TIFF 2019. How to Build a Girl, crítica de Erick Estrada.

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How To Build a Girl
No abandones a tus dioses
Por Erick Estrada
TIFF 2019
Cinegarage

Vista a la ligera How to Build a Girl podría confundir la historia de Johanna Morrigan (Beanie Feldstein con ganas de comerse al mundo) con una simplona versión de Almost Famous (EUA, 2000) solamente que con enfoque de superación en lugar de un enfrentamiento con las realidades del star system del rock que suelen derrumbar ídolos y romper corazones.

No.

Afortunadamente la película (dirigida por Coky Giedroyc basada en la novela de Caitlin Moran que coescribe el guión al lado de John NIven) no sólo cuenta con corazón propio sino que apunta casi en la dirección contraria. Johanna es una chica de apenas 16 años que sabe que quiere escribir y tanto Moran como Giedroyc la presentan sin adornos ni halos inspiracionales (uno de los pecados que sí comete Almost Famous: la romantización de su personaje central) solamente para presentarnos una a una sus características entre las que destaca, precisamente, que su medio de expresión es la impopular y poco atractiva actividad de escribir.

Johanna se presenta entonces como una persona en búsqueda de su camino en medio de entornos que naturalmente se lo prohíben, por un lado la escuela (en donde hay larga tradición de someter y corromper este tipo de inspiraciones) y por el otro su clase social, poco privilegiada, sin lujos. Es decir, en la historia y con el personaje que la habita estamos siempre cerca del suelo, sin ganas pero con oportunidad de voltear al glamour del rock and roll al que eventualmente llega Johanna como una muy joven cronista de colmillos afilados (pero cortos) y en donde, fuera de sus entornos naturales, tendrá sus primeros encontronazos con el mundo.

Ahí surgen, con una narrativa sencilla y sin rebuscar demasiado las enormes cualidades de la cinta, una vuelta importante a las tradicionales historias de maduración desde la adolescencia. En primer lugar la meta no es entrar al mundo del glamour ni del rock ni de la moda, ni tampoco ascender la compleja y cruel escala social sino, al contrario, se busca sobrevivir a ello y esos esquemas se rinden una vez que Johanna acepta que lo que la hace feliz es la expresión a través de la escritura, misma que asume primero con el rigor necesario llegado de una larga serie de modelos de pensamiento que la vigilan siempre desde una de las paredes de su habitación (Cleopatra, Elizabeth Taylor, Karl Marx, Frida Kahlo, Sylvia Plath, Emily Bronte) aunque contrastado con la inexperiencia obvia de su edad, algo que la pantalla de Giedroyc convierte en una especie de versión “ilusionada” de los hechos gracias al trabajo de Hubert Taczanowski (su fotógrafo) que imprime los juegos y trucos visuales necesarios para comprender y entrar al universo de esta hada casi infantil que está a punto de transformarse.

En ese aspecto, los juegos visuales son la mejor guía para seguir la pista a los verborreicos laberintos en que Johanna se piensa a sí misma (un recurso que en películas similares representa una desventaja y que aquí, mucho gracias al trabajo de Feldstein se convierte en una cualidad gigantesca), desde las conversaciones con su propia y personal pared de celebridades hasta las pistas que los pósters de nuevos ídolos (como Bkjörk) le dan en su propio y vital mundo interior. Y es en esos juegos que entendemos el enorme motor creativo que impulsa a Johanna.

Si bien la película entrega de manera formidable sus primeros mensajes sobre la necesidad del rigor en el trabajo (Johanna traiciona y se reconcilia con sus ídolos) y la importancia de contar con un Olimpo personal al que no se debe traicionar nunca (tanto la honestidad como la integridad entran de forma dolorosa en su lista de cosas a mantener), y si bien la pérdida de la inocencia es parte importante del discurso la película cuenta con ideas que conforme el casi sorpresivo desenlace se aproxima (Johanna ha aceptado incluso ser nombrada “Papanatas del año” en un acto de egoísmo y descontrol total de sus habilidades) se materializan con la misma naturalidad con la que se plasmaba su ya perdida visión casi infantil del mundo, una cualidad más del discurso visual de How To Build a Girl.

Por un lado está la marcada necesidad de la pérdida de la inocencia, pérdida valorada hoy especialmente cuando por todos lados se nos pide perpetuar la infancia hasta límites realmente aberrantes.

Está también la reconquista del pensamiento como instrumento de vida, de gasolina indispensable, como telescopio hacia el futuro. Y todo alrededor de un personaje que resulta ser femenino y que nunca, ni en sus peores momentos fue retratado desde una óptica condescendiente y, quizá la mejor parte de todo, sin la necesidad de implantar un interés romántico en su biografía para conseguir la superación de sus problemas.

Si Johanna se decide a corregir lo que su complicada (pero divertida) transformación le trajo es por la necesidad de expresarse ella misma, con sus propias herramientas, con la necesidad única de sacarlas como lo puede y debe hacer cualquier ser humano, sea como sea y se vea como se vea ese ser humano..

“Se madura gracias al Olimpo personal, no en busca de metas cercanas” parece concluir una Johanna que se siente aún más satisfecha no consigo misma, sino con el camino que comienza a recorrer que es el de su propia voz.

Pues bien, en la película hemos sido testigos de la construcción de esa persona.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a El hoyo, película española de ciencia ficción exhibida en el pasado Festival Internacional de Cine de Toronto.

How to Build a Girl
(Reino Unido, 2019)
Dirige: Coky Giedroyc
Actúan: Beanie Feldstein, Emma Thompson, Alfie Allen, Chris O’Dowd
Guión: Caitlin Moran, John Niven
Fotografía: Hubert Taczanowski
Duración: 102 minutos.

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