FICM 2019 Día 1. Mano de obra, Esto no es Berlín, Little Joe, Exilio.

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Les dejamos las críticas de Erick Estrada de lo revisado en el FICM 2019 Día 1. Dos películas en competencia en la Sección Largometraje de Ficción Mexicano, una película austriaca que mezcla terror y ciencia ficción al estilo Yorgos Lanthimos, Little Joe y un documental del Ciclo Exilio Español presentado en el festival: Exilio: película familiar.

Esto no es Berlín

Esto es el cambio

Por Erick Estrada

Cinegarage

FICM 2019

“Evitemos la nostalgia” parece decir Hari Sama en su, sin embargo, autobiográfica, evocadora, inspirada película en la que el México de fines del siglo XX aparecerá ante nosotros con la falsa nitidez de la memoria, con la certeza mentirosa de quien cuenta lo ocurrido, con una mano ya pulida a través de trabajos documentales de peso y estupenda consistencia.

Están los elementos: la aparente pérdida de brújula de un adolescente, los primeros enamoramientos, los encuentros intergeneracionales que abren puertas y siembran puentes interdimensionales, la brecha generacional, los despertares y las desilusiones. Pero Sama evita con habilidad la utilización de esos elementos y con la madurez suficiente para dejar de enamorarse de sus memorias les da un nuevo significado sin llegar al mismo sitio de siempre (la historia de entrada a la madurez edificante y tranquilizadora de nuestros tiempos). En su lugar logra hacer de este cuento de un país ya ido una reflexión dura y mucho menos romántica sobre un país que no ha logrado ser.

En 1986 México sufría un cambio trascendental en su esquema de vida y buscaba ya un futuro diferente. Tras el terremoto de 1985 su sociedad (en la que se incluyen las clases medias burguesas de Carlos, nuestro personaje central) comenzó a mirarse de nuevo y a sanar brechas (no sin recelo) que iniciaron lo que hoy se considera un cambio fundamental en el país. Demasiado para una mente juvenil sumergida en ese gigantesco pozo en el que se mezclaban aperturas comerciales (de las que la celebración de la Copa Mundial fue el banderazo de salida), cambios de pensamiento, ideas de resurgimiento cultural en las que caben desde expresiones artísticas de vanguardia como el performance hasta la transformación musical que en México, desde la óptica de la contracultura, abrió caminos a expresiones hasta entonces prohibidas por gobiernos de mano dura y Guerras Sucias como lo son el rock (parte elemental de la narración de Sama), los conciertos, la cultura juvenil reprimida desde 1968 y hasta entonces.

De nuevo, demasiado para una mente juvenil.

Sama opta entonces por elaborar metáforas para su asimilación, para lograr sin abusos ese retrato de un mundo en transformación que es a la vez la vida de Carlos y el trozo de país que habita. La brecha generacional, por ejemplo, está marcada en la utilización de las drogas. Los padres -la cultura dominante- las usan para adormecer su realidad, para evitar dolores y buscar el confort. Las drogas legales son el soma de Huxley. La contracultura en ciernes de ese México roba la idea del uso de drogas (y a las drogas mismas, pastillas surgidas de las mismas farmacias que dotan de soma a padres y madres) para transformar su fin: la experimentación, la búsqueda del disfrute, la rebelión ante la realidad.

Sobre ello está el retrato de Sama de ese mundo surgido de sus memorias. La pérdida del foco, la utilización del foco selectivo, múltiples cortes por omisión que evitan el retrato posesivo de ese pasado y nos regalan la lectura desde la memoria, evanescente, difusa, a veces lejana, determinante para el hoy pero evasiva.

Se trata de un acierto que no debe pasar desapercibido pues con él y a través de él Sama consigue no sólo plasmar las aventuras de descubrimiento de Carlos, sino comunicar la fuerza con que todo ello se plasmó en los mundos que retrata, el de Carlos y el del país que habita. La energía del cambio en ciernes queda manifiesta y a través de la anécdota Sama parece preguntar no de dónde ha salido esa energía (liberada si me preguntan en el momento adecuado en esos años), sino en dónde está la que necesitamos ahora para concretar el sueño de transformación, para ver a ese Carlos adulto, determinado por sus experiencias, por sus traumas y sus heridas.

“¿Ya no sé muy bien qué somos?” Dice uno de los personajes de Sama, subrayando el tomo de búsqueda de la época. “Esto no es Berlín” parece responder la propia película, “no busques ahí, somos el cambio”. Ahora nos toca buscar a dónde llegó ese cambio, en dónde quedó, y la forma y el fondo de la película nos dan un punto de inicio incomparable.

