Titanic 3D, un año más

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Elogio a Titanic
Por Erick Estrada
Cinegarage

Este texto se escribió originalmente para los amigos del periódico semanal FRENTE a los que les enviamos un caluroso saludo. El editor del semanario nos dio permiso de usarlo de nuevo hoy, que se conmemora un año más del famoso hundimiento del Titanic y a un año de distancia del estreno de la versión 3D de Titanic, la película de James Cameron. Esperamos lo disfruten y gracias a FRENTE y a su editor por prestarnos el texto que le encargaron a Erick Estrada hace un año.

 

¿Quién lo diría? No que se dedique una columna y el espacio de esta insigne publicación a hablar de una película de la que ya se habló bien cuando se estrenó (yo me obligué a no emitir juicios a nivel profesional) y de la que después se han hablado pestes, casi todas ellas justificadas. Y sin embargo, algo bueno debió tener un monstruo de producción como Titanic para reunir 1.8 billones de dólares alrededor del mundo.

¿Quién lo diría? Este mismo 2012 se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic real, se reestrena (oportunamente) la versión 3D de la megaconstrucción de James Cameron y otra cinta importante para lo que nos atañe cumple 50 de haber sido estrenada: Cleopatra. En su tiempo, la película por la que Liz Taylor cobró alrededor de 7 millones de dólares, fue la cinta más cara de la historia del cine, gastando 44 millones de dólares, 320 millones de los actuales. Hoy que estas fechas convergen, Titanic es la poseedora de esa marca pues en 1997 costó 200 millones de dólares, un valor que aunque por muy poco, al ser convertidos a la actualidad, rebasa a la cinta con Taylor.

La ventaja de Cameron es que a diferencia de la co dirigida por Joseph L. Mankiewicz, Rouben Mamoulian y Darryl F. Zanuck, Titanic no se hundió y por muy chocante que nos parezca la voz de Celine Dion al cierre de la historia; por mucha miel que pueda reunirse cada vez que un nuevo póster de la película se vende; aun por ser la materialización de uno de los egos menos atractivos de Hollywood y por mucha bilis que podamos derramar al recordarla, no debió ser fácil convencer a los ejecutivos de dos casas productoras (Paramount y 20th Century Fox) no solamente de entrarle a un toro de cuatro chimeneas, sino de proporcionarle dinero y equipo para filmar al verdadero Titanic en imágenes de calidad suficiente como para ser utilizadas en la introducción de este gigantesco plan.

La idea de Cameron era comunicar a quienes vieran la película la sensación de vivir la historia misma, mezclando personajes ficticios con otros reales y contraponiéndolos no solamente para evidenciar las desigualdades e injusticias de la época en que el barco se hundió, sino usando algunos arquetipos para que bien y mal, amor y odio, libraran una batalla en un barco destinado a terminar en el fondo del mar.

Si lo consiguió o no, esa es otra historia. El asunto es que Cameron, en los últimos años del siglo XX y con un cine que ya había decidido que las animaciones digitales podrían resultar herramientas efectivas y mucho más baratas, decidió no basar su producción en ellas y usó maquetas de gran y pequeña escala, un barco real y otro reconstruido en Rosarito, Baja California, en donde sus actores aguantaron estoicos el trabajo en estudios inundados con aguas frías para conseguir la toma que quería el director.

Si esos estudios siguen operando o no, también es otra historia. Cameron sacó adelante la cinta, la transformó en un éxito comercial, curó un poco su ansiedad y manía con las catástrofes marinas (motivación inicial para concretar este plan) y, si la leyenda es cierta, logró que su cinta durara exactamente lo que tardó el verdadero Titanic en hundirse hace 100 años: 194 minutos.

Un proyecto de este tamaño debería convertirse en ejemplo por dos razones. Productores e inversionistas deberían estudiar y comprender la forma en que Cameron vendió la idea y consiguió la financiación. No se quedó en el “Romeo y Julieta en un barco que se hunde” y tampoco dijo que se tratara de una película de desastre (aunque desde mi punto de vista se trate de una película desastrosa).

Pero lo más importante, debe ser ejemplo porque producciones de ese tamaño hechas a la antigüita en los últimos años del siglo XX ya eran un error y es ahí donde lo “visionario” de Cameron se da siempre contra la pared. En Avatar llegó demasiado temprano en animación digital con un guión desastroso. Aquí su guión era igualmente malo, pero se aferró a una manera de hacer cine que un par de años después quedaría total y completamente enterrada por lo digital y un entretenimiento sin tanta miel (Episodio I, Matrix).

Si para algo sirve Titanic, debe ser para darnos cuenta de ello.

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