El vuelo, crítica

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El vuelo
La adicción al control
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un demonio viene a visitarte y los Beatles suenan en el elevador. Esta película, obra de un Robert Zemeckis al que de repente se le pierde la inspiración, es sobre adicciones, sobre excesos, sobre el alcohol y la heroína, a la religión y al alcohol otra vez. Es sobre adicción a la adrenalina y a la perfección.

Un piloto, interpretado por Denzel Washington, salva a casi todos los pasajeros de un vuelo comercial de lo que habría significado un gigantesco accidente aéreo, secuencia que, por otro lado, es suficiente para recomendar la película. El piloto es un héroe en la cama del hospital que despierta a tiempo para ver su hazaña en la televisión. Pero las investigaciones obligadas por ley y por método (por la adicción al control de gobiernos como el de Estados Unidos) sacan a la luz que en la sangre del piloto-héroe había restos de alcohol en el momento del accidente.

Las adicciones (al control y al alcohol) chocan y provocan el desastre que el piloto había evitado. Es el demonio al que se le muestra piedad mientras en el elevador suenan los Beatles. El héroe cae y es devuelto por ese sistema perfeccionista a un estado del que ya habia logrado salir. ¿Quién es villano y quién el héroe? Esa parece ser la principal pregunta de El vuelo.

En una sociedad que construye, consume y desecha héroes esta situación resulta más que familiar y Zemeckis la retrata a veces con más tino y otras tantas buscando la querencia del cliché. Y es que basta recordar a otros adictos más peligrosos y por consiguiente más críticos del sistema, unos que no buscan su redención sino desenmascarar a quien se hace pasar por justo pero que revela al final adicción a un control policial o a un conservadurismo totalitario.

Desde la leche plus y la adicción a la ultraviolencia de Naranja mecánica (EUA-Reino Unido, 1971), Kubrick había dejado ver ya que el sistema es tan enfermo como aquellos “anormales” a los que persigue. Está también Drugstore Cowboy (EUA, 1989) y la evidencia de que el uso de sustancias ajenas al cuerpo cambian a ese cuerpo y a lo que es capaz de hacer; mismo caso de Trainspotting (Reino Unido, 1996) y El hombre del brazo de oro (EUA, 1955), y que de regreso nos hacen cuestionar la validez de nuestro héroe: ¿habría hecho lo mismo sin estar intoxicado? Raro que tras la pregunta surja también el recuerdo de Hancock (EUA, 2008), más una caricatura que una reflexión, pero que en mezcla con los demás títulos comunica algo de la experiencia al ver El vuelo.

A veces reflexiva sobre el problema de los abusos, a veces insertada en el drama ligero, la película da uno que otro tumbo, dubitativa ante exhibir el problema o reflexionar más profundamente sobre él, a veces dejando claro que todas las drogas son iguales, otras tantas casi idealizando su uso a través del personaje que es el demonio en el elevador: John Goodman tan simpático como siempre.

No resulta gratuito entonces ese doble final, tan ambiguo en su bicéfala propuesta como sólida es la primera secuencia de la historia, el accidente de avión que nos vende el resto de la propuesta. El resultado, sin embargo, está más del lado de la música del elevador que del extraño pasajero que lleva al piso 15, más en la complacencia del tema poco profundizado que en el ataque a un sistema adicto a sí mismo. Un accidente que no ocurrió.

El vuelo
(Flight, EUA, 2012)
Dirige: Robert Zemeckis
Actúan:  Denzel Washington, Nadine Velazquez, Carter Cabassa, Adam C. Edwards
Guión: John Gatins
Fotografía: Don Burgess
Duración: 138 min.

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