Las indispensables de Buñuel

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Las indispensables de Buñuel
Por Erick Estrada

Hace exactamente 30 años falleció Luis Buñuel, uno de los directores que mejor comprendían al cine y sus posibilidades y sin duda uno de los que mejor las utilizaron. Dueño de una inteligencia ácida y un humor brusco y crítico, amante de la vida, Buñuel entró al cine como miembro de un movimiento vanguardista que probablemente no abandonó nunca.

Un perro andaluz, su primera película, era la práctica a nivel casi ideal del surrealismo. Surrealistas y cineastas -como el gran Antonin Artaud que a veces era ambos- pensaban que el cine era el único arte en el que se podía reproducir el lenguaje de los sueños, ese donde la razón y la lógica desaparecen y el inconciente se manifiesta en su forma más pura y en consecuencia, también más humana. El guión de esa película, escrito al alimón con Salvador Dalí, es claro ejemplo de ello y la película sigue siendo objeto de estudio en escuelas y cursos, de cine o no.

Después del puñetazo certero que significó el estreno de la película, Buñuel rodó La edad de oro repitiendo fórmula con Dalí y posteriormente Las Hurdes, una especie de documental con salpicones de surrealismo en el que se describe con detalle y dureza la vida de la gente en esa lejana región de España, sin tecnología, sin ciencia, casi al nivel del hombre de las cavernas. Consigue ahí resultados realmente sorprendentes especialmente si uno sabe leer entre líneas que era lo que Buñuel pedía de su público.

Si tomamos en cuenta que muchos de los postulados que Buñuel legó al mundo están ya plasmados en éstas, sus tres primeras películas, lo que sigue en su filmografía es una oleada de disfrute y cine en estado puro, de temple y dominio y ejercicio del encuadre, de visión crítica a una sociedad falsa y hundida en el enamoramiento de sí misma que hoy más que nunca vale la pena revisar.

Si Hitchcock llegó a decir que Buñuel era el mejor director de todos los tiempos, hay que hacerle caso a los dos, a la apreciación de otro director de alcances larguísimos, elegantes y violentos, y a los discursos críticos, de humor corrosivo, de vanguardia, a las historias en las que Buñuel quiso que nos hundiéramos simplemente para disfrutar del cine.

A maneja de homenaje les dejamos la lista de las películas que quienes no conocen a Buñuel deben revisar. No se van a arrepentir.

 

Un perro andaluz
(Francia, 1929).
El famoso encuadre en el que el propio Buñuel rebana con una navaja el ojo de su actriz principal, objeto del deseo desenfrenado de un joven enamorado, es una de las más icónicas de la cultura generada en el siglo XX. El lenguaje del sueño usado en esta extraña narración es tan cruel y violento que la película es más un viaje que una narración.
Ese ojo rajado con una navaja fue objeto de homenaje de parte de Black Francis para la canción “Debaser” de Pixies: Got me a movie/ I want you to know/ Slicing up eyeballs/ I want you to know/ Girlie so groovy/ I want you to know/ Don’t know about you/ But i am un chien andalusia!/ I am un chien andalusia!/ I am un chien andalusia!

Las Hurdes
(España, 1933)
Es un documental que a veces cruza del lado de la ficción y al mismo tiempo una especie de denuncia velada sobre la situación en la que vivían muchas personas en la dificilísima España de esos años. También es una muestra de que se puede hablar del ser humano sin ponerse demasiado académicos y de que un autor lo es sin importar si cuenta algo desde la ficción, del documental o de ambos. Una joya que hoy, en el famoso cruce de ficción y realidad, muchos han querido imitar sin éxito.

Los olvidados
(México, 1950)
Buñuel siempre habló de la hipocresía de la clase burguesa pero jamás imaginó que el mundo le daría la razón de manera tan elegante. Cuando quiso estrenar esta historia de los barrios bajos de la Ciudad de México, las autoridades que presumían de un país democrático, limpio, civilizado, moderno y de primer mundo hicieron todo para impedirlo.
La historia de un grupo de jóvenes que vivían y sobrevivían la violencia de una ciudad en efervescencia, la muerte y el sexo a flor de piel era demasiado para una sociedad puritana e hipócrita que no hizo nada a favor de la película hasta que Buñuel ganó el premio a Mejor Director en el Festival de Cine de Cannes en 1951.
La película fue reconocida por la UNESCO a través de su programa Memoria del Mundo (Memory of the World) que procura la preservación y el acceso del patrimonio histórico documental de mayor relevancia para los pueblos del mundo, así como también promocionar el interés por su conservación entre los estados miembros.

Susana
(México, 1951)
Una chica, que resulta ser nada menos que Rosita Quintana, escapa de un reformatorio para terminar alojada en una casa típica de la clase media mexicana. Ahí las pasiones se desatan gracias a la voluptuosidad de esta mujer y, claro, al uso que de ella hace. Es como si el Diablo se apersonara en una pastorela y sacara lo peor de todos. La situación se torna al final tan violenta que la lección es dura y contundente, pero esa deben aprenderla viendo la película.

Subida al cielo
(México, 1952)
Buñuel llegó a conocer a México como pocos y esta sencilla pero poderosa historia de un hombre recién casado que tiene que emprender un difícil viaje en autobús para salvar la herencia de su madre es el mejor ejemplo. Los temas aparecen de nuevo, sexo, violencia, envidia, hipocresía, engaño, pero también un humor casi infantil, muy limpio, que solamente sirve para subrayar la oscurdad alrededor de la historia.

