FICM 4

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FICM 4
¿El día del cine mexicano?
Por Erick Estrada
Cinegarage

La dosis de cine mexicano comenzó temprano esta mañana. Fogo, la tercera película (segunda ficción) de Yulene Olaizola estuvo finalmente presente en el Festival de Morelia. Digo finalmente porque por razones variadas (e inlcuso inexplicables) la películase mencionaba entre la prensa como una obra importante, mejor lograda que su ficción anterior Paraísos artificiales. Dolorosamente no es así.

Más que una película, nos encontramos de nuevo ante un juego de cine minimalista que oprime a sus personajes y que al dejarlos tan lejanos de nostros (encuadres llenos de espaldas, diálogos prácticamente inexistentes, miradas al horizonte) también oprime al espectador.

En una historia prácticamente inexistente de la que la propia Olaizola confesó haber trabajado sin un guión definido, sus personajes aparentemente atrapados por razones que nunca desciframos y, a fuerza de un discurso visual sin sentido a excepción de los colores y las texturas de la estupenda fotografía de Diego García, cae de nuevo en los pecados de la famosa mezcla entre ficción y realidad, entre un equipo profesional mínimo y actores que en realidad no lo son.

Pretender a estas alturas que el cine minimalista (contemplativo o festivalero insistiré en decir) comunica precisamente lo que el público no capta debería estar rebasado, especialmente por sus realizadores. Una de las razones (a fuerza de abundar cuando la película encuentre estreno comercial) son las preguntas que despegan de la proyección y que, desgraciadamente, no surgen de los círculos viciosos en los que Olaizola sumerge a sus personajes y que terminan por enviciar a toda la película: si la naturaleza es el personaje central, ¿para qué seguimos a estos dos amigos encerrados en una isla? Si la naturaleza es el personaje central, ¿la sucesión de paisajes fabrica una narración? ¿Qué le dicen películas como esta a un público real que vive en un país distinto y experimenta situciones adversas en otro sentido? ¿A qué público quiere hablarle? Esta moda insistente ¿es cine de contemplación o ya de evasión?

La siguiente función, también hablando de cine mexicano, fue Las lágrimas, de Pablo Delgado Sánchez, una historia que, de entrada, sí confía en el lenguaje cinematográfico real a pesar de lo parco de su desarrollo. Tampoco diremos que se trata de una historia novedosa porque de nuevo tenemos a una familia fragmentada, sin cabeza, en la que los dos hermanos separados quizá por 10 años en la edad, sobreviven emocionalmente de alguna manera. El tema requiere otro tipo de análisis y en comparación con otras películas.

La historia, sin embargo y precisamente por ello, resulta mucho más familiar, más cercana y consigue  que uno se cuestione sobre las razones de los personajes y sobre lo que dentro de ellos pudiéramos encontrar al final de la historia. Montaje seco, encuadres enrarecidos y colores deslavados son la forma de la película y, claro, todo adquiere sentido cuando las preguntas son resueltas, curiosamente, con otras preguntas.

La película a pesar de ello funciona, especialmente después de una secuencia casi surreal, muy onírica y nostálgica, que le da cuerpo a las emociones de los personajes.

Después, una clase no solamente de fotografía, de guión, de actuación o de dirección. Nosotros los pobres se proyectaba dentro del homenaje al fotógrafo michoacano José Ortíz Ramos y ver en pantalla grande, nuevamente, una cámara tan deseosa de drama, un guión tan dinámico (con todos los pecados del melodrama), actuaciones tan metidas en el cliché que resultan entrañables, fue un enorme refresco después de la parquedad de Pablo Delgado y de la necedad visual y narrativa de Olaizola. Ahí, con pantalla gigante, en 35 mm, con volumen alto y público en plena fiesta visual, se comprende no solamente el poder en el escenario de Pedro Infante sino de muchas de las películas de la famosa época de oro.

En medio, estuvo la proyección del nuevo largometraje de Ben Affleck, Argo, un thriller político audaz en lo visual, intenso en lo dramático, poderoso en su montaje y, quizá lo más importante en ese día árido en cuestión de cine, emocionante y vibrante.