Sumen una banda sonora de ensueño.

Esto no es Berlín
(México, 2019)
Dirige: Hari Sama
Actúan: Xabiani Ponce de León, José Antonio Toledano, Ximena Romo, Mauro Sánchez Navarro
Guión: Rodrigo Ordoñez, Hari Sama, Max Zunino
Fotografía: Alfredo Altamirano
Duración: 115 minutos.

Mano de obra

Las consecuencias del triunfo

Por Erick Estrada

Cinegarage

FICM 2019

Mano de obra tiene truco. Se trata de una película bastante más pesimista de lo que puede presumir en un primer vistazo.

Cuando Jorge Fons dejó en la pantalla ese golpe revolucionario que significa Los albañiles (México 1976) la propuesta fue tan cruda, tan valiosa, tan intensa, tan teatral y al mismo tiempo tan real, que el mundo tardó un poco en comprender que los personajes que el propio cine mexicano iba a utilizar como marionetas de comedias hiper machistas plagadas de albures, eran en realidad los elementos a través de los cuales deberíamos comenzar a leer las desigualdades e injusticias, los traumas y las heridas del país. Y sin embargo, revolucionaria como es (desde distintos enfoques) la esperanza que se depositaba a través de su lectura era la de una revolución que devolviera la igualdad a un país que incluso se vanagloriaba (y lo sigue haciendo) en sus desigualdades e injusticias.

Mano de obra, en los limpios encuadres de su propuesta, en su historia cambiante en la ruta del caracol, en el seguimiento que hace de un albañil oprimido moral, física y económicamente por el sistema que presume darle empleo y dinero, quiere que demos un paso extra.

Zonana nos presenta a Francisco, albañil que tras un accidente laboral que le afecta de manera directa y personal y que toca también a los derechos y necesidades de sus colegas, será el guía de esta travesía de lucha en la que buscará primero corregir la injusticia de ese accidente y después arreglar su propia situación que es, al mismo tiempo, la situación de millones de trabajadores en el país: ellos tienen que construir casas perfectas (el gusto es otra cosa) de las que nunca podrán ser dueños a pesar de que las suyas se caigan a pedazos; trabajadores que tienen que desplazarse decenas de kilómetros para trabajar en barrios en los que se les señala y prejuzga; trabajadores que nacen ya con desventajas sociales que sólo podrán librar -con suerte- saltando la barda que nos divide.

Saltar la barda.

Francisco se decide a hacerlo, a corregir el rumbo de lo ocurrido saltando la barda prohibida, “cruzando las líneas” que siempre se la ha dicho que tiene que respetar y encabezar una pequeña revolución que en la película comenzará como un drama urbano retratado con respeto -que a veces, muy pocas, raya en la distancia- y que se transforma después en un thriller de fondo violento pero justiciero. Resulta ahí increíble (y todo un acierto) que Zonana logre que empaticemos con Francisco, quien se ha convertido justo en todo lo que solía odiar para después sumergirse en un momento casi surrealista, un surrealismo de okupas amparados por nuestra aprobación. Increíble también que la apuesta de Mano de obra, tras esa conquista de un palacio individual (la casa en la que trabajan los albañiles) logre que nos cuestionemos los alcances de ese rompimiento, que nos haga cuestionar no la justicia del acto okupa sino todo lo que estaríamos dispuestos a soportar siendo beneficiarios de algo como eso.

La película no es, de ninguna forma, un ataque a la revolución encabezada por Francisco y todo lo que representa. Mano de obra cuenta con las sutilezas necesarias (apoyadas en el trabajo fotográfico de Carolina Costa) para llevar la atención al siguiente plano, ese paso extra tras la transformación que en su utopía proponía Los albañiles (película seminal de la que por supuesto salen muchas lecturas más): ¿qué es lo que ocurre, lo que podría ocurrir una vez que el cambio se logre? Si ese cambio es una mera apropiación, un simple cambio de nombres dentro de la misma estructura no podremos llegar más lejos (la casa en Mano de obra es desde el comienzo un símbolo de los espacios que conocemos y de los esquemas con que los llenamos) .

¿Nos toca tener otra utopía o abandonar su idea para quizá buscar una transformación distinta? Y sin embargo, la pregunta saldrá al final de todo: ¿qué ocurrirá al llegar a esa nueva/otra/distinta meta? Piensen en Granja de animales, en el círculo en que encierra a sus protagonistas, en su falta de luz hacia el final. Con tino y filo, Mano de obra es mucho más pesimista de lo que permite una primera lectura.

