Preludio, crítica

Preludio
Final abierto
Por Erick Estrada
Cinegarage

Dos personas se encuentran y la cámara de un ejercicio visual, dramático, humano, las encuentra a ellas. El plano secuencia, herramienta poderosísima del lenguaje cinematográfico, se hace presente y con ganas de exprimir los detalles de esos encuentros que pueden ser fortuitos a la vez de enriquecedores (los golpes también enseñan), los persigue en sus adjetivos, en sus sustantivos, en sus verbos. El ojo al que no se le permite el parpadeo del corte es el ojo de Eduardo Lucatero, director, que quiere saber hasta dónde pueden llegar sus personajes.

Ahí, en el pequeño lienzo de un espacio pequeño y confinado en medio de una de las ciudades más grandes del mundo, las palabras y los gestos quedan en la memoria de ese plano secuencia, tan cruel en su manufactura pero tan interesante y ágil en sus resultados, siempre y cuando se entienda, como ocurre en Preludio, que la ausencia del corte no significa, ni mucho menos, una cámara inválida.

El cine es montaje y el montaje, aunque se encuentra más en su terreno con las ventajas del corte, no está ausente de un plano secuencia. La cámara de Preludio acentúa, da espacio, lo elimina, sigue las ideas y los pensamientos de estas dos personas que apenas saben quiénes son pero que por alguna extraña razón quieren eliminar esa duda.

Lenguaje cinematográfico bien ejecutado, guiños a la comedia romántica igual que al melodrama mexicano, el espacio de la azotea (tan mexicano y a veces tan poco aprovechado) le ayuda a Lucatero a dibujar a sus personajes y dejarlos sueltos en la sorpresa de un final tan abierto que, después de que nos llevaron de la mano con un montaje detallado de la conversación, nos corresponde cerrar, reunir las ideas que surgieron y sacar una conclusión. Es un buen trato que les conviene aceptar.

Preludio
(México, 2010)
Dirige: Eduardo Lucatero
Actúan: Ana Serradilla, Luis Arrieta, Elsy Reyes, Tiaré Scanda
Guión: Eduardo Lucatero
Fotografía: Stéphanie Weber-Biron
Duración: 74 min.