Lumínicas presenta: Sin señas particulares: los desaparecidos de la frontera. Escribe Bianca Ashanti.

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Querida Comunidad Cinegarage. Nos complace anunciar que a partir de esta semana podremos acercarles el proyecto Lumínicas. En él la discusión alrededor del cine y a través de él se expande a terrenos distintos a los de la crítica que es un poco lo que en Cinegarage buscamos también a través de nuestros podcasts.

Para que ustedes conozcan y disfruten Lumínicas a partir de esta semana tendrán aquí en Cinegarage uno de sus varios textos.

Si quieren conocer directamente el proyecto Lumínicas esta es la liga a su sitio oficial.

El texto que les presentamos esta semana fue escrito por Bianca Ashanti. Disfruten.

Sin señas particulares: los desaparecidos de la frontera
Por Bianca Ashanti.

Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un
esqueleto entero, cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de
la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué canción va a cantar.

Fragmento de Mujeres que corren con los lobos
C.P.

Cantar, según la escritora y psicóloga de postrauma Clarissa Pinkola, es hablar con el alma. Cantarles a los huesos es ayudarlos a regresar, a llenarse de carne, a respirar de nuevo. La búsqueda de estos huesos se ha convertido, a su vez, en un tópico incansable dentro de la filmografía nacional. Incansable, en primera instancia, porque parece ser una realidad compartida a la que nunca se le terminan las historias particulares. A través de ella hemos conocido a las madres que excavan montañas enteras buscando a sus hijos (Las rastreadoras, Adrián González Robles, 2017); conocimos también a las que recorren ciudades con el rostro de sus familiares en el pecho (Retratos de una búsqueda, Alicia Calderón, 2014); a las que tuvieron que abandonarlo todo para salvar su vida (Tempestad, Tatiana Huezo, 2016). Y ahora Fernanda Valadez nos permite conocer a una madre lobo que recorre pueblos completos con la esperanza de encontrar una respuesta que pueda empacar en la vieja maleta de su hijo, en la que se lee “Tierra de oportunidades”.

Sin señas particulares, primer largometraje de la realizadora Fernanda Valadez, desarrolla una historia que ya había sido formulada desde su cortometraje 400 Maletas (2014), nominado al Oscar estudiantil durante la edición 2015. Historia inspirada en los centenares de maletas que fueron encontradas en una terminal de autobuses hace algunos años y que atestiguaban la vida de los migrantes secuestrados y asesinados por grupos del narcotráfico. 

Pero Valadez decide ir todavía más allá dándole fin a una búsqueda no sólo con los huesos sino con un cuerpo que vive, que camina y que dispara para matar sin inmutarse. Magdalena (Mercedes Hernández) no encuentra a su hijo de 17 años, encuentra a un sicario que la mira a los ojos con ternura y le pide que se esconda para sobrevivir. Si el cine documental nos ha hecho participes y compañeras de un sinfín de búsquedas que jamás terminan, la cineasta guanajuatense nos regala, a partir de la ficcionalidad, una historia que logra culminar con el único fin posible dentro de un país gobernado por el crimen organizado: el de la supervivencia.

Y es justo esta contextualización de una misma realidad, llevada a la pantalla a través de personajes secundarios que aprenden a atrincherarse para resistir, lo que nos posibilita mirar la historia como un testimonio colectivo, más que como un filme de ficción. Es decir, todas las historias entrelazadas en la cinta no sólo resultan veraces, sino que cargan en sí una necesidad de salir del anonimato y romper con el silencio, al mismo tiempo que cuestionan críticamente la frágil ilusión de seguridad con la que existimos actualmente y que nos ayuda a sobrellevar los miedos y la incertidumbre.

¿Qué nos define?

Tengo una serie de lunares en el cuerpo que siempre me resultaron muy particulares: el primero de ellos se extiende a lo largo de todo mi cuello y sólo se alcanza a visualizar plenamente con la luz del sol; el segundo se encuentra en una costilla izquierda; el tercero, cerca de mi tobillo derecho. Este último es aún más singular, puesto que resulta idéntico a una isla llamada Grande-Terre. Cuando descubrí estas pequeñas islas en mi piel tenía cerca de 7 años y ninguna tuvo mayor relevancia; cuando me reencontré con ellas tenía 19, y ahora su existencia representaba la posibilidad de que mi madre identificara mi cuerpo por si algún día me pasaba algo. 

Valadez ha desprovisto de cualquier seña particular al hijo de su protagonista; esto ante los limitados ojos de las autoridades lo convierte en un fantasma. La historia de Magdalena es en sí una historia sobre fantasmas, donde los vivos se aferran a un recuerdo o a una imagen, a un cuerpo al cual llorarle. Es por ello que la búsqueda resulta tan necesaria y a la vez tan desoladora, porque como espectadores que comparten un mismo universo contextual entendemos que al finalizar no quedará nada. Después de poner su vida en riesgo persiguiendo rumores, la protagonista se topa de golpe con una verdad contundente. Jamás podrá cantarle a los huesos de su hijo y, sorprendentemente, ya no importa si éste está vivo o muerto, porque dejó de ser para siempre su hijo. 

Sin señas particulares se configura como un ensayo sobre la violencia fronteriza que nos permite apreciar las distintas capas de contaminación social, donde el miedo está presente en cada paso y en cada titubeo de sus personajes que, sin embargo, nunca se detienen. Un entramado que vincula diferentes historias sobre la maternidad subversiva que se construye a través de la colectividad; donde a pesar de las diferencias discursivas, todas convergen en un accionar lejos de instituciones gubernamentales, mostradas explícitamente por la cineasta como cómplices directas o indirectas de la crisis nacional. 

Al igual que la maternidad, la muerte y su tratamiento cinematográfico se han ido transformando a partir de la ola de violencia que azota al país, modificando las concepciones genéricas sobre el sentido de ésta. Ahora la muerte parece representar un símbolo de esperanza y seguridad sobre el destino de las personas; sus cuerpos sin vida resultan ser un descanso ante la incertidumbre de la desaparición.

Pienso, entonces, en la extensión de mis señas particulares, en cómo los objetos de un bolso pueden atestiguar mi existencia si mi cuerpo deja de figurar, en los libros que cargo y cómo estos podrían convertirse en lo último que alguien conozca de mí. Pinkola refería a los huesos para hablar sobre la unión de las mujeres con su lado salvaje; pienso entonces en mi madre y todo lo que sería capaz de hacer por hallar los míos y no permitir que me vuelva un recuerdo. 

Bianca Ashanti. Periodista y crítica de cine. Escribo sobre las historias que me atraviesan y soy adicta a la melancolía. Feminista.

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