Él
(México, 1953)
Si Buñuel fue uno de los directores que mejor usaron el lenguaje de los sueños en sus primeros experimentos cinematográficos, en Él pudo convertir la historia de un rico solterón que finalmente se casa en una de las pesadillas más sádicas que se han visto en pantalla. Los celos, la locura y una mente muy, muy retorcida se abren paso poco a poco en la historia de este matrimonio. Las obsesiones, los fetichismos (esa cena en la que él la aborda a besos después de ver sus pies en tacones altos) y los deseos más oscuros (un hilo, una aguja quirúrgica y algodones que revelan un plan sangriento y violento) aparecen como sólo Buñuel pudo haberlos plasmado: elegantemente y con humor, eso sí.

Ensayo de un crimen
(México, 1955)
Mordaz, oscura, relampagueante, inteligentísima película de un Buñuel muy inspirado a partir de la no menos genial (y brutal) novela de Rodolfo Usigli en la que un hombre de apariencia común oculta un desorden mental que, paradójicamente, lo orilla a controlar todo de tal manera que decide cometer el crimen perfecto. Hasta aquí todos podrían ser ingredientes del mejor Hitchcock pero no, es una de las películas más oscuramente divertidas de Buñuel y probablemente de las mejores para adentrarse en su filmografía.

Nazarín
(México, 1959)
Si alguna vez se hablara de la pasión de Cristo filmada por Buñuel tendríamos que aterrizar en Nazarín, una película perturbadora, incisiva, cruel con unos personajes que poco a poco demuestran no solamente la inutilidad de un redentor en un mundo tan retorcido como este, sino de la bondad a toda costa, que no le trae nada bueno a ninguno de los personajes que nos presenta en este que también podría ser llamado un curioso road movie.

Viridiana
(México-España, 1961)
¿Una película del Buñuel más crítico a la religión católica rodada en coproducción con España en uno de los periodos más fuertes del franquismo? Buñuel mostró un guión “con truco” a las autoridades españolas para conseguir la coproducción. Cuando en España (y en el Vaticano) vieron la historia de esta monja (Silvia Pinal, nada menos) seducida por su tío viudo, prohibieron  la película aunque posteriormente en España se aceptaron “cambios” que suavizaban el planteamiento (Viridiana entrando al cuarto de su primo nunca pudo verse, por ejemplo).
La película ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes y fue ahí que las autoridades españolas vieron por primera vez la película terminada y la versión real filmada por Buñuel que, claro, era muy distinta al guión que ellos habían leído.

El ángel exterminador
(México, 1962)
Una fiesta interminable pero no al estilo de “El gran Gatsby”, sino una en la que lo “mejor” de la sociedad burguesa se ve encerrada en la casa donde la fiesta se lleva a cabo y de repente se ve imposibilitada de abandonar. Ahí, de nuevo, todo lo que se ha querido ocultar de malo en esa clase supuestamente culta, limpia, educada, sale a flote a la menor provocación y de ahí arrancamos la mejor palabra para definir esta película de Buñuel que ya de por sí técnica y artísticamente se veía poderosísima: provocadora.
No entenderla es quizá lo mejor que se pueda hacer con ella al verla las primeras veces pues es quizá la película de su periodo mexicano que mejor se conecte con el famoso Perro andaluz.

Bella de día
(Francia, 1967)
Después de explorar los temas del matrimonio, la frigidez y algo de sadomasoquismo en Diario de una recamarera (Francia-Italia, 1964), Buñuel se lanza a hablar más en extenso de los temas y los lleva a niveles elegantemente fetichistas, salvajemente dorados, en los que una esposa ideal es a la vez prostituta de lujo, en la que el sexo es mercancía y los valores se tergiversan muy a la Pasolini, muy alejados de una época en la que el sexo se liberaba como nunca pero también muy realista y muy directa. El pilón es Catherine Deneuve en uno de sus mejores trabajos.

Tristana
(España-Italia-Francia, 1970)
Con el mundo en plena transformación y en busca de libertades (España incluida) Buñuel enfrenta en esta historia a una chica joven y guapa y a un hombre maduro que hace lo posible para convencerla y seducirla usando el tema de la libertad en que ambos viven (ella acaba de perder a su madre y está al cuidado de él). Como en el mundo buñueliano normalmente ocurre, ella toma el tema en serio y comienza a hacer uso de lo que él le ha enseñado, su libertad. Un Buñuel que normalmente se ignora en México en este tipo de recuentos está aquí en uno de sus mejores momentos.

Ese oscuro objeto del deseo
(Francia-España, 1977)
En su última película como director, de nuevo aparecen las obsesiones, los deseos reprimidos, el engaño (incluido el “engaño” al público al que se le presenta un solo personaje en el cuerpo de dos actrices distintas), pero lo hacen con una concepción tan moderna del cine que incluso en 1977 resulta vanguardista. Del flashback a la repetición de hechos, a tener dos rostros distintos de la misma persona, a la imposibilidad de satisfacer el deseo del nombre de la película, la cinta es realmente disfrutable, ejemplar, sólida y muy intensa. Una gran despedida de parte de un gran director.

 

El pilón
En este pueblo no hay ladrones
Dirige: Alberto Isaac
(México, 1965)
Es solamente una de sus apariciones como actor pero al lado de Un perro andaluz es probablemente la más memorable. Su única condición para aparecer en la película de Alberto Isaac fue que su papel fuera el de un cura… y de cura aparece. El asunto no es que interprete a un sacerdote a manera de condirmación del profundo conocimiento que tenía de la cultura cristiana, sino de la facilidad que encontraba para burlarse de ella, de su visión estricta y por ello absurda del mundo, sino que actúa al lado de Juan Rulfo, Abel Quezada, Leonora Carrington, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez, Emilio García Riera y José Luis Cuevas además de un gran grupo de actores de la época.

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