El artista, crítica

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El artista
El ruido de fondo
Por Erick Estrada
Cinegarage

“No hablaré. No diré una sola palabra”. Esas son las primeras líneas que, paradójica y silenciosamente inauguran El artista, el filme silente de Michel Hazanavicious. “Sin palabras”, esa es la promesa. “No van a escuchar nada” es lo que sabemos antes que las luces se apaguen y es lo que el mismo Hazanavicious deja claro aún no sabemos cómo pues, a los señores distribuidores alrededor del mundo, parece que les da miedo anunciar a esta maravillosa reflexión como se merece: el filme silente del siglo XXI.

Y es que ese miedo probablemente refleje cosas mucho más profundas, todas a partir del aparente silencio de esta película. Si a lo que se dice y a cómo se dice nos referimos, si vamos a enfrentar en la mesa al fondo y a la forma, hay muchas otras películas que deberían dar pavor a distribuidores y exhibidores, otras películas que en medio de una catarata de efectos especiales, animaciones digitales y diseños de audio gritoneros, simplemente no dicen nada. Hay en estos tiempos un tsunami de películas mudas que ahogan una falla discursiva en una forma clembuterótica, rellena de espumas que se desvanecen cuando la luz se enciende.

Por eso debería asombrar esa primera línea de El artista, ese enfrentamiento tácito a las primeras palabras expresadas en El cantante de jazz –supuestamente la primera película sonora en la historia- y que comunicaban el siguiente y no menos paradójico mensaje: “Aún no han escuchado nada”.

La cinta es clara: la historia de un actor que huele a Douglas Fairbanks que sorprende, y que en el difícil paso del cine silente al sonoro se rehúsa a hablar, a registrar su voz en una cinta magnética, a que sus películas tengan sonido y, lo más importante, a que cambie la manera de escribir películas, de filmarlas y de montarlas. Este actor ve su carrera contra reflejada en la de una actriz en ascenso que encaja perfetamente en el cambio. Ella está hecha para el cine sonoro, él le teme, no quiere escuchar y consecuentemente se niega a hablar, a iniciar el diálogo.

Esta última, y no la anécdota del Douglas Fairbanks con perrito perfectamente amaestrado, es la verdadera historia de El artista: un hombre en plenitud en una sociedad plena y con una carrera luminosa, que se niega a hablar y en consecuencia que le respondan. Es la historia de un sistema que sintiéndose protegido y consolidado cierra oídos y boca y al armar esa muralla protectora ignora los avisos de cambio y de la crisis que esa actitud necesariamente trae consigo.

De ahí lo enormemente oportuno que ese cambio en la historia del cine y de la reticencia de muchos que de él y en él vivían (incluido el mismo Chaplin) se haya dado a la par de la enorme crisis financiera en los Estados Unidos, que entonces dominada la producción y el mercado fílmico. De ahí que la historia de este hombre se empareje a la financiera y las crisis sean una equivalente de la otra.

“Tenemos que hablar” le reclama la esposa, el productor, el inversionista. Y la negativa a ese llamado al diálogo lo hunde sin remedio, lo confunde y lo desilusiona, como desilusiona la salida del cine a un mundo en crisis, ese difícil paso de la realidad a la ficción cinematográfica que aquí tiene sus momentos de expresión y que remiten sin duda a los pasajes más depresivos de La rosa púrpura del Cairo, esa otra lluvia de ideas ante la mezcla de ficción y realidad, de crisis y plenitud, de vida e idea, magnífica obra nada ligera  de Woody Allen.

El artista se acerca incluso al surrealismo, esa otra corriente ciematográfica plena también en el preriodo silente del cine y en una secuencia clara y contundente, deja claro que el ruido entonces era un estorbo, pero que la falta de discurso cuando lo hay es doblemente molesta y perjudicial: nuestro héroe sueña que todo en su vida tal cual es, todo tiene un correspondiente sonido, menos su voz, no importa qué tan fuerte grite. Las plumas de un ave son mucho más ruidosas que la voz humana. ¿Qué tanto dicen las películas de hoy que pueden hacer que la caída de una pluma suene a una bomba atómica recién detonada? De eso trata El artista.

Extra a ello, al película se desenvuelve en el discurso sin sonido, ejercitando el músculo del encuadre, dejando ver que los planos de nuestra heroína son más luminosos que los de nuestro hombre en decadencia, incluso cuando ambos llenan el encuadre que Hazanavicious coreografía tan bien. En el mismo plano, ella está iluminada, él oscurecido; ella sube las escaleras, él va hacia abajo. Es la historia visual de cuando las películas no tenían palabras y los periódicos casi no tenían fotografìas, todo lo contrario a los tiempos que se viven hoy.

Historias, comunicación, mensaje. Eso es lo que hecha de menos El artista y por ello encaja cómodamente en una anécdota que si bienes previsible (quizá por su acercamiento a la fábula clásica, a los personajes estereotipados que hizo por necesidad) narra a fuerza de luces y de sombras, de coreografías de actores que camina y que construyen ritmos de moviemiento, contraponiéndolos sin querer a las cámaras frenéticas y barridos insensibles que hoy inundan el cine de acción  a veces el que no lo es.

Es otra historia de transición en el cine. De lo silente a lo sonoro. Aquí es inevitable hablar de Cantando bajo la lluvia que con un acercamiento contrario y distinto pero probablemente igual de profundo retrata el mismo momento en la historia del cine. Pero cambio ha habido, como el paso del celuloide a la cinta magnética, al cine videograbado y la otra referencia me llega improbable pero igualmente inspirada, Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson. ¿El artista es una casualidad en estos otros tiempos de crisis mundial así como las mencionadas reflejaban otra crisis y la manera como las películas permitían evasión y desenfado?

Hoy que el minimalismo está otra vez de moda, pretendiendo lanzar mensajes espirituales profundos, reflexiones gordas y sensaciones intensas negando al cine mismo a través de la ridiculización del encuadre, tendríamos que voltear a ver reflexiones como El artista, que estudiando el encuadre primigenio (los mismo orígenes del cine) hoy los recrea, mostrando y demostrando que el poder del encuadre y del montaje se hace sentir narrando una historia convencional y contando incluso con un epílogo que a la distancia ya se siente extra. A lo mejor, una película sin discurso pero llena de efectos y maquillajes o una que se dice minimalista, incómoda y vacía, terminan siendo lo mismo en estos años, simple y sencillamente ruido de fondo. El cine minimalista debe rescatar al encuadre, no negarlo y a partir de él, iniciar el diálogo.

El artista
(The Artist, Francia-Bélgica, 2011)
Dirige: Michel Hazanavicius
Actúan: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman, Penelope Ann Miller
Guión: Michel Hazanavicius
Fotografía: Guillaume Schiffman
Duración: 100 min.

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