Mano de obra
(México, 2019)
Dirige: David Zonana
Actúan: Luis Alberti, Horacio Celestino, Hugo Mendoza, Jonathan Sánchez
Guión: David Zonana
Fotografía: Carolina Costa
Duración: 82 minutos.

Little Joe
El pánico prístino
Por Erick Estrada
Cinegarage
FICM 2019

Cuando el mundo gozaba de diferencias que le inyectaban sabor y debate a los días, el horror mezclado con ciencia ficción pasaba de mostrar un planeta invadido por seres de otros lados, del otro lado, de más allá de la frontera más cercana, a jugar con la ambivalencia y proponer que si las amenazas eran de origen externo, éstas habían encontrado terreno fértil entre nosotros, tanto como para no querer irse jamás y mezclarse entre nosotros sin posibilidad de ser detectadas.

En ese horror de serie B que a veces se refería a lo más refinado de la ciencia ficción literaria, las amenazas adquirían de repente su forma antinatural y entre salpicones y sesos que volaban por el plano jugaban y esparcían un juego visual viscoso y vicioso. El gore es de entre todos, el más orgulloso de sus herederos.

Hoy el mundo es otra cosa. Habitamos un planeta que busca a toda costa y desde la perspectiva de gobiernos y empresas que todos nos parezcamos más a los demás, que quiere borrar las diferencias superficiales para entregarnos una engañosa idea de felicidad e igualdad. El horror tenía que cambiar.

Por ello es que desde espectáculos visuales y temáticos como La cosa (EUA, 1982), que hereda una larga serie de características del cine serie B de la Guerra Fría, hemos pasado a un terror con encuadres menos agitados pero incontrolablemente perturbadores en su casi nítida composición y juego de luces y colores, en sus ambientes asépticos. En ese apartado podemos acomodar por ejemplo a las filosas propuestas del Yorgos Lanthimos más próximo, el de El sacrificio del ciervo sagrado (Irlanda-Reino Unido, 2017) que agita el pulso con un ritmo aletargado en su montaje y que violenta el ojo por hacernos perder el horizonte en encuadres que para una mirada distraída podrían parecer no sólo inofensivos sino gratos. Ahí está también el cine de Ben Wheatley, que puede jugar con esa misma mezcla de horror y ciencia ficción en High-Rise (Reino Unido, 2015) o llevar psicodelia a un thriller de época en blanco y negro con A Field in England (Reino Unido, 2013), e incluso el cine de proto horror fantasmal de Peter Strickland presente en la infalible In Fabric (Reino Unido, 2018).

Ahora quien cierra este primer círculo es la austriaca Jessica Hausner con Little Joe, película que por un lado mantiene la línea de sus historias de misterios obsesivos y de obsesiones misteriosas y por el otro ataca al cine de horror con una pulcritud de encuadres casi obscena, en los que poco a poco se anuncian las mañas y las tragedias de su historia, la de una ingeniera y bióloga que acaba de diseñar una planta que al olerla provoca felicidad pero a la que a cambio de cuidados y mimos se le ha privado de la capacidad de reproducirse.

En esta aventura, Hausner mezcla a veces con una obviedad espeluznante y otras con un giro de tuerca mínimo pero decidido y convincente, los empujes de ese John Carpenter de explotación extraterrestre en La cosa con la cámara plácida y de aires amplios de It Follows (EUA, 2014), las invasiones de insectos gigantes del cine de temores nucleares y envuelve todo en una especie de giro alterno a esos otros clásicos del cine de sábado por la mañana como El día de los trífidos (Reino Unido, 1963) y al mismo tiempo La tiendita de los horrores (EUA, 1960) de Roger Corman.

La cámara de Hausner (a cargo de Martin Gschlacht) es sigilosa como su anécdota, misteriosa, regala tiempo a las conversaciones de los personajes, conversaciones en las que se detectan de repente y con no poco espasmo de temor algunas obsesiones visuales como una casi remota lucha entre el azul y el rojo de sus escenarios, un rojo que por si fuera poco es el de la flor en cuestión y que aparece (el color) salpicado en buena parte de sus largos planos.

Para llevar un miedo más al discurso milimétricamente diseñado de Hausner, Little Joe, como se ha bautizado a la planta que eventualmente esta bióloga trasladará a su propia casa, sugiere siempre su presencia en la película justo a través de esta cámara sigilosa y el uso del color, un personaje escondido, tácito y amenazante. Si en El día de los trífidos veíamos un accidente biológico a partir de un experimento mal encausado en un laboratorio de ética cuestionable, aquí tenemos a una doctora que parece manipular de manera deliberada su propio experimento para conseguir la perfección de su diseño. El terror no viene del error sino de la perfección.

