FICG, B

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FICG
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Por Erick Estrada
Cinegarage

La inauguración oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara tuvo bastantes luces y sólo un par de sombras, pero dos que fueron lo suficientemente pesadas para casi deslucir todo lo que Kon-Tiki, la película inaugural, consiguió por méritos propios.

La primera sombra corrió a cargo de los conductores de la alfombra roja, que ya de por sí, en un escenario tan grande como el centro Telmex de la ciudad de Guadalajara, se quedaba chica especialmente cuando los invitados llegaban sin planeación ni periodicidad. Espacios vacíos en la pasarela sumados a un lamentabilísimo entendimiento de lo que es, debe o puede ser una alfombra roja de parte de los conductores designados de parte de Azteca Guadalajara. Con ellos padecimos desde el desconocimiento de la película a proyectarse hasta confusiones de actores, nombres y carreras que dejaron atónitos no solamente a quienes veíamos su triste labor desde el interior del auditorio sino a los propios invitados que tuvieron que padecer esas confusiones: Ofelia Medina explicando a los conductores que ella no era Ángela Molina y la actriz española escapando a juegos que los chicos de Azteca estaban obligados a exigir a los entrevistados. Una pena de verdad.

La segunda sombra corrió a cargo de buena parte del público de Guadalajara invitado a la inauguración de su festival, un público que asistió a ser visto y no a ver y que desconoció la ética mínima de (o el cariño hacia) un festival de cine del cual son sede. Podemos comenzar señalando su impuntualidad extrema (una hora después de iniciada la ceremonia la gente seguía entrando… y la dejaban entrar) hasta su desatención a la película inaugural; lámparas de los acomodadores que se pasearon toda la función favoreciendo a quienes llegaban tardísimo y castigando a los que ya sentados recibíamos el lamparazo en nuestros asientos; y llegamos hasta la “costumbre” de levantarse y sentarse durante toda la función como si de una fiesta casera se tratara. Todo influyó para que muchos padeciéramos la peor de las funciones inaugurales en mucho tiempo. El público de Guadalajara debería comprender mejor la importancia de su propio evento.

Salvados los tropiezos de esa falta de educación, disfrutamos de los homenajes al gran Ernesto Gómez Cruz que se lució en su discurso de agradecimiento al recibir el premio Cine Mexicano, dejando ver su humildad y ganas de seguir trabajando como actor; así como del premio otorgado a Ángela Molina, que estrechó lazos culturales entre España y México y dejó muchas ganas de ver su trabajo más reciente, la Blancanieves de Pablo Berger, al momento de agradecer el premio Iberoamericano.

Mención aparte merece el reconocimiento internacional del festival al cineasta sueco Jan Troell, uno de los más internacionales de su país al lado, nada menos, que de Ingmar Bergman y que, gracias al festival, recibió lo que posiblemente sea uno de los reconocimientos pendientes y más justos alrededor del mundo.

Después la función, el estreno en México de Kon-Tiki, película de Joachim Rønning y Esper Sandberg que dejó al público emocionado y contento. No es para menos, se trata de una película épica y profundamente humana que narra la expedición que Thor Heyerdahl llevó a cabo viajando sobre una balsa desde las costas de Sudamérica hacia Polinesia para probar una conexión cultural entre ambos polos. Es también una exploración de las motivaciones (no siempre sanas sino todo lo contrario) de muchos humanos, que pueden rayar en la locura pero que vistas a distancia resultan no solamente inspiradoras (que no motivacionales) sino aleccionadoras (que no falsamente religiosas).

En la narración de esta aventura de unos náufragos voluntarios que buscan afirmar sus propias convicciones, quedan retratados no solamente los valores aventureros que han hecho del humano lo que es, sino que se plasma trambién el espíritu y mucho de la escencia de las culturas nórdicas, un doble acierto que convierte a Kon-Tiki en una película mucho más sólida, menos falsamente profética que la sobrevalorada La vida de Pi. Usando casi los mismos elementos y acomodándolos prácticamente en el mismo orden, la cinta sueca resulta mucho más profunda y bastante menos pretenciosa que la cinta de Ang Lee. Es también un gran ejercicio narrativo pues, igual que La vida de Pi, anuncia su final apenas comienza la narración pero a pesar de ello (y al contrario de la cinta aquella) genera sorpresa, emoción y tino en sus cúspides y descansos, sin mencionar que el final es a pesar de todo sorpresivo.

Lo dicho, a pesar de los tropiezos antes, durante y después de la ceremonia inaugural, el Festival Internacional de Cine en Guadalajara contó con una película perfecta para su noche inaugural. Veremos si esto lo valora la ciudad en años por venir.

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