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Por Erick Estrada
Cinegarage

Día tranquilo en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Al medio día se llevó a cabo y por iniciativa del IMCINE un encuentro entre cineastas y medios de comunicación, algo que evidentemente absorbió tiempos y asistentes de cualquier otro evento paralelo. Así que después de la proyección de Las mariposas de Sadourni temprano en la mañana, el día fue tomado por la celebración en el festival de los 50 años del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos.

Con la presencia de gente allegada profesional o sentimentalmente al CUEC se llevó a cabo la reunión conmemorativa en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara y por supuesto estuvieron presentes el Rector de la Universidad de Guadalajara, Antonio Cortés Gallardo, Iván Trujillo, director del Festival de Cine en Guadalajara y José Felipe Coria, director del CUEC.

La importancia del CUEC es inegable y si lo que se dijo y se platicó en el encuentro no fue lo suficientemente claro, el Goya que se entonó a todo pulmón al final de la celebración (un Goya en una Universidad que no es la UNAM) dejó plasmado que efectivamente, el CUEC es el patriarca de las escuelas de cine en México. Felicidades a los compañeros del CUEC, antes, durante y después de sus 50 años.

Otro punto interesante del día fue la presentación de la segunda edición del libro “Santo el enmascarado de plata. Mito y realidad de un héroe mexicano moderno” de Álvaro a. Fernández, un análisis y recuento del nacimiento de un icono que no solamente transformó al cine mexicano, sino que se insertó en la cultura popular con un poder y un encanto que pocos, muy pocos han logrado, sólo que él lo hizo sin mostrar nunca el rostro.

En la presentación se contó con la participación tanto del autor como de Gerardo Salcedo, Director de Programación del Festival de Cine en Guadalajara y fueron ellos los encargados de marcar las diferencias de esta segunda edición con la primera. En primer lugar se cuenta con una introducción más escueta dedicada a plasmar el contexto social que dio origen al luchador, pero eso abrió espacio para un más extenso análisis de la tradición del mito heroico y al proceso que llevó al Santo a ser quien fue para llegar después al llamado así por Álvaro Fernández, periodo en technicolor.

El libro no es entonces un recuento de las películas por las que el Santo es recordado, sino una investigación que nos lleva desde las tradiciones populares mexicanas en las que la figura heroica adquiere particularidad y rostro propio, hasta el análisis del héroe (o los héroes) y su juego con los medios masivos de comunicación. Todo, además, redondeado por anécdotas en las que queda finalmente marcado con día y año el nacimiento del Santo o el extraño fenómeno que representó en el mundo del cómic en México. Sobra decir que el libro ya está en la biblioteca personal.

La tarde estuvo dedicada a Workers, la película que presenta José Luis Valle González como guionista y director, y lo digo en el más directo de los sentidos. Con una duración de 130 minutos, Valle González explora en un par de historias paralelas las contradicciones de nuestro mundo, la injusta repartición de la riqueza y las fronteras físicas e ideológicas que ello termina construyendo. Ambas historias disectan los roces y los goces de patrones y trabajadores y con ello las contradicciones que mencionaba antes se evidencian y tejen un drama muy social y muy humano que no deja de maltratar a sus personajes, pero que afortunadamente se aleja de maniqueísmos y sentimentalismos.

Tenemos una historia que recorre el maltrato indirecto que una patrona ejerce sobre su servidumbre, obligada casi moralmente a cuidar de su mascota como si se tratara de su hijo. Valle González coloca eso frente a un caso espejo, el de un empleado de limpieza en una fábrica internacional que es maltratado pasivamente por el jefe/empresa al negarle su jubilación y obligarlo a seguir trabajando.

El resultado, nuevamente logrado gracias al montaje, viene con una muy buena reflexión alrededor de los temas ya mencionados pero también sobre la necesidad de terminar con las fronteras que surgen de ellos y con sobre la jerarquización equivocada que nuestra sociedad hace de los trabajos, otorgando sin mayor razón más importancia los que exigen portar traje y corbata y minimizando a los que obligan el uso del otro uniforme, el overol.

El problema, como en muchos de los festivales es, precisamente, que las películas se hacen premeditadamente para festivales. Valle González contamina su narración, de manera completamente inecesaria, de los tiempos muertos en planos eternos que a fuerza de repetir no sólo su propio contenido (la toma con la calle tijuanense “viva” con un anochecer en “tiempo real” en el horizonte es no solamente eterna sino completamente gratuita) se vuelven redundantes en su vacío.

De nuevo, la combinación de realidad y ficción es un juego en el que el cine quiere caer ahora más que nunca pero, lo dije justo ayer, ese ejercicio trabaja perfectamente desde el documental. Cuando se hace desde la ficción el resultado es la lista de errores en los que cae Workers: discursos que se repiten innecesariamente (el público sí entiende lo que se narra, no hace falta demostrárselo inspiradamente una y otra vez); tomas gratuitas que enturbian el montaje de, en este caso, ambas historias y de cada una de ellas hacia adentro porque, con todo, Workers tiene momentos de ritmo intenso; y sobre todo, el alargamiento inútil y sin sentido de la película misma. Dos horas y 10 minutos de Workers es una exageración de parte de su equipo pues, precisamente por la simpleza y cierta originalidad en las anécdotas que se exponen, todo se comprende a la primera. Una lástima que la forma de moda aleje a la cinta de su público. La sesión de preguntas y respuestas después de la proyección lo dejó muy claro.

Mañana seguiremos.