barco en la copa de los árboles.

Uno de estos chicos, Ellis, ha escapado temprano de su casa y ha visto la primera de varias discusiones que tendrán sus padres. El otro, Neckbone, lleva una camiseta con el logo de Fugazi en el pecho. Con esos dos ligeros latigazos, Nichols anuncia también que Ellis llevará buena parte de la narración (es el chico con un conflicto más a la vista) pero todo se hará precisamente en el tono de la música de Fugazi: tiburonesco, algo serpenteante, duro, a golpe de ritmo y lleno de sorpresas… nada complaciente si es que alguien tiene la duda.

Cuando un niño lleva el compás de la narración se toma un riesgo gravísimo. En ésta época de la corrección política suele retratárseles como mini dioses o semi ángeles en ascenso, iluminados en su retórica como se hizo con la hoy famosa Hushpuppy en la sobrevalorada Una niña maravillosa (EUA, 2012). Por fortuna, Nichols está acostumbrado a no acostumbrarse a nada, excepto a las sorpresas que gusta repartir a lo largo de sus dolorosas naraciones. Si seguimos con Fugazi en la cabeza sabremos ya que esta narración algo tendrá de dolorosa.

No teman. Los niños de Nichols son más esos pequeños vehículos desestabilizadores que están para encarnar nuestro desconocimiento de aquello que viene, la tierra donde la fábula será sembrada. La de hoy ocurre en la América sin asfalto, casi en lo más profundo de ella. Por todo ello deben pensar más en Cuenta conmigo (EUA, 1986) de Rob Reiner y mucho más en la circular y muy consistente Un mundo perfecto (EUA, 1993) de Clint Eastwood.

Al enterarse del futuro de su familia (a punto de romperse) Ellis se conduce sublimando el amor y lo que él cree que significa en todo aquello que se le para enfrente; busca una historia de amor para suplir la que se ha roto en su casa. Esa historia aparece y el serpenteo de la historia de Nichols se acelera. Neckbone y Ellis se dan cuenta que hay alguien viviendo en el bote sobre el árbol y que espera, en muy pocas palabras, la llegada del amor de su vida.

Sigan sin temor. El hombre al que encuentran tiene un halo oscuro de la misma manera que lo tenía el personaje de Kevin Costner en la película de Eastwood e igual que lo tenía el desquiciado padre de familia en Take Shelter. Hay algo que no debe ser descubierto, algo que se oculta, algo incluso fuera de lo legal. La ventaja que tendremos como público es que todo ello se descubrirá/aprenderá en una narración de tonos secos, un tanto desilusionada, en la que la violenta situación que sale del cascarón no es sino una demostración de que aunque todos los personajes dicen moverse “por amor” (al hijo, a la novia, al hermano muerto) pocos realmente conocen su significado o peor aún, le dan uno muy propio.

En este viaje en busca del amor Ellis encuentra tantas modificaciones del mismo que al final ese amor, el que sea, parece tan efímero y cambiante que termina por definirse como inexistente. La lección es dura, pero así como le hace saber el hombre del bote sobre el árbol (el muy supersticioso Mud del título original de la película), la vida no es sencilla.

El desamor se aprende mientras Ellis descifra un laberinto de personajes perfectamente hilado por parte de Nichols (autor también del guión) y todo explota en un final tan digno de un western que los sobrevivientes de esta fábula amarillenta sólo deberían caminar al horizonte con el sol a sus espaldas.

De alguna manera lo hacen (y fijan su mirada en él igual que al final de Take Shelter, un horizonte mitad amenazante, mitad prometedor), pero esta enorme lección de vida en medio de una estupenda lección de narración cinematográfica sabe a veneno (hay que aprender a no ser mordido por la misma serpiente), a errores, a trabajo duro, a desconfianza en quien se quiere, a inexistencia de amor, a un retorno que aunque con luces redentoras es trágicamente inevitable.

Eso es quizá lo mejor de Mud: el dolor con el que se extrae la enseñanza es también parte de la lección.

El niño y el fugitivo
(Mud, EUA, 2012)
Dirige: Jeff Nichols
Actúan: Matthew McConaughey, Reese Witherspoon, Tye Sheridan, Jacob Lofland
Guión: Jeff Nichols
Fotografía: Adam Stone
Duración: 130 min.

Comments (2)

    • Por que Decís que es crudo el mensaje, según mi punto de vista es que todos, al final, rigen y hacen sus vidas por amor, Mas que crudo me parece hasta casi poético; pero no Se…a que te referías con crudo?

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