Riviera Maya Film festival, 2

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Riviera Maya Film Festival 2
La otra jornada
Por Erick Estrada (enviado)
Cinegarage

Más allá de los ajustes que tengan que hacerse con la distribución de las sedes para que la prensa escoja qué películas y a qué hora verlas, creo muy justo hacer notar que la selección de cintas que pueden verse este año en el Riviera Maya Film Festival supera las expectativas puestas en él en un principio y sobre todo, construye un festival que corrigiendo descuidos y elaborando una mejor promoción entre el público al que busca (habitantes y estudiantes de la zona), puede acercarse mucho a ellos y hablarles directamente a través de películas que sin ser vacías o exageradamente festivaleras (ya sabemos a lo que nos referimos con esa palabra en Cinegarage), cuentan con el contenido para aparecer en un festival.

En este caso me refiero directamente a 11 flores (Wo 11, 2011), de Wang Xiaoshuai, un gratísimo desarrollo casi impresionista (pictóricamente hablando) que nos remite a la muerte de la violenta Revolución Cultural en el sudoeste de China a través de la mirada de un niño de 11 años con problemáticas de un niño de 11 años en el sudoeste chino. Es decir, no hay hambre de poetizar ni de romantizar ningún tipo de memoria para convertirla en nostalgia. Y sin embargo, lo cual se agradecerá hasta el final, tampoco hay un afán de retrato vengador de ese cruel periodo en la historia de China.

Sorpresivamente y usando a la famosa Revolución como un marco inevitable por lo autobiográfica que se adivina esta historia, hay algunas similitudes que refrescan la experiencia, concretamente a la aventura de la pandilla de casi adolescentes que hoy muchos recordarán aquí sí con nostalgia, Cuenta conmigo (Stand By Me, EUA, 1986), eso sí, la cinta de Xiaoshuai con un estilo mucho más etéreo.

Vayamos con calma antes de que las piedras caigan sobre mi cabeza. Efectivamente, Cuenta conmigo es una película industrial con todo el estilo de Hollywood y 11 flores es cine independiente de ese que se concreta tirando de todas las cuerdas posibles. Pero entre las dos hay una negación muy conciente a vivir del pasado precisamente porque lo que cuentan es el proceso de maduración y crecimiento de un grupo de jóvenes a través de los ojos de uno de ellos: el futuro.

Xiaoshuai en un reto de memoria (él mismo confiesa al final de la historia que esa etapa está muy grabada en la suya) usa a esa turbulenta etapa para contar con giros dramáticos muy sutiles pero vigorosos en sus resultados, el proceso de abandono de la inocencia para entrar en el de la madurez sin vuelta atrás y el consecuente enfrentamiento con la vida y problemas nada maniqueos y llenos de matices.

Con un aire europeo apenas perceptible, en esta historia se desata a partir de instrumentos casi banales (una camisa, un enamoramiento fugaz, el juego del bote pateado) un conjunto de reflexiones realmente enriquecedoras, para dejar claro que dentro de todo siempre hay un punto a reflexionar. Si eso es a la vez una metáfora del despertar chino posterior a este cruel periodo es algo que cada quien debe decidir después de ver la película.

Enfrente de ella hoy estuvo la por momentos surrealista Casa de tolerancia (L’Apollonide, 2011), de Bertrand Bonello (de él mismo ya conocemos El pornógrafo), una película que arranca amigable y gratamente más como un ejercicio de estilo que como una anécdota a desarrollar.

Bonello se dedica a reproducir no solamente la vida de las prostitutas dentro de un burdel en el cambio de siglo XIX al XX, sus pesares y sentires en el encierro y la explotación sexual, lo que piensan de sus clientes y amantes -a quienes afortunadamente apenas les vemos la cara-. También hay en este ocultamiento casi inmediato del rostro masculino una inclinación casi feminista de la cinta, a la que enriquece con las luces, los colores, las poses, las pláticas y los humos de la Belle Epoque, y arranca un discurso veladísimo sobre la explotación de las mujeres prostitutas, sus dolores, sus presiones, sus motivaciones y sus hartazgos.

Bonello retrata hasta bien avanzada su película y de manera ingeniosa la vida y la concepción de la prostituta en los albores del siglo XX y así, casi subterráneamente evoca su poética rasposa, su encanto, su vida propia.

El problema es cuando él mismo (Bonello) da al traste con todo al recogerse en su propio ejercicio de pantallas divididas, señalamientos casi feministas y cuando, especialmente, alarga una película que a fuerza de recrear atmósferas prácticamente carece de anécdota.

Sobre ello no haya quizá tantas quejas pues mientras se observa este trabajo uno piensa en el invencible Louis Malle y su Pretty Baby (EUA, 1978) e incluso llegan aires a lo Pasolini y encuadres y situaciones muy al estilo de Jodorowski en sus momentos más inspirados. Detrás de los encuadres de Casa de tolerancia se adivina un enorme esfuerzo de investigación y recreación de una era completamente romántica pero que no necesariamente debe lucir empalagosa a cuadro.

¿Qué fue lo que ocurrió hacia el final? No lo sé, pero un cierre como el que tenemos aquí casi echa por tierra todas las reflexiones provocadas ya no sabemos si intencionalmente y sus atmósferas antes gratas y casi evocadoras (con algunas fallas, eso sí), y las convierte en un regaño que más allá de feminista, se acerca espero que involuntariamente a lo moralino y lo sexista. Es decir, lo peor que le puede ocurrir a un ejercicio de estilo: que derive en un discurso regañón y conervador sin quererlo o sin darse cuenta. Eso aún hay que discutirlo.

Falta mucho aún del Riviera Maya Film Festival, no solo en cuestión de logística, sino de películas a ver.

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