En los aires que produce su cámara al mecerse entre los personajes, en los espacios que cobijan a esos personajes, en los pulcros pisos del laboratorio de marras, en su música tensa y electrónica, de ladridos irreconocibles pero amenazantes (obra de Teiji Ito con canción de cierre estilo Kraftwerk post apocalíptico de parte de Markus Binder) están las cuestiones que Jessica Hausner deposita como polen en nuestra conciencia: la idea de la felicidad, la creencia en la felicidad eterna en un mundo forzadamente homogéneo, sobre la capacidad de reproducirnos en un mundo como éste o incluso el deseo o las consecuencias de hacerlo (nuestra doctora es, de entrada, una orgullosa madre soltera).

En este nuevo horror (predominantemente británico para mayores señas) las preguntas aparecen y son las no respuestas las que provocan las pesadillas.

Little Joe
(Austria-Reino Unido-Alemania, 2019)
Dirige: Jessica Hausner
Actúan: Emily Beecham, Ben Whishaw, Kerry Fox, Kit Connor
Guión: Géraldine Bajard, Jessica Hausner
Fotografía: Martin Gschlacht
Duración: 105 minutos.

Un exilio: película familiar
La guerra en los talones
Por Erick Estrada
Cinegarage
FICM 2019

El documentalista mexicano Juan Francisco Urrusti presume en Un exilio su habilidad de tejido fino. Hablar del exilio español desde la autobiografía es riesgoso pues las historias alternas llenas de memorias y nostalgias pueden siempre empantanar el camino. Urrusti parece darse cuenta del problema y elabora con este documental coral una manta que cobija la fuerza de la resistencia ante el embate de los conservadurismos más rancios a favor de un pensamiento humanista y libertario, la reverencia a la familia que busca su supervivencia contra viento, mareas y guerras, y establece el paralelismo entre la construcción de la familia propia y la del origen y desarrollo de la cruda Guerra Civil Española, todo al mismo tiempo.

Presentada dentro del Programa Exilio Español del FICM 2019 el documental de Urrusti representa una estupenda oportunidad de comprender mucho de la compleja Guerra Civil Española al mismo tiempo de poder sentir la enorme pérdida humana que ésta trajo consigo. Invaluable es también escuchar todo en voz propia de los protagonistas, niños, adolescentes y adultos en el momento de padecer los avatares de la guerra y el exilio hacia México, probablemente el único país en el hemisferio que decidió no sólo auxiliar a los migrantes españoles, sino plantar cara al dictador que tomó por asalto a España a un par de años de comenzar la Segunda Guerra Mundial.

Esas voces aparecen registradas en cintas magnéticas que Urrusti grabó en sus años de estudiante de cine y, con una estupenda selección de material de archivo, nos llevan a esta trágica historia en paralelo, la de la familia, sus orígenes, sus traslados dentro de España y la escapatoria final, y la de una guerra que se gestaba y retorcía presionando cruelmente pero sin querer los botones para que los destinos de la familia de Urrusti se encontraran.

Todo está ahí, acomodado con precisión: el nacimiento de la 2a República, el incumplimiento de las promesas de esa misma República, el inicio de los movimientos de un punto de España al otro, el surgimiento y explicación de la resistencia, de la búsqueda de la libertad, la guerra que en la escapada parecía pisar los talones de las dos familias que desembocan en Urrusti (la materna y la paterna) apostando por anular la vida de la misma persona que monta y narra esta historia dentro de la Historia.

Luego, el remate, la llegada al país de acogida, el florecimiento de una familia que encontró espacio para hacerlo pero, de nuevo, en paralelo, la pregunta trágica: si esta familia sobrevivió todo lo que lo hizo y pudo alcanzar y aportar tanto viviendo en paz, ¿no resulta escalofriante calcular todo el valor humano perdido en la Guerra, en los miles o millones de personas que buscaron el exilio y no lo lograron, en las que fueron fusiladas y masacradas? ¿Y el valor humano que se pierde oprimiendo a los migrantes de hoy?

Un exilio es un genial mosaico de historias que se concentran en el nacimiento de una familia en medio de la tragedia de las tragedias, pero es también una voz que se levanta a favor de la resistencia y de las libertades. Nos toca escuchar esa voz y conocer estas historias.

Conmovedor.

Un exilio: historia de familia
(México, 2017)
Dirige: Juan Francisco Urrusti
Guión: Ana Piñó Sandoval, Juan Francisco Urrusti
Fotografía: Mario Luna

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