Affleck es sin duda un buen director y esta historia (la de 6 trabajadores de la Embajada de los Estados Unidos atrapados en Irak a comienzos de la década de los ochenta) se complementa en medio de esas emociones con sus lecturas debajo del agua: el negocio de la mentira (el del cine y el de la política); la intensidad de contar al final una historia del cine dentro del cine; las mentiras como método (en política y en cine) y sobre todo, la utilidad (o no) de la famosa supremacía americana. Un goce a medio día que se agradeció enormemente.

Luego, el tropezón con Post Tenebras Lux de Carlos Reygadas, una reiteración en la forma que muchos califican de estilo y en el fondo que otros llaman tema. La historia, simplemente rebuscada y mínima (sí, rebuscada y mínima), solamente la receta repetida con una fotografía que debió haber sido mejor (el foco difuminado deja a sus propios personajes-personas reales fuera de un encuadre que ya se siente encogido).

De nuevo, hay más preguntas alrededor de estas propuestas que salidas de ella pues, así como terca es la intención de desorientarnos para objetar falta de entendimiento ante cualquier disgusto sobre la película, igualmente obstinada puede sonar la búsqueda de un fondo real en películas como esta. Efectivamente, hay un progreso narratvio pero el discurso es a final de cuentas inexistente y el diálogo, indispensable en una película, se trate de la película que se trate, es roto por este falso esquema de comunicación. ¿Nosotros creemos entender y él nos niega a todas luces esa posibilidad?

Las preguntas: ¿Es el comienzo de su película la elección del estilo? ¿Los balbuceos de su hija ante la sorpresa de encontrarse libre en el campo nos llevan al terreno de los primeros capítulos de “Retrato de un artista adolescente” de James Joyce? Porque de ser así, la película, igual que la novela, debería evolucionar en su forma y en su fondo y, hasta donde se vio, no ocurre así. Si el discurso va a ser meramente infantil (y de ahí el foco difuminado), se puede alegar definitivamente que el discurso es libre, pero tampoco se puede negar que es limitado. Los dadístas lo comprendieron a tiempo y evolucionaron. ¿Creíamos que Reygadas había abandonado el tremendismo y la violencia gratuita propia de su fórmula? Se descubre muy pronto en la película que no.

Por eso, el paso hacia el estupendo documental La casa Emak Bakia de Oskar Alegría fue incluso alentador además de refrescante y reconciliatorio con el cine, incluso el experimental. Intentando rescatar el paradero de la casa del título, en la que el artista Man Ray rodó una película experimental, Alegría emprende un viaje hacia el terreno geográfico en donde el edificio pudiera encontrarse y termina realizando otro hacia el interior del alma surrealista de Ray, de su ojo a través de la cámara de cine, de sus propios sueños y realidades (los de Alegría) y sobre todo, hacia lo afortunadamente accidental del cine experimental.

Los ingredientes de su documental que camina con la lógica de la liebre de Alicia en el País de las Maravillas, son simplemente el azar y el humor, dadaísmo puro. El resultado es una reconciliación sí con la obra de Man Ray, pero sobre todo con la capacidad del cine de contar historias donde aparentemente sólo hay piedras sumergidas debajo del mar. Es, lo digo sin dudar, uno de los documentales que mejor retratan lo experimental del cine pues lo hace ejerciéndolo y no pretendiéndolo. Es también, una carta de amor al cine y a lo que debería hacer siempre: contar, narrar e inspirar. Cineastas como Reygadas esconden las historias para pretender sensibilidad cuando hay otros como Alegría que saben que es mejor contar dos historias si es que esas dos se te atraviesan en el camino. Que cada quien escoja el suyo.

El remate, nuevamente, fue la vuelta al cine clásico que por algo lo es. Tras un breve descanso, Sam Peckinpah ocupó su lugar en mi calendario en la proyección de Tráiganme la cabeza de Alfredo García que simplemente deja con la boca abierta y con El Santo vs. las mujeres vampiro, otro clásico del cine de culto que hicieron, hacen y harán una fiesta en las salas donde se proyectan. Menos mal que cerramos con cine de verdad.

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