Terapia de riesgo, crítica.

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Terapia de riesgo
El kafka psiquiatra
Por Erick Estrada
Cinegarage

Ahí donde el muy hábil Thomas Vinterberg atoraba su turbulenta historia sobre un profesor pueblerino acusado de abusar sexualmente de una de sus alumnas (La caza, Dinamarca, 2012) es precisamente donde Steven Soderbergh da un giro de terciopelo que incestuosos del recurso -como M. Night Shyamalan– envidiarán por décadas. En la narración de Soderbergh, implementada casi kafkianamente por Scott Z. Burns un psiquiatra renombrado es atrapado por un caso que en apariencia es tan común que no requeriría mayores cuidados que los que el sistema en sí mismo ya proporciona.

En ese caso, desde la común (muy común) adicción a somas más propios de “Un mundo feliz” (viva Huxley) que ha generado un sistema consumista y egocentrista, hasta la oscuridad en que ese sistema mantiene a cientos de enfermedades sicológicas para (al tenerlas fuera del sistema público de salud) enriquecerse a diestra y sobre todo a siniestra, son repasados por el meticuloso ojo de Soderbergh. Eso sí, es un ojo que obvia los datos y los números, que salta en el tiempo y en el espacio, pero que dramatiza, sobre todo en la primera parte, la sensación de desorientación ante ese aparato que viven millones de estadunidenses sometidos la mayoría de las veces sin querer.

¿Cómo lo hace? Así, meticulosamente en el drama, colocando uno solo de los posibles casos bajo el microscopio de su cámara (Soderbergh es el director de fotografía) y nos lo deja claro con el manejo casi obsesivo de medium shots y close ups: sus personajes fuera de foco terminan siempre por acercarse al lugar exacto en el que, con una definición clara y sensible, entran a foco; estamos hablando de ellos y el detrás brumoso no es un adorno. Al abrir el microscopio todo se suma en una conspiración a la Huxley pero en un thriller casi psicológico y de ciencia ficción que, por un lado, recuerda al empastillado montaje de Réquiem por un sueño (EUA, 2000) de Darren Aronofsky y por otro a las conspiraciones de comida verde hecha de carne humana.

El psiquiatra caen en desgracia cuando los periodos de sonambulismo de los medicamentos con los que juega (porque seamos sinceros, también juega) con su paciente la llevan al homicidio, y en ese complot urbano, donde el foco solamente nos permite ver lo más cercano, Soderbergh comienza a sumar giros de tuerca imperceptibles, misteriosos y más efectivos que los de muchos otros thrillers ultra livianos.

Ahí es donde Terapia de riesgo se ilumina y se acerca al estilo netamente americano, en el desvelo del por qué y para qué, restando quizá algo de lo kafkiano del guión de Burns, pero sacando del mundo del linchamiento a su psiquiatra. Lo dicho: donde Vinterberg abandonaba todo a la crueldad humana, Soderbergh continúa para hablar contra el sistema y acariciar a su protagonista.

Lo que se gana con esa extraña estafeta es la visión de un mundo en el que los fármacos/grandes empresas controlan mercados, decisiones gubernamentales; en el que Huxley se asoma con una maliciosa sonrisa para rematar con un “se los dije”. Pero también el de un país que sabe tiene cuentas pendientes consigo mismo: el tema de los desfalcos y la gran crisis es tangencial pero determinante en el cruce de telarañas que atrapan al psiquiatra.

El remate es confirmar que después de algunas entregas medianamente satisfactorias Soderbergh es un cineasta con mucho estilo, con un poder visual capaz de sostener un thriller que en otras manos y en otras pupilas se habría desbarrancado en escenas escandalosas de gritos y arañazos, de conejos hervidos en la recreación de la recreación de otros suspensos menos experimentados. Oficio y tacto. Con eso hace brillar aquí a todo mundo.

Terapia de riesgo
(Side Effects, EUA, 2012)
Dirige: Steven Soderbergh
Actúan: Rooney Mara, Jude Law, Channing Tatum, Catherine Zeta-Jones
Guión: Scott Z. Burns
Fotografía: Steven Soderbergh
Duración: 106 min.

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