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Prometeo
Un creyente a bordo
Por Erick Estrada
Cinegarage
El primer encuadre de Prometeo sabe a 2001 en cada uno de sus matices. El planeta en un falso eclipse nos lleva al enfoque Kubrickiano de la ciencia ficción y por eso no extraña que el así llamado robot, el androide conocido como David (“el elegido de Dios” según la tradición judeo cristiana), nos dispare en la memoria los temores de otro HAL 9000 en lugar de llevarnos directamente al Nostromo y su implacable y tiránico Ash.
No es gratuito ni el nombre de este robot, ni que una de las científicas a bordo de Prometeo -la nave que se hunde en un viaje de dos años por el universo en busca de un pequeño sistema solar conocido por todas las culturas milenarias de la Tierra- lleve en su cuello un crucifijo y sea ferviente cristiana. Las referencias a la tradición cristiana en las películas de ciencia ficción dirigidas por Ridley Scott son comunes y basta recordar Blade Runner (EUA-Hong Komg, 1982). Aquí, mejor que en aquella, la fe juega un papel fundamental aunque, hay que decirlo, menos épico.
Si bien Blade Runner (una película que Scott tomó por encargo) era el enfrentamiento del creador y de su obra, el hijo pródigo que bebía la sangre de su padre, Prometeo es la historia del creyente en busca del origen, de la señal última, del principio de la línea. Es un viaje menos espiritual y más binario si se me perimte la expresión.
De toda la tripulación quedémonos con dos individuos de ciencia que además son pareja. Ni ella (que es creyente) ni él (un agnóstico al que le cae el universo a cuestas) quieren verse cara a cara con el creador. Ambos, una suerte de cosmo-arqueólogos inspirados, quieren conocer el principio de la línea cada uno a su manera, descifrar si el origen de la humanidad está en ese micro sistema solar. El personaje que desequilibra esa búsqueda es precisamente David, el androide seleccionado para acompañar la misión que a su vez, es dirigida y financiada por una empresa gigantesca y que busca, antes que nada, un beneficio directo e inmediato.
Tenemos ya los elementos distópicos de la ciencia ficción. El mundo asfixiado por la milicia y las macro empresas, los científicos bajo su mando y los recursos y las respuestas afuera de este planeta enfermo. En medio, un androide lleno de dudas que resuelve a fuerza de convivir con los humanos: el último ingrediente es sí y entonces, la inteligencia artificial, que tantos malos ratos nos hace pasar siempre.
Las respuestas nunca llegarán. No es tarea de la ciencia ficción darlas y, si recuerdan, la ciencia ficción de Scott tampoco lo ha hecho. Supimos de la finalidad de la misión del Nostromo, pero nunca cómo se originó y nunca el para qué definitivo. Supimos que los réplicos en Blade Runner fueron aniquilados, pero el enfrentamiento con lo que es “más humano que lo humano” dejó al pobre detective Deckard con una duda monumental.
Lo interesante de Prometeo es justo lo que su nombre y su personaje central, David, plantean. Por un lado, la busqueda del secreto último (el del fuego original) y claro, el castigo ante la osadía. Pero sobre todo, el emparentamiento claro y directo que se hace del robot con Lawrence de Arabia (Reino Unido, 1962), una película que revisa a conciencia mientras los humanos duermen en ese viaje de dos años, y un personaje al que se hermana en su desfachatez, su locura y su fe.
En el viaje, en su viaje, David no duda en ejercitar las enseñanzas de T.E. Lawrence: no te debe importar que las cosas duelan; el sacrificio (propio y de otros) es necesario; no hay nada escrito (o sea, todo está por descubirse, que es el propulsor de la inteligencia artificial); y sobre todo, el anhelo monstruoso y personal por mimetizarse con los demás. Más humano que lo humano, ese es David, rubio a la O’Toole en Prometeo: él es el verdadero creyente a bordo.
Y sin embargo, la crueldad de la inteligencia artificial, la humanidad que traiciona a lo humano, la coherencia desoladora de Alien (EUA-Reino Unido, 1979) y Blade Runner no está aquí, y es culpa de la defensa de la fe ciega de la cosmo arqueóloga y, lo peor, de la de David, una cabeza parlante que sabe que siempre habrá un más allá, lo contrario, a fin de cuentas, al espíritu HAL sugerido en el primer encuadre.
Si todo es un plan de los dioses para terminar con los humanos que quizá ellos crearon, o si es una invitación para verlos cara a cara -algo que Danny Boyle relató con brutal inspiración en la incomprendida Sunshine, alerta solar (EUA-Reino Unido, 2007)- todo queda al final tan diluido en su solemnidad y entendimiento de la fe, en el casi vacío de sus villanos (cuando en Alien y Blade Runner todos eran villanos) que pareciera que la promesa del primer encuadre fue una casualidad y no una pista para conocer la cara del fin de la humanidad. Ese es quizá el pequeño gran pecado de Prometeo, acariciar el fuego de los dioses y dejarlo en el pebetero.
Prometeo
(Prometheus, EUA, 2012)
Dirige: Ridley Scott
Actúan: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba
Guión: Jon Spalhts, Damon Lindelof
Fotografía: Dariusz